(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


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viernes, 15 de abril de 2011

Eres la protagonista.


Soy casi tan invisible como tú, no tienes que tener miedo, tapa mi sombra ahora, hazlo mañana y prométeme que en veintiséis horas podré decir que parte de mi sombra la escondes bajo cada una de tus pisadas.
No tengo dinero para llevarte de viaje ni para regalarte una cena en el centro. No tengo suficiente para arroparte en la cama de un hotel de las afueras. No tengo el traje adecuado para irte a recoger a la puerta del trabajo. Ni siquiera tengo trabajo. No tengo ningún ramo de flores bajo la sombra de mi espalda ni los brazos lo suficientemente grandes como para abrazar todo tu mundo. No tengo buen sentido de la orientación y si te acompaño a casa esta noche seguramente acabemos perdidos bajo la bóveda de esta ciudad. No tengo entradas de cine pero sí un gran argumento, un guión y todo el tiempo del mundo para empezar a filmarla. Eres la protagonista y yo sólo te miraré desde abajo, mientras tú esquivas la rutina. Yo seré el guión; dos palabras, ocho letras.
No tengo nada que guardar en mis bolsillos, pero tengo todo un tejido, todo un sistema circulatorio que funciona gracias a ti. Te tengo a ti y para mí, ver el amanecer hasta en las horas más oscuras, me convierte en pájaro, en océano pero, ante todo, tuyo.

domingo, 20 de febrero de 2011

Me sobresalté al notarlo en mis tímpanos.

Llevaba toda la tarde esperando por tu timbrazo y, aún así, me sobresalté al notarlo en mis tímpanos. Te hice esperar un poco, no me gusta pensar que creas que te necesito tanto. Es posible que tú simplemente vinieras a explicarme biología y no querïa quedar como un imbécil. Estabas abajo, detrás de la portezuela, tiritando del frío y con los apuntes pegados al cuerpo. Me sonreíste y te dije que subieras. En realidad quise bajar, tirar toda la química por la acera y olvidarme de ella para siempre mientras te abrazaba. Siempre he sabido encerrarme y callarme la boca.


Ordené mi escritorio y, si se te hubiese ocurrido mirar desde arriba cada uno de los elementos que lo ocupaban, te hubieses dado cuenta de que se alineaban perfectamente uno tras otro, formando tu nombre. Soy un chico algo raro. A nadie se le ocurren este tipo de cosas. Y no, claro que no te diste cuenta.

Te quitaste el gorro, la bufanda y los guantes y te sentaste a mi lado. Respirarte ya me distrajo desde el principio, así que, el resto de la explicación, estuve cavilando conjeturas. Sobre ti, claro. Garabateabas en el folio la duplicación del ADN y, cuando pasaste a explicarme la meiosis, me miraste fijamente. Llevabas los ojos delineados, unas sombras grises coloreando parte de tus párpados y tu mirada era tan extraña como de costumbre. La inmovilizabas cuanto tiempo quisieras, pero el hilo que la sostenía parecía partirse de pronto, porque en seguida te notaba lejos, en una ausencia dolorosa y a veces creía ver a una niña llorando dentro de tus pupilas. Con todo, siempre me provoca mucha ternura mirarte directamente, dices mucho más que cuando hablas. Cuando hablas la voz se te endurece y las palabras son un simple ensayo frente a un espejo. Tu mirada esconde tu mejor tú y ese tú me intriga. En realidad eres una cría que sabe más de lo que debería. Sé que estás cansada de que te reconozcan lo muy madura que eres para tu edad. Sabes que en realidad no es así. Asientes y te las das de superheroína. Intentas arrasar con el mundo y, como fracasas, lloras a escondidas. También sabes que, aunque nunca me lo hayas contado, sé todo esto gracias a tus ojos. Por eso me miras e intentas tensar el hilo, aunque no puedas. Y eso me tranquiliza. No sabes cuánto. Son tus ojos sobre los míos, ¿qué menos para que mi corazón siga siendo rojo?

martes, 1 de febrero de 2011

¿Todo se arreglará si logro dejarte sin aliento?

(Dicen que callar es de cobardes. Yo no soy cobarde, pero tampoco soy valiente. Encuentro palabras si tengo que decirte que te quiero, que te quedes, que me quieras o cualquier cosa que implique un latido de vida, por pequeño que sea. Callo cuando, después de mi arranque de valentía, me quedo muda y no me queda de otra que alcanzarte y encerrarte entre mis brazos, calcando sobre tu piel las alas de las mariposas que se han escapado de mi estómago. Creo que te digo mucho más cuando me resguardo en un silencio que sólo tú entiendes)

jueves, 27 de enero de 2011

(interludios)

Te dije que describiría todos y cada uno de los días que intermedian entre nuestro encuentro. No he podido hacerlo. Han sido unos meses raros, llenos de incertidumbre, de música alta, de silencio en el cuerpo y líneas finas en los labios. Meses en los que no he sabido expresar lo que realmente quería decir. Las palabras se me acumulaban en las yemas y, cuando las buscaba en los bolsillos, se evaporaban tan rápido como las puestas de sol. Han sido meses de falsas promesas y de sonrisas huecas. Ni siquiera lograba establecer mis coordenadas. Ondeaba entre las dudas y resbalaba como el agua entre los muros de una ciudad que, tal vez, podría ser aquella en la que me alojaba. Prometía endulzar mi tono y asentir educadamente y rompía el juramento al verme atrapada por las miradas. Me preguntan que por qué lo hago y me parece estúpido tener que responder algo tan evidente. También me dicen que, si quiero empezar a rellenar las siluetas del mundo de mis colores favoritos, tengo que cambiar. Acaban puntualizando que todo eso está en mis manos. Y, la verdad, es que, poco a poco, estoy dejando de ser la chica que era antes. Y sólo yo sé la respuesta: rompo todas las promesas por miedo a perder la única sonrisa que poder dedicarte. Cambio el rumbo de mi taquicardia para que puedas encontrarme libre de niebla en la mirada.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Mistakes.


Saliste de la autopista con la mirada clavada en la línea discontinua que separaba los carriles. La música estaba demasiado alta y te inclinaste hacia la radio para bajar el volumen. Perdiste el control del volante y el coche comenzó a hacer pequeñas eses. En cuanto notaste que no te dolían los oídos, agarraste el volante y continuaste el recorrido. El hombre que conducía detrás tuya pensó que tenías más copas de las normales encima y la señora que venía por el segundo carril opinó que la renovación de tu carnet sería lo más adecuado que podías hacer en ese momento. No, ni siquiera te habían visto la cara e ignoraban si eras hombre o mujer. Tampoco les importó que el resto del viaje respetaras los límites de velocidad y no se te desviase el volante ni una sola vez más. De hecho, cuando llegaron a sus trabajos ya eras un demente que no tenía respeto alguno por los demás. Y puede que sea un ejemplo estúpido, pero es cierto. Como también lo es que todos tus ex-compañeros te recuerdan por haberte atragantado mientras leías un párrafo o por caerte en la clase de gimnasia. Da igual las veces que aprendas de tus errores, los demás te recordarán siempre como el patoso, el retrasado o el kamikaze. Y tú no puedes hacer nada. La gente te recuerda por las veces que has caído, no por las que te has levantado.


Yo hoy me he saltado un stop y la señora del recogido me ha llamado "puta". Entonces, al llegar a casa, me he recordado que para ella siempre seré una gilipollas y me ha dado igual. También me he acordado de ti y de la historia que me contaste. Por eso estoy aquí. Yo sólo he venido a decirte que te equivoques las veces que te equivoques, para mí siempre serás la persona más maravillosa de este mundo. A ver si te das cuenta de que si caigo es porque quiero que acudas a mí y me levantes del suelo. Lo único que quiero es que vengas a por mí.






viernes, 3 de diciembre de 2010

¿Verdad que con dos corazones latiendo al unísono la vida parece menos puta?


Mi vida no es como la pintan los anuncios, pero, reconozcámoslo, la tuya tampoco lo es. Alzas la voz cada vez que, a lo largo de la autopista, se extiende una gruesa hilera de coches. Te engañas a ti mismo para no tener que tomar como primer plato otra vez tu realidad. Te vistes con colores apagados porque tus ilusiones no dan para más. Ignoras tus llantos porque, total, qué más da derramar una lágrima más. Sientes envidia y lamentas no ser como ellos. Entiendes que nunca serás lo suficientemente bueno para nadie, ni siquiera para tu jefe. Eres tan arrogante que tu corazón se ha fosilizado. Eres roca, eres inerte y eres todos los trazos de un lápiz que quedaron emborronados en la esquina de un papel. Llevas el conformismo dibujado en la cara y el odio intacto en cada una de tus miradas. Eres un tipo raro, sin aficiones y con un coche de mierda. Estás solo y nunca te has enamorado. Tampoco eres capaz de hacerte el amor. No te quieres. Follas contigo mismo y reconoces lo muy malo que eres en el sexo. Tu vida hace tiempo que cojea y la hipoteca de tus días es lo que realmente te atraganta los finales de todos los meses. Y, lo peor de todo, es que no mereces esto. Y, lo mejor de todo esto, es que hoy te has dado cuenta. No me dirás que no se te encoge la garganta cada vez que ella te dice algo, ¿verdad? ¿No te das cuenta que tu tráquea se tapona de amor cada vez que ella consigue sacarte una carcajada? ¡Despierta ya! Abre los ojos y empieza a tocar el mundo. Pídele una cita y vive por fin tu propio anuncio.
Ahora que ya lo has hecho, dime,
¿verdad que con dos corazones latiendo al unísono la vida parece menos puta?

sábado, 2 de octubre de 2010

Abrázame. Quiéreme. Ámame.

-Estoy celosa- te confesé con las mejillas rosadas.


Cerraste el grifo, te tapaste con una toalla y te acuclillaste a mi lado. Me achanté y me tapé la cara con las manos. Notaba tu oxígeno en mi piel y cuando me rozaste me estremecí.

Te levantaste despreocupado y volviste a enceder el grifo. El agua apenas tenía presión y, entre el eco de las gotas, te oí suspirar. Me vi obligada a palpar ese suspiro. Estiré mi pierna y alcancé tu tobillo. Me mordí el labio inferior y me ericé un poco. Me miraste con un semblante indescifrable. Giraste la cabeza con cautela hacia el hilo de agua que descendía hasta el desagüe.

Abrí el bidé, metí la cabeza y accioné el agua fría. Una punzada estalló en mis oídos. Pasé medio minuto y la cara adormecida disimulaba mi cansancio. Los labios se me arrugaron y no podía evitar mordisquearlos. Mi pelo goteaba sobre la camiseta del pijama y no tarde en empezar a tiritar.Advertiste mi castañeo de dientes y te abalanzaste sobre mí. Tu calor me calmaba, reconfortaba y protegía. Me quedé rígida y me dejé abrazar. Te alejaste de nuevo y vi la toalla de tu cintura caer. La alerta se extendió por todo mi cuerpo. Volví a taparme.

Cuatro segundos y medio más tarde siseaste, elevé la mirada y te vi empapado. Me mirabas fijamente y yo ya no tenía más lugares en los que esconder la mirada. Me perdí en ella.



-No llores, soy yo quien quiere resbalar por tus mejillas, por tu vientre y por tu boca. No desvíes la mirada, que me muero al pensar que no estoy en alguna de las esquinas en las que te clavas. Ven y quiéreme, que yo, ahora, voy a quererte hasta morir- dijo, de pronto, iluminado.