(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


domingo, 3 de julio de 2016

Fuera está todo en silencio (Akiko II).




Me molestan muchas cosas. Casi todo me saca de quicio en seguida. Me molestan las demoras de los trenes, el repiqueteo constante de los cubiertos contra los platos en los restaurantes, el olor a tabaco, los nudos en el pelo, el sudor, el rumor de las ciudades, las alarmas de los móviles, las lavadoras llenas. Ese tipo de cosas que suelen molestar a todo el mundo. Pero de todas esas cosas puedo huir. Puedo cepillarme el pelo, puedo no poner lavadoras, puedo poner en silencio mi móvil. Mi bienestar se basa en el número de ocasiones en las que yo pueda escapar de las cosas, de las oportunidades que tenga de huir de todo lo que me rodea. No sé si me explico. Soy una persona muy irritable, todo acaba molestándome. Las canciones que más me gustan, mis libros favoritos, las personas que me rodean.  Necesito rodearme de cosas de las que poder huir tarde o temprano. Por eso me marché aquel día. Él, después de meternos en la cama y taparnos, me dijo que había cosas especiales en mí. Pensé que quizá esta necesidad de tener que alejarme de todo era una de esas cosas que me hacían especial. Pero él no mencionó eso. Porque él todavía no sabía nada. O quizá sí.
Cuando me dijo aquello, ni siquiera me molestaba hablar con él, que durmiese conmigo, que siempre se dejase los armarios abiertos o gastase el champú en dos días. No había nada en él que me irritase. Nada. Y aún así, a la mañana siguiente, huí. Después de un café aguado y una tostada quemada, me puse el abrigo, cogí el bolso y fui a la habitación a despedirme, como de costumbre. Me besó y me preguntó si quería que, a la vuelta del trabajo, pidiésemos algo para comer.

-No creo que me dé tiempo a ir a comprar nada- me dijo.

-Vale, ya decidiremos qué pedimos. Te veo luego- dije mientras salía de la habitación.

Cerré la puerta tras de mí y antes de bajar las escaleras respiré hondo varias veces. Y me fui. Y no volví. Fui a trabajar, fingí olvidarme el móvil en mi escritorio, comí un menú barato en un restaurante diminuto al lado de la estación y volví al piso donde solía vivir cuando iba a la universidad, esperando encontrar allí a las mismas personas con las que conviví en aquella época. Pero en el piso sólo quedaba una persona: una compañera que pagaba el alquiler con sueldos irrisorios de varios trabajos temporales que iba consiguiendo. Empecé a vivir con ella.
El trabajo también empezó a irritarme. De igual modo que el chocar de los cubiertos contra los platos o el olor del tabaco. Así que lo dejé. Prácticamente abandoné todo lo que tenía. Pero seguía llorando por las noches, seguía molestándome por las mismas cosas, seguía despertándome deseando estar muerta. Lo único que hacía era huir y aún así en mi interior todo seguía igual cuando se suponía que no debía de ser así, ¿no?

Por eso nada me molesta tanto como lo hago yo misma. Por eso nada ha cambiado. Por eso nada va a cambiar. No puedo escapar de mí misma, de los monstruos que viven bajo mi piel, de las voces que hacen eco dentro de todo mi cuerpo.

De la única cosa de la que no tengo escapatoria es de mí misma. No sé vivir así, no sé vivir dentro de alguien a quien detesto. Aquí dentro no hay música, todo está lleno de ruidos, de olores nauseabundos, de pérdidas, de derrotas, de oscuridad. Aquí dentro no hay nada que me guste. Aquí dentro sólo hay cosas que me molestan y, sin embargo, no hay forma de escapar.

No hay forma de huir. Estoy sola y las voces hablan cada vez más alto. No hay forma de huir y me he convertido en un monstruo. No me queda nada. Lo he perdido todo.

He huido de todo menos de mí misma. Es más, estoy cada vez más dentro de mí misma.





He vuelto a donde siempre, muerta de frío. He vuelto pensando qué pedir, si disculpas o comida. Pero ya no hay nadie.  Fuera está todo en silencio, pero aquí dentro los monstruos están rugiendo más alto que nunca.

sábado, 5 de septiembre de 2015

Mi primer viaje a Japón. Décimo día: Nara, Tôdai-ji, Ôsaka.

Hola de nuevo a todos. Sé que me paso la media vida disculpándome por tardar eón y medio en subir las entradas, pero soy incapaz de llevar las cosas al día. Hoy os voy a hablar del décimo día en Japón. Todavía estábamos en Kioto, sin embargo al día siguiente ya teníamos que partir hacia Hiroshima, por lo que realmente este día no estuvimos en Kioto. Nos dirigimos a Nara y por la tarde a Osaka.

Como siempre, fuimos a coger el desayuno a un konbini y mientras lo tomábamos fuimos a la estación de Kioto. En la JR fuimos hacia la 奈良線, Nara-sen, la línea Nara. Se tarda lo suyo en ir hasta Nara, nosotros tardamos algo más de una hora, incluso hora y media, la verdad no lo recuerdo muy bien. Es fácil localizar el tren que va hacia Nara porque está lleno de turistas. Hay dos servicios como expliqué en la entrada anterior: el local, que hace más paradas (el que tendréis que coger si queréis ver el Santuario de Inari) y otro rápido que hace menos paradas. Nosotros cogimos el local. Ese día hubo ciertos problemas técnicos con el tren, por lo que estuvo parado cerca de 15 minutos. Si cogéis los trenes de Renfe en España no os sorprenderá, porque pasa cada dos por tres. Pero allí no es tan habitual. Y si se dan retrasos, no dejan de disculparse por megafonía. En este viaje yo estaba muy, muy entusiasmada. Iba a visitar Nara, un enclave muy importante en la historia de Japón.




De camino a Nara, desde el tren.

Nara, 奈良。

Nara fue la capital de Japón entre los años 710-794, es decir, en el Período Nara, 奈良時代. En aquel entonces la capital no se conocía con el nombre con el que la conocemos en la actualidad, la capital se llamaba Heijôkyô, 平城京. El Período fue muy, muy importante en muchos sentidos, principalmente por la entrada del Budismo en Japón y por la influencia de China. Heijôkyô, Nara, seguía el urbanismo chino en forma de cuadrícula, reproduciendo una réplica de la capital de la Dinastía Tang en China (618-907). El Palacio Imperial de hecho, debido a la influencia continental, pasó a orientarse hacia el sur, mientras que los templos empezaron a incluirse dentro del propio plano urbanístico. Si bien es cierto que la influencia contiental se remonta muchos años atrás (concretamente en el Período Yayoi, 弥生時代, (300 a.C.-250) un ejemplo de ello son las dôtaku, campanas de bronce originarias de china, que llegaron a través de Corea a Japón y una vez en territorio nipón alcanzó una forma y función completamente distintas), nunca se acusó tanto como en el Período Nara. Las influencias continentales, como era de suponer, calaron, sobre todo, en las clases más altas, pues eran quienes tenían acceso a su cultura e idioma. Mientras, la econoomía japonesa se basaba principalmente en la agricultura y la gran mayoría de la población (las clases sociales más bajas) eran adeptas al sintoísmo. Sin embargo, las elites se empaparon por completo de la cultura china, y fue lo que permitió el progresivo asentamiento del budismo en Japón, que poco a poco desembocó en un sincretismo entre ambas religiones.

Además, es importante no olvidar la procedencia de la escritura japonesa. Proviene de China y, una vez más, llegó a través de Corea con la progresiva llegada de los sutras. En un primer momento en Japón no tuvieron más opción que escribir y leer exactamente igual que como se hacía en China, sin embargo, el aprendizaje de los significados de determinados caracteres chinos (hanzi en chino, kanji en japonés,漢字), favoreció a que, progresivamente, se tradujeran a las palabras japonesas llamadas wago, 和語 o yamato kotoba 大和言葉. Esto significó que los japoneses empezaron a leer los caracteres chinos siguiendo una pronunciación japonesa a la vez que aprendían la lectura china. De estas combinaciones nació la lectura kun de los kanji, la lectura japonesa, kunyomi, 訓読み. De esta
 forma, mediante la adaptación puramente fonética de los caracteres chinos se hizo posible la descripción de cualquier sonido del sistema silábico del japonés. Así, en una de las épocas en las que la influencia China fue más relevante, en el período Nara, 奈良時代, 710-794), se desarrollaron y divulgaron las letras silábicas del japonés: el hiragana y el katakana. Es decir, las letras kana. Aunque ambos únicamente tienen un valor fonético, sus usos y su desarrollo fueron bien distintos. El katakana, siendo una simplificación de determinadas partes de los kanji, nacieron con el fin de ayudar a leer la lectura japonesa de los caracteres de los textos chinos. El hiragana, por otro lado, aunque representa también los sonidos del japonés, tiene valor fonético y también supone una simplificación más redondeada y curva de los caracteres chinos, realmente fue desarrollado por las mujeres de la aristocracia del Período Heian, pues las mujeres tenían vetado el uso de las letras chinas.

La admiración por China se dejaba entrever hasta en la forma en la que los japoneses empezaron a escribir su propia historia. Es en este período donde surgieron las obras literarias más importantes de la historia de Japón. Estas fueron el Kojiki, 古事記 y el Nihonshoki, 日本書紀. 

El Kojiki, 古事記, aunque su compilación fue encargada ya en año 672 por el emperador Tenmu (天武天皇, 631-686, fue el 40º Emperador de Japón, según el orden tradicional de sucesión. Reinó entre 672 y 686), su publicación no llegó hasta el año 712. El objetivo del Kojiki era reunir todos los datos históricos y tradicionales que conservaban cada familia relacionada con el linaje imperial. Debía servir para dejar por escrito una única historia válida para los descendientes. Quien relató todos los hechos que aparecen en el Kojiki fue Hieda no Are, mientras que de la transcripción se encargó Ôno Yasumaro. El Kojiki estaba escrito en japonés, con las ya mencionadas yamato kotoba o wago. Escribían los caracteres en chino pero seguían la pronunciación japonesa, por lo que en muchas ocasiones, por usar los caracteres sólo por su valor fonético, perdían su significado. El Kojiki se convirtió en una crónica histórica de carácter nacional. Es decir, estaba diseñado para mostrar el poder de Yamato y del linaje imperial y para que su lectura se hiciese dentro de Japón. 

El Nihonshoki, 日本書紀, recogió la tradición de libros clásicos de China, tanto en su estructura cronológica como en el idioma en el que estaba escrito, en chino. El hecho de que el Nihonshoki tomase como ejemplo las Crónicas Chinas y usase la lengua china, hizo que se lo considerase una obra mucho más fidedigna que el Kojiki. Así el Kojiki no empezó a ganar popularidad hasta bien entrada la etapa moderna, gracias a la contribución de Motoori Norinaga en el Período Edo (本居宣長 , 1730 –1801 fue un erudito japonés que se dedicó al kokugaku, 国学, es decir, al estudio de la antigua cultura y literatura japonesa, durante el Período Edo. Es probablemente el más conocido y el más prominente de todos los eruditos en esta tradición). Así pues, el Nihonshoki, publicado en el año 720, fue una crónica de carácter internacional, y esto significaba que se pretendía que fuesen leídas por China. Era una obra que trataba de demostrar la valía de Japón de tal forma que fuese aceptado por el continente. 


Como hemos mencionado antes, otro desarrollo cultural de la época fue el arraigamiento del budismo, que fue introducido en Japón a través del monje coreano Baekje en siglo VI. En el momento de su entrada no tuvo una gran acogida, que sí empezó a producirse en Nara, en el momento en el que fue abrazado por el Emperador Shômu (聖武天皇 , 701- 756, fue el 45º Emperador de Japón, según el orden tradicional de sucesión. Reinó entre 724 y 749). Además, la familia Fujiwara (el clan Fujiwara, fujiwara-uji, 藤原氏, fue una familia de regentes muy importante en Japón. El fundador del clan fue Nakatomi no Kamatari (614 - 669), un noble de clase baja, quien recibió el apellido Fujiwara por el Emperador Tenji. Comenzaron a obtener posiciones políticas a mediados del período Asuka en el siglo VII, 飛鳥時代. No obstante, en el período Heian los miembros de la familia establecieron un régimen político en el que serían los asistentes más cercanos al Emperador de Japón por casi cuatro siglos, hasta que estalló la rebelión Hōgen en 1156, cuando los clanes Taira y Minamoto se enfrascaron en un conflicto civil, agravándose en las Guerras Genpei entre 1180 y 1185. Cuando Minamoto no Yoritomo se proclamó shōgun en 1192, el poder de los Fujiwara comenzó a decaer) fue devota del budismo y ayudaron a la difundirlo haciendo que este se convirtiera en «el guardián del estado». El asentamiento de budismo supuso el fortalecimiento de las instituciones japonesas tomando como base las creencias religiosas del vecino más poderoso y prestigiado: China. La acogida del budismo fue tal que durante el reinado del Emperador Shômu se construyó el Tôdai-ji, 東大寺, uno de los templos budistas más importantes de Japón (el cual visitamos y os hablaré de él un poquito más adelante). En su interior se colocó la estatua del Buda Dainichi (Buda Vairocana). Como dentro de la población el sintoísmo seguía estando muy presente, fue identificado como la diosa del Sol, Amaterasu. Esto favoreció que, de forma paulatina, se fuese desarrollando un gradual sincretismo entre el budismo y el sintoísmo. Aunque posteriormente los esfuerzos por hacer del Budismo la religión estatal se frenaron abruptamente, lo que sí que es cierto es que elevó el estatus de la familia imperial durante todo el período en el que empezó a asentarse en Japón.

Nara, 奈良.

Al llegar a Nara, salimos de la estación y miramos cómo dirigirnos al Tôdai-ji. Enfrente de la estación hay una estación de autobuses. Hay varios que te llevan a los enclaves más turísticos y en realidad no tienen pérdida porque en los propios autobuses hay dibujitos del recorrido que hacen (no todos los tienen, pero sí muchos de ellos). No fuimos directamente, pues nos paramos en el Kôfuku-ji. Antes de llegar el templo hay un parque repleto de ciervos preciosos a los que podéis tocar y darles de comer. Es una experiencia única. Nunca había estado tan cerca de ciervos. Tened cuidado porque no dejan de ser animales, están acostumbrados a las personas pero no amaestrados, por lo que si ven comida pueden excitarse y ponerse algo violentos por conseguirla. Pueden morder camisetas y cuidado con los mapas, se los comen enteritos. Ese día me encontraba fatal y lo lamenté muchísimo porque era un lugar que me moría por visitar, pero intenté dejarlo a un lado y disfrutar al máximo de todo lo que me rodeaba. Nos dirigimos al Kôfuku-ji, en el camino, a un lado, estaban los cervatillos con sus madres. 












Ciervos cerca del Kôfuku-ji.


El Kôfuku-ji, 興福寺, es un templo budista que se construyó bajo la orden de Kagamiookimi, 鏡大君 la primera esposa del Emperador Tenji (天智天皇, 626-672, fue el 38º emperador de Japón según el orden tradicional de sucesión. Reinó entre los años 661-672). Mediante la construcción de este templo ella buscaba la pronta recuperación de su esposo. Es un templo que ha sido trasladado en múltiples ocasiones. Incialmente se construyó en Yamashina-ku, 山科区, en Kioto, en el año 669. Años después, en el 672 se trasladó a Fujiwarakyô, 藤原京, la primera capital totalmente planeada de forma artificial para este fin. Finalmente, en torno al año 710, se trasladó a Heijôkyô, Nara.


Kôfuku-ji, 興福寺.

Al terminar nos dirigimos a la parada de autobús que estaba justo enfrente. El autobús que llegó nos llevaba al Tôdai-ji, así que montamos. Fueron dos o tres paradas nada más. Antes de llegar al Tôdai-ji, hay una calle llena de puestos con souvenirs, platos típicos y casetas en las que podéis comprar galletas para los ciervos. Enfrente de esta calle hay una pradera repleta de ciervos. Al final del todo, antes de entrar al Tôdai-ji, hay una zona rocosa por la que pasa un río y hay pequeñas cascadas. Es una zona preciosa. Que en Nara haya tantos ciervos tiene su razón de ser: los ciervos de nara, 奈良の鹿, están protegidos de forma oficial como tesoros nacionales y, en el sintoísmo, los ciervos son mensajeros de los dioses. Aunque el templo es budista, como os he explicado, en sus orígenes, se desarrolló una fusión de ambas religiones, de ahí la convivencia de ambos en un mismo lugar.

El Tôdai-ji, 東大寺, literalmente «gran templo oriental», es un templo budista que alberga una estatua Gigante del Buda Vairocana, dainichi, 大日, en japonés. Significa «Buda que brilla a lo largo del mundo como el sol». Comúnmente se conoce como Daibutsu, 大仏, literalmente «Gran Buda». A lo largo de su historia ha sufrido dos incendios provocados por las guerras, ha sido reconstruido en varias ocasiones. De hecho, en el interior del templo podréis ver maquetas de las distintas reconstrucciones del Tôdai-ji. El Tôdai-ji que podemos ver en la actualidad es bastante más pequeño que el original (es un templo enorme, ENORME, así que imaginad), pero aún así ostenta el récord mundial siendo la construcción de madera más grande del mundo.

Durante el Período Tenpyô, 天平時代, se sucedieron varias epidemias y desastres. Fue en el año 743 cuando el emperador Shômu, como os he dicho antes, promulgó una ley que obligaba al pueblo a construir un Buda y así poder protegerse a sí mismos. Esto no es más que una evidencia muy clara de lo muy hondo que estaba calando el budismo en la sociedad japonesa. El emperador estaba convencido de que el poder de Buda podría salvar a la gente. El Gran Buda que alberga el templo en su interior fue diseñado por Kuninaka no Muraji Kimimaro, nieto de un inmigrante del reino de Baekje de Corea. El templo se terminó en el año 745 y el Buda en el 751, el cual, según la leyenda, fue construido con la colaboracón de 2.600.000 de personas. Esta cifra igualaba casi más de la mitad de la población en esa época, por lo que estudios posteriores la han considerado una cifra exagerada. Durante la construcción del Buda se consumió la mayoría de la producción de bronce de Japón, dejando al país casi en bancarrtota. Debido a terremotos e incendios, la estatua ha sido reconstruida varias veces.

El Tôdai-ji es una construcción de una magnificencia asombrosa. Está estructurado en varias partes.
La entrada principal es a través de la nandaimon, 南大門, literalmente «gran puerta del sur». Mide 20 metros y data del año 1199. Esta puerta separa el espacio sagrado de lo mundano y te permite acceder a un patio procesional, que antiguamente podía albergar a miles de peregrinos y monjes budistas. No obstante, antes de llegar, están los jardines exteriores, donde también hay ciervos, un lago precioso y nada más entrar el Museo del Tôdai-ji. Enfrente de la nandaimon está el daibutsuden, 大仏殿, el edificio que alberga el Gran Buda. Mide 56x50x50 metros. Uno de los principales pilares que sostiene el edificio tiene un agujero en su base. Es por ello por  lo que, cuando vayáis, veréis a muchos visitantes intentando pasar a través de él. Este agujero tiene las mismas dimensiones que los orificios de la nariz del Gran Buda. Según la leyenda, aquel que sea capaz de pasar a través del agujero será bendecido con la iluminación. La construcción actual es una reconstrucción del año 1692.

El Gran Buda está hecho de bronce y mide 15 metros de altura. Está entre dos Bodhisattvas.








Ciervos cerca del Tôdai-ji.







Todai-ji, 東大寺.




 Daibutsu, 大仏.
Tôdai-ji, 東大寺.

En la parte de atrás está el shôso-in, un edificio que alberga reliquias pertenecientes o asociadas con el emperador Shômu y la emperatriz Kômyô. En su origen era un almacén que formaba parte del Tôdai-ji, pero tras la restauración Meiji quedó bajo la administración del gobierno nacional y, a partir de la Segunda Guerra Mundial ha estado bajo la administración de la agencia imperial. Además de ser tesoro nacional de Japón, es patrimonio de la humanidad.

Shôrô es la torre que alberga la campana más grande que existe en Japón, con casi 4 metros de altura y 3.71 metros de diámetro. Fue construida en el año 752. No se le permite a los visitantes hacerla sonar. Suena todas las tardes a las ocho y cada año nuevo.



Antes de llegar al daibutsuden, hay que pagar una entrada que cuesta 500 yenes por persona (niños menos, pero ahora no recuerdo cuánto), es decir, tres euros y pico. Una vez pagas puedes ver desde el pasillo de madera el Tôdai-ji. Os juro que no me podía creer lo que estaban viendo mis ojos. Recuerdo que me enamoré de ese templo al estudiarlo en mis clases de Historia del arte de Japón, me tiraba horas mirando las fotos de mis apuntes y nada se acercaba a la realidad. Es un templo de una belleza infinita, es gigante. Al verlo se me hizo un nudo en la garganta. Lo que tanto había visto en fotos estaba enfrente de mí. Es una maravilla. Estuvimos en el interior del templo, y el Gran Buda quitaba el aliento. Es increíble lo insignificante que puedes llegar a sentirte al lado de construcciones así. Al terminar, salimos y compramos unas tablillas preciosas de recuerdo. Os juro que me costó dejarlo atrás, seguía aturdida, querría haberme quedado allí por mucho más tiempo. Era tan bonito, estaba tan contenta de estar allí que el dolor que sentía antes de llegar se me pasó. Hasta que salí y cogimos el autobús de vuelta a la estación. En el  autobús había una pareja española a la que le pedí un ibuprofeno para poder sobrellevar el día.

En la estación cogimos un tren de vuelta a Kioto y al llegar a Kioto, cogimos uno dirección a Osaka. En este tren, de nuevo, nos encontramos con turistas españoles. Otra mala experiencia. El tren iba bastante lleno y ni Javi ni yo íbamos hablando. De pronto la señora se puso a criticar lo que hacían los japoneses en el tren y luego nos miró y, sin saber que éramos españoles también, comentó cosas bastante desagradables de nosotros. Lo cierto es que cada vez que veíamos españoles así, evitábamos hablar para que no se percatasen que éramos españoles, por la vergüenza ajena más que nada. Hartos, nos bajamos en Shin-Osaka y comimos un ramen delicioso (y gigante) (gyôzas también) en la estación. Cuando terminamos cogimos otro tren y nos dirigimos a Osaka. En la estación de Osaka, cómo no, había otro centro comercial enorme. Salimos y estuvimos paseando por las calles durante un rato. Es una ciudad preciosa, de verdad. Es una pena que sólo pudiésemos estar esa tarde, me quedé prendada de ella. Prometo volver y conocerla más a fondo la próxima vez. En Osaka hay un Pokémon Center, pero no sabíamos cómo ir, así que pregunté a unos chicos que paseaban por la calle, que al no estar tampoco muy seguros, miraron en su móvil y nos ayudaron a llegar. Resulta que estaba en el mismo centro comercial de la estación. Subimos y, para Javi, que a quien realmente le encanta Pokémon, fue algo decepcionante, pues se esperaba algo más. Cogimos unos cuantos detalles y nos fuimos. A la salida, había un grupo cantando y me enamoré de ellos, eran muy cuquis los tres. Y al terminar repartían  maquetas con sus canciones. Paseamos una última vez por los alrededores y cogimos un tren de vuelta a Kioto. Como habíamos comido tarde por todo el viaje desde Nara, realmente no teníamos mucha hambre, por lo que cogimos un tentempié en un Lawson y nos fuimos a dormir. Al día siguiente debíamos dejar el hotel a las 10, por lo que tocaba madrugar y luego coger un tren haciar Hiroshima.










Osaka, 大阪.

Muchas gracias a todos aquellos que me leáis. Si os gustan mis fotos, podéis verlas con mejor calidad aquí.