Los profesores han borrado mi nombre de las listas, el resto no nota mi existencia. En los descansos mis piernas me llevan al descampado de la parte trasera, la tierra de nadie. Mi mayor confidente. Si pasas la línea que existe entre la juventud, el júbilo y las sopresas, te abrumará el alma el silencio y el vacío que llenan el lugar. Los llantos que, si suspiras, oyes huir de las esquinas. Es mi rincón favorito en el mundo. Cuando entro mis latidos se regulan, y mi cuerpo alcanza un equilibrio que me roba los sentidos.
Pero eso tan sólo es una verdad a medias. La verdad es que el corazón se me hincha de felicidad a cada cuesta de regreso. Ando ligera, el suelo no le juega un pulso a mis piernas y noto mis ojos humedecerse de felicidad.
Dentro de mi techo, enfrente de las teclas y con los dedos actuando como un ser externo a mí, veo cómo escriben y relatan la vida y la persona que siempre quise ser. La serenidad me invade, las preocupaciones se funden, las lecciones ni las recuerdo. Mientras espero a que el sistema operativo reconozca los archivos, el estómago se me encoge, una febril primavera asciende a borbotones por mi esófago y mis ganas de vomitar por fin un te quiero me provocan un ataque de histeria que apenas puedo controlar. Cuando por fin la página se abre veo un comentario parpadear en la pantalla. Es él. Seguro que me trae el atajo perfecto para ascender a las nubes. Y no me equivoco, me mantiene, una vez más, enganchada a su poesía durante horas enteras. A cada demora mi corazón da un vuelco, a cada halago me hago una mordedura y a cada despedida el alma se me inunda.
El sol se cuela por las persianas y, cuando miro a través de las ranuras, veo los tonos pastel ilustrando la portada de un nuevo día. No puedo evitar conmocionarme. Acudo al baño y mi reflejo se ríe a carcajadas. Los ojos se me hunden en las cuencas y el maquillaje dibuja tinieblas en mis párpados. Tampoco puedo evitar golpear a mi otro yo. No puedo evitar llorar y reirme al mismo tiempo de mí. Llevo una noche sin dormir, esperando un 'Estoy deseando verte' que aún mi razón no asume. Los nervios me consumen, los ataques de ansiedad me piden azúcar y mis párpados están deseando solaparse un día entero. Con los ojos empequeñecidos de tanto llanto logro dormir en la bañera. Despierto con la columna vertebral torturándome y, cuando miro el reloj, maldigo tener puertas que poder abrir y obstáculos que poder saltar. Ha respondido y dice que me quiere ver. Una media luna me ilumina el rostro y noto la sangre arder bajo mi piel. Recuerdo mi reflejo y me disfrazo de Julie otra vez. Cuando me convenzo a mí misma espero las cuatro horas restantes con el brillo del monitor robándome la esencia de la juventud, que espera al otro lado de la puerta, abandonada.
Llega la hora y el calor se me pega a las piernas, la felicidad resbala junto con el sudor de mi nuca. Los latidos confunden mis palabras y ni tan siquiera puedo pronunciar un gracias. El rugido del motor excita a la jauría que me devora las entrañas y yo, ilusa, lo confundo con amor.
Los niños aspean sus brazos y yo intento identificar su rostro hasta detrás del follaje. Las piernas me tiemblan y los dientes castañean. Miro, histérica, el móvil y, en el instante en el que se sitúa frente a mí, siento morir. No sé cómo mirar hacia arriba, cómo sonreir ni qué decir. Todo mi cuerpo frena en seco y la inercia me abalanza, sin quererlo, sobre su cuello. En seguida se deshace de mí, con los brazos erizados y con una inhóspita furia. De pronto comienza a alzarse sobre de mí, grande, imperioso, severo y, al mismo tiempo, bello. Entonces lo entiendo todo. Soy una estúpida, tendría que haber sido él quien tendría que haber tomado el primer paso. ¿Desde cuándo respondía yo a mis impulsos? ¿dónde había quedado mi sumisión? Proclamo mi propia derrota y noto a mi mirada ensombrecer. La magia adquiere lógica cuando sonrío y él me acaricia el hombro.
Las semanas transcurren a medios tonos, porque no puedo asignarles vivacidad u opacidad. Sus cambios bruscos de humor y sus "te quieros" bajo las sábanas me desconciertan y yo, a su vez, lo disfruto y lo sufro con hielo en los ojos.
Hoy me ha invitado a una fiesta y las dudas, aunque las esquive, me llaman a timbrazos. Si lato es por él, pero, ¿quién es? No sé su fecha de cumpleaños, no sé sus aficiones, no sé sus apellidos, no sé qué estudia y no sé por qué, esta mañana, sin querer, me ha abofeteado y ahora me invita a salir una noche con él. Su perfil no me dio en ningún momento esta información. El caso es que esto ha vuelto a la nebulosa en la que mi vida oscila y me he conformado con su sonrisa lasciva al verme trajeada.
Mientras esperamos a entrar, el local recita su discurso entre las puertas que se abren cada vez que uno pierde toda su cordura al atravesarla. Él me agarra por la cintura y me besa. Noto mi garganta anudarse y mi piel erizarse. Llevo esperando una vida entera por una una casualidad como esta y, que ahora se funda en mí, se me antoja imposible. Podría entregarle mi vida si ahora me lo pidiese. Cuando me pongo de puntillas para abrazarlo, me retira de un empujón y mis palabras se pierden en el aire, pues no responde, ni siquiera me mira. Miro alrededor, buscando respuestas, salvándome de la angustia, de la vergüenza y de los llantos. Se marcha y se une a otro grupo y yo ya soy del tamaño de un átomo. No sé por dónde salir y ya no me queda mundo para huir. Llevo siendo una cobarde desde que tengo uso de razón y, sin su aprobación, las opciones se me agotan. Inmóvil espero su regreso. Mientras tanto, la gente avanza frente a mí, hasta que quedan todos tras las puertas. Menos yo. Con la madurgada helando las aceras me estrecho contra el asfalto y lo veo salir, arrastrando palabras y tropezándose a cada movimiento. Me mira y sonríe. Hay qué ver lo guapo que está cuando lo hace y cuando sólo lo hace para mí.
-Ella es Julie, chavales. Miradla. Está buena, ¿eh? Pues es mía y la quiero. Sí, sí, la quiero.- dice señalándome. Me quiere y eso es lo que realmente importa, pues yo soy suya de aquí al infinito.
Sus acompañantes se ríen al unísono mientras me insultan y, cuando me agarro al brazo de Pert, éste me propina una patada en el pecho. Me desplomo y aullo de dolor. Sin terminar de hacerlo, uno de ellos me escupe en la cara. No permitiré que beba nunca más, estos moratones mañana no le van a gustar nada.
El lunes está negro y la bruma vuelve a arrullame a la soledad. En el recreo me dirijo al mismo lugar de siempre y, cuando por fin la salida se hace sonar, noto la misma sensación de euforia de siempre. Me olvido a mí misma en algún rincón antes de llegar a casa y enciendo el ordenador. Hoy no hay comentarios. El miedo trona sobre mí y teclee lo que teclee las palabras no se enlazan entre sí. Espero durante una hora y media. Quizás se haya demorado, quizás hoy esté de exámenes, quizás todavía no esté en casa. Las tres horas siguientes aparece como conectado y, a la hora y media que las sigue, no me teclea nada. Entro en su perfil y el deseo de encender un mechero y hacer arder mis ojos me revienta las venas. Él niega conocerme, él también me desprecia como los demás, él dice que ha ganado no sé qué apuesta, él dice que sólo estaba borracho, él dice que sólo soy una tonta más. Y yo siento morir, desvanecer, desaparecer. Ni siquiera me quedan lágrimas en los ojos para expulsar este veneno que me bloquea la arteria aorta, no me quedan más formas de sufrir. Después de armarme de un poquito de valor, me decido y le escribo:
-¿Qué tal estás?
Los quince minutos que he tardado en escoger las palabras exactas se han convertido en eternidades y la espera a su respuesta más de lo que mi concepto de eternidad puede llegar a expresar.
-¿Qué pasa, imbécil, que aún no te has enterado?
-Dijiste que me querías...- tecleé casi inerte.
-Ya, claro, ¿y te lo crees? Joder, abre los ojos y valórate como te mereces. ¿No ves que estás sola? ¿No crees que será por algo? Ése es tu precio, a ver si entras un poquito en razón, chica.
Huyo escaleras arriba en busca de algo con lo que arrancarme la vida de un sólo tirón pero, como siempre, mi cobardía tira de mis pies y me lleva con ella, a ver si, una vez más, me deleita con alguno de sus discursos. Despacio, con una tormenta descargándose en mi pecho, bajo los escalones intentando no resbalar. Actualizo el perfil y veinticinco comentarios parpadean. Un rayo de luz enfoca a mis ilusiones, a las que noto crecer mientras espero a que la página se abra. Los comentarios me fotografían mientras mi vista se desliza sobre ellos y su flash irrumpe como un rayo en mi vida cada vez que paso al siguiente. En, aproximadamente, dos minutos, es decir, ciento veinte segundos, "zorra" se ha convertido en mi pseudónimo, mis funciones básicas se han simplificado a ofrecerme como anzuelo a cualquiera que me lo pida y mis aspiraciones sólo alcanzan a convertirme en una tira cómica en el que cada uno puede ennegrecerme y venderme sin mi consentimiento. Hoy no duermo. Hoy no sueño, hoy no veo ni la oscuridad que se cierne sobre mí.
Tengo que pensar un nuevo disfraz, elaborarlo e intentar rebajar aún más si cabe mi existencia. Con el vacío como prenda estrella, me presento otro día más. Pese a mi camuflaje hoy existo más que nunca, la banda sonora de mi vida se reduce a burlas, a siseos y patadas en los pasillos. Pero en el transcurso del día los insultos duelen menos y mi pulso cardiaco disminuye. Hasta que aparece él, que acude rápido hacia mi umbral y recibo el décimo bofetón del día. En el recreo mi espacio ronronea murmullos y Pert me empuja hacia la esquina mientras se deshace de mis pantalones y, el resto, expectante, corea su nombre. Yo por fin lloro, me deshago y me entrego. Me tapo los ojos mientras me despido del amor, de los susurros, de las ilusiones y de las esperanzas. Ahora soy fuerte, inquenbrantable y, a cada día que pasa, menos humana.
25 de noviembre. Día internacional contra el maltrato de género. Hoy por ellas. Por nosotras.
(acompáñala con ♥)
No tengo palabras. Me he emocionado, en serio. Increíble.
ResponderEliminarMe ha encantado el texto, relfeja bastante bien el día a día de por (desgracia) muchas mujeres. :S
ResponderEliminarSublime, nada más:)
ResponderEliminarMe encanta , por desgracia sigue habiendo hombres así ...
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