(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 20 de octubre de 2012

Reviso que los silencios que me vigilan desde el umbral se mantengan sumisos.




Reviso que los silencios que me vigilan desde el umbral se mantengan sumisos, convencidos y engañados por mi mirada huidiza, contrita, con cierto deje de súplica. Las sombras asienten y los ruidos cesan. Me giro convencida y con las manos temblándome, con la desesperación clavándose en los estantes vacíos de la nevera, mi estómago se retuerce, se queja, se rebela. Ecos interminables sorteando el nudo que resbala plomizo por mi esófago encogido. En una esquina inferior, pasta hervida, empastada entre un velo dudoso  que se torna verde, atrae mis manos nerviosas, histéricas y engullo con los ojos enjugados en una angustia casi neurótica los aromas ácidos, fétidos y nauseabundos que se adhieren a los hidratos de carbono. Mi estómago se contrae eufórico, las lágrimas se escapan y los labios me fallan. Miro de nuevo hacia el umbral y las cacofonías, embutidas en sarcasmos casi improvisados, se repiten entre carcajada y carcajada. Y los silencios, ¿dónde están los silencios que prometían fidelidad? La risa aúlla, dispara mi pequeño delito hacia el exterior y yo, que aún tengo en la boca del estómago un regusto repulsivo, me bebo las lágrimas y me acaricio con lástima, compasiva y condescendiente mi vientre aún plano, mis huesos pelvianos, sus filos angulosos, su relieve exagerado. Me palpo las caderas y atisbo la retención inmediata e insensata que se acumula. El cuerpo, confundido, recurre a lo que tiene tras meses de discontinuidad, de rutinas inconstantes, irresponsables, casi surrealistas.


Me convulsiono por los llantos. La cara enrojecida, encharcada e irritada por las lágrimas continúa tragando aquella masa incalificable frente al lavabo del baño, confundiendo lamentaciones, arrepentimientos, triturando remordimientos, digiriendo decisiones. Y los errores, famélicos, contrariados, sedientos y torpes, que vagan desorientados por la oscuridad que se expande por mi cuerpo, con aire mortecino, llevan meses subsistiendo en los extremos, en cada recoveco que ahora me arranca la ira, la rabia y la impotencia cada vez que me miro en el espejo.

1 comentario:

  1. Escribes maravillosamente,
    me tienes enamorada...

    Excelente, precioso.
    Me ha llegado dentro.

    :)

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