(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


viernes, 18 de mayo de 2012

Wintumn


Ascendimos por la cuesta tras caminar cerca de media hora a lo largo de la gran plaza, adornada y atestada de felicitaciones navideñas, entre las sombras de la muchedumbre que se esquivaban y chocaban para llegar a los puestos comerciales. Cuando el aliento asfixiante de aquella concentración me liberó las espaldas, y mientras Wintumn avanzaba cuesta arriba, yo miré las direcciones opuestas, las gamas neutras y los gorros llamativos que rompían la solemnidad cromática que resbalaba desde el centro hasta las esquinas de la plaza. Si entornaba levemente los ojos alcanzaba a ver el agobio, los propósitos a contrarreloj y el cansancio retratados en algún que otro rostro sellado por el frío. Pensé que no había tampoco mucho que ver, una vez vista esa expresión en medio de esa plaza, se iba a reproducir del mismo modo en todo lugar colindante. Pensé también que entre la armonía pretenciosa que pretendía inculcar la decoración y la música alterada por la monotonía de las vidas humanas que la transitaban, alguna sonrisa tendría que desentonar a su vez con el humor enfermo que se dilataba en el ambiente. Pretendí encontrar a algún enamorado, dedos entrecruzados, besos, sentimientos equilibrados e incluso saturados. No encontré nada. Quizá no miré demasiado y me giré demasiado pronto, pero los párpados, de tanto forzar la vista, parecían cansados. Me giré y Wintumn me esperaba sentada en mitad de la cuesta, sentada en el bordillo, acabándose con parsimonia una chocolatina.

-Cojamos esta calle de la derecha, la próxima después de la farmacia- propuse sin éxito.

-Es el camino corto. Vayamos recto y ya doblaremos cuando la cuesta se acabe- propuso ella a su vez.

-Ese es el camino largo. Tardaremos más y perderemos el tren de las once.

-Los caminos largos son los menos transitados. Además, siempre podemos coger el de las doce, ¿no?

Asentí sin interés. Sabía que, aportase lo que aportase de ahora en adelante, iba a ser engullido por el aire.

-No pongas esa cara. Siempre te han echado para atrás las grandes caminatas. Podremos hablar y se te hará más corto- me ofreció una bolsa de frutos secos y me serví unos pocos en la palma de la mano- Hay que dar oportunidades a los diálogos.

"O forzarlos" pensé yo. Evidentemente el silencio dominó nuestro paseo, alardeando su presencia aumentando el volumen de nuestros pasos.
Llegamos a la estación y, como sentenció Wintumn una hora antes, cogimos el tren de las doce. El frío aullaba sobre nuestras ropas de invierno y sobre la piel que exponíamos porque no nos quedaba más remedio. Dentro la calefacción pronto relajó mis músculos. Suspiré y me apoyé contra la ventana. Wintumn hizo lo mismo, aunque ella se apoyó en mi hombro. Al fondo, en la fila de la izquierda, había dos mujeres, una sostenía un bastón y la otra, sobre sus piernas, bolsas de un supermercado. La más mayor hablaba incesablemente, mientras que la otra, con mirada dispersa, asentía de cuando en cuando y, para seguir soportando la situación, sonreía forzosamente. En ocasiones la sonrisa parecía escapársele sin querer. Adiviné (o tal vez no) que ignoraba la conversación en la que físicamente estaba inserta y sus pensamientos repetían sobre su retina alguna escena del pasado. Quizá se sintiese orgullosa de sí misma. Quizá aguardaba una sorpresa entre sus brazos. Quizá la esperaban en casa. Quizá estaba enamorada. Quizá sonreía porque no hay motivo más grande que provoque este gesto risueño que el simple hecho de saber que, con total sinceridad, puedes dibujarla y sentirla crecer en tu rostro.

-Creo que ambos percibimos el silencio de forma distinta. -dijo Wintumn cambiando de postura e interrumpiendo mis predicciones.

-¿En qué sentido?

-Verás, creo que estás algo decepcionado. En cierto modo creo yo, para ti, soy una mera decepción...

Hice una mueca de desacuerdo. No tenía los suficientes ánimos como para llevarle la contraria. Y lo cierto es que quería que continuase, no quería intervenir.

-No pongas esa cara- rió entre dientes- Lo soy. Pues soy una interrupción, una pausa mal empleada, una redacción mal estructurada, la mayoría de las veces una novela mal argumentada. Es más, soy un argumento débil, que no sabe qué es un final. Un argumento desordenado que no logra convencer a nadie. Pero escúchame, soy tu interrupción, tu pausa mal empleada, tu redacción mal estructurada, tu intento de novela. La debilidad de tu argumento y el desorden de tus intentos. Con esto quiero decir que siempre te hago cambiar de caminos, siempre quiero que entiendas lo que digo pese a lo incomprensible de mis palabras y siempre consigo alterar, en parte o totalmente, algunos tramos de tu rutina. A veces, como hoy, te prometo cosas que pueden hacerte sentir orgulloso de ese cambio inesperado. Y en verdad no es así, porque, dirás, "y la conversación que me dijiste que nos acompañaría hasta la estación, ¿qué? ¿dónde está?" Y, desde ahí, desde el asiento en el que quizás me ignores, tienes razón. No te culpo por ello. En realidad soy algo egoísta... aunque qué te voy a contar yo a ti. Mírame, no hemos soltado una palabra hasta que nos hemos sentado aquí y sin embargo esa conversación que te ha mantenido absorto hasta hora, en la que tú inventabas el contexto y a la que, aparentemente, yo era ajena, no la olvidaré al apearnos en la próxima estación. Tampoco creo que lo haga mañana. Ni pasado.- señaló con disimulo hacia las dos mujeres que antes yo observaba- Las mirabas. Yo también lo he hecho y he pensado muchas cosas acerca de ellas. Ni siquiera sé si hemos coincidido en alguna de ellas. Yo he decidido que la mujer más joven tiene cuatro hijos. En las dos bolsas que protege entre sus brazos guarda la comida de apenas dos días. El sueldo con el que vive es débil, de piernas cortas. Su marido ya no está. No quiere a nadie, pero quiere quererse a sí misma. Creo que en lo que hemos coincidido es en lo sumida que parece estar en la voz de sus pensamientos. La otra mujer, la más mayor, la que de vez en cuando acompaña a sus palabras agitando el bastón, ha recitado al menos cuatro obras de mil páginas cada una y, aunque he intentado seguirla, sus palabras me han parecido tan banales que me ha parecido que poco a poco le he ido bajando yo misma el volumen. La otra, como a ti, me ha llamado más la atención. Sin embargo sé que todavía no te has percatado de que es sordomuda. No está apartada de la conversación. La ausencia de voz, por lo general, trae una sensación de lejanía y dispersión. Por lo menos a mí. Esa lejanía que vemos es el tiempo que ella emplea en leer los labios de la otra señora. Como nuestra atención ha insistido en quedarse en mi chica insatisfecha con la vida, se nos ha pasado por alto cómo la señora, insistentemente, marcaba sus palabras con gestos, moviendo con inseguridad sus dedos. Mi chica insatisfecha, aunque a veces se dispersaba mirando por la ventana, respondía asintiendo. A veces precisaba algo con los dedos, pero vamos, que me ha costado darme cuenta. Sé que a ti también. Sé también que seguramente esa visión tan pesimista que tengo yo de las vidas ajenas tú no la construyes en tu mente. Tú te habrás dicho que, si sonreía, era porque después le esperaba algo mejor. Tú eres así. Siempre has anhelado la felicidad. Tú tienes una versión a veces demasiado optimista del mundo. Tú sientes debilidad por las escenas tranquilas, seguras, armónicas. Siempre me he dado cuenta con qué ternura miras a las parejas. Cómo se te escapa un suspiro atravesado por una media sonrisa al ver a dos ancianos agarrados de la mano. Admiras ver cómo el amor, cómo el dolor que lo subraya, en ocasiones no separa de por vida a las personas. Yo también me estremezco con esas escenas.
Con todo esto quiero darte a entender de lo mucho que hablan los silencios. A veces aúllan. A mí suelen chillarme. Siempre he de girarme para presenciar sus llamadas. Tú nunca me has hablado de esto. Nunca me has contado por qué te gusta ser espectador de esas situaciones y tampoco quiero que ahora te veas forzado a contármelas, sé que llevo razón. Sabes que llevo razón. Seguro que muchas veces tú atisbas algo muy valioso en mis silencios. Yo ahí ya me pierdo, pero en verdad creo que tengo una capacidad algo desarrollada para destriparlos. O no. No lo sé. Lo siento de ese modo. Por todo mi cuerpo. A lo mejor es esa transición entre el otoño y el invierno. Quién sabe.

Los términos medios no eran algo conocido por Wintumn. Cada vez que intervenía, cada vez que relataba algo, o era demasiado escueto, o demasiado extenso. De todas formas, si sus intervenciones eran cortas, era porque ese acontecimiento, pensamiento o sensación requería de una concisión y brevedad rotundos. Si era largo se cumplía lo mismo pero a la inversa. Wintumn sabía cómo dirigirse a las personas. O al menos sabía cómo dirigirse a mí. Las palabras siempre desnudaban a la perfección la intención de sus discursos. Tenía una habilidad especial para eso, además de para interpretar los silencios, claro.

Bajamos dos paradas más tarde, sumidos de nuevo en el silencio. Me despedí de aquellas mujeres sin pronunciar ni una sola palabra y seguramente Wintumn me secundó. O yo a ella.

Mi respuesta, al parecer, se quedó en el camino de ida, atrapada entre el hielo que empezaba a cubrir las aceras.

3 comentarios:

  1. Es genial poder perderse entre tus letras.
    (Llevaba mucho sin pasarme por aquí, y eso no es bueno)

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  2. Cada vez me alegro más y más de poder leerte de nuevo. :)

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  3. Me encanta *^* Es la primera vez que me paso, y sólo con leer unos párafos, ya soy parte de tu caja. Te sigo.
    Besos sin nombre.
    (M.)

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