Ascendimos
por la cuesta tras caminar cerca de media hora a lo largo de la gran
plaza, adornada y atestada de felicitaciones navideñas, entre las
sombras de la muchedumbre que se esquivaban y chocaban para llegar a
los puestos comerciales. Cuando el aliento asfixiante de aquella
concentración me liberó las espaldas, y mientras Wintumn avanzaba
cuesta arriba, yo miré las direcciones opuestas, las gamas neutras y
los gorros llamativos que rompían la solemnidad cromática que
resbalaba desde el centro hasta las esquinas de la plaza. Si
entornaba levemente los ojos alcanzaba a ver el agobio, los
propósitos a contrarreloj y el cansancio retratados en algún que
otro rostro sellado por el frío. Pensé que no había tampoco mucho
que ver, una vez vista esa expresión en medio de esa plaza, se iba a
reproducir del mismo modo en todo lugar colindante. Pensé también
que entre la armonía pretenciosa que pretendía inculcar la
decoración y la música alterada por la monotonía de las vidas
humanas que la transitaban, alguna sonrisa tendría que desentonar a
su vez con el humor enfermo que se dilataba en el ambiente. Pretendí
encontrar a algún enamorado, dedos entrecruzados, besos,
sentimientos equilibrados e incluso saturados. No encontré nada.
Quizá no miré demasiado y me giré demasiado pronto, pero los
párpados, de tanto forzar la vista, parecían cansados. Me giré y
Wintumn me esperaba sentada en mitad de la cuesta, sentada en el
bordillo, acabándose con parsimonia una chocolatina.
-Cojamos
esta calle de la derecha, la próxima después de la farmacia-
propuse sin éxito.
-Es
el camino corto. Vayamos recto y ya doblaremos cuando la cuesta se
acabe- propuso ella a su vez.
-Ese
es el camino largo. Tardaremos más y perderemos el tren de las once.
-Los
caminos largos son los menos transitados. Además, siempre podemos
coger el de las doce, ¿no?
Asentí
sin interés. Sabía que, aportase lo que aportase de ahora en
adelante, iba a ser engullido por el aire.
-No
pongas esa cara. Siempre te han echado para atrás las grandes
caminatas. Podremos hablar y se te hará más corto- me ofreció una
bolsa de frutos secos y me serví unos pocos en la palma de la mano-
Hay que dar oportunidades a los diálogos.
"O
forzarlos" pensé yo. Evidentemente el silencio dominó nuestro
paseo, alardeando su presencia aumentando el volumen de nuestros
pasos.
Llegamos
a la estación y, como sentenció Wintumn una hora antes, cogimos el
tren de las doce. El frío aullaba sobre nuestras ropas de invierno y
sobre la piel que exponíamos porque no nos quedaba más remedio.
Dentro la calefacción pronto relajó mis músculos. Suspiré y me
apoyé contra la ventana. Wintumn hizo lo mismo, aunque ella se apoyó
en mi hombro. Al fondo, en la fila de la izquierda, había dos
mujeres, una sostenía un bastón y la otra, sobre sus piernas,
bolsas de un supermercado. La más mayor hablaba incesablemente,
mientras que la otra, con mirada dispersa, asentía de cuando en
cuando y, para seguir soportando la situación, sonreía
forzosamente. En ocasiones la sonrisa parecía escapársele sin
querer. Adiviné (o tal vez no) que ignoraba la conversación en la
que físicamente estaba inserta y sus pensamientos repetían sobre su
retina alguna escena del pasado. Quizá se sintiese orgullosa de sí
misma. Quizá aguardaba una sorpresa entre sus brazos. Quizá la
esperaban en casa. Quizá estaba enamorada. Quizá sonreía porque no
hay motivo más grande que provoque este gesto risueño que el simple
hecho de saber que, con total sinceridad, puedes dibujarla y sentirla
crecer en tu rostro.
-Creo
que ambos percibimos el silencio de forma distinta. -dijo Wintumn
cambiando de postura e interrumpiendo mis predicciones.
-¿En
qué sentido?
-Verás,
creo que estás algo decepcionado. En cierto modo creo yo, para ti,
soy una mera decepción...
Hice
una mueca de desacuerdo. No tenía los suficientes ánimos como para
llevarle la contraria. Y lo cierto es que quería que continuase, no
quería intervenir.
-No
pongas esa cara- rió entre dientes- Lo soy. Pues soy una
interrupción, una pausa mal empleada, una redacción mal
estructurada, la mayoría de las veces una novela mal argumentada. Es
más, soy un argumento débil, que no sabe qué es un final. Un
argumento desordenado que no logra convencer a nadie. Pero escúchame,
soy tu interrupción, tu pausa mal empleada, tu redacción mal
estructurada, tu intento de novela. La debilidad de tu argumento y el
desorden de tus intentos. Con esto quiero decir que siempre te hago
cambiar de caminos, siempre quiero que entiendas lo que digo pese a
lo incomprensible de mis palabras y siempre consigo alterar, en parte
o totalmente, algunos tramos de tu rutina. A veces, como hoy, te
prometo cosas que pueden hacerte sentir orgulloso de ese cambio
inesperado. Y en verdad no es así, porque, dirás, "y la
conversación que me dijiste que nos acompañaría hasta la estación,
¿qué? ¿dónde está?" Y, desde ahí, desde el asiento en el
que quizás me ignores, tienes razón. No te culpo por ello. En
realidad soy algo egoísta... aunque qué te voy a contar yo a ti.
Mírame, no hemos soltado una palabra hasta que nos hemos sentado
aquí y sin embargo esa conversación que te ha mantenido absorto
hasta hora, en la que tú inventabas el contexto y a la que,
aparentemente, yo era ajena, no la olvidaré al apearnos en la
próxima estación. Tampoco creo que lo haga mañana. Ni pasado.-
señaló con disimulo hacia las dos mujeres que antes yo observaba-
Las mirabas. Yo también lo he hecho y he pensado muchas cosas acerca
de ellas. Ni siquiera sé si hemos coincidido en alguna de ellas. Yo
he decidido que la mujer más joven tiene cuatro hijos. En las dos
bolsas que protege entre sus brazos guarda la comida de apenas dos
días. El sueldo con el que vive es débil, de piernas cortas. Su
marido ya no está. No quiere a nadie, pero quiere quererse a sí
misma. Creo que en lo que hemos coincidido es en lo sumida que parece
estar en la voz de sus pensamientos. La otra mujer, la más mayor, la
que de vez en cuando acompaña a sus palabras agitando el bastón, ha
recitado al menos cuatro obras de mil páginas cada una y, aunque he
intentado seguirla, sus palabras me han parecido tan banales que me
ha parecido que poco a poco le he ido bajando yo misma el volumen. La
otra, como a ti, me ha llamado más la atención. Sin embargo sé que
todavía no te has percatado de que es sordomuda. No está apartada
de la conversación. La ausencia de voz, por lo general, trae una
sensación de lejanía y dispersión. Por lo menos a mí. Esa lejanía
que vemos es el tiempo que ella emplea en leer los labios de la otra
señora. Como nuestra atención ha insistido en quedarse en mi chica
insatisfecha con la vida, se nos ha pasado por alto cómo la señora,
insistentemente, marcaba sus palabras con gestos, moviendo con
inseguridad sus dedos. Mi chica insatisfecha, aunque a veces se
dispersaba mirando por la ventana, respondía asintiendo. A veces
precisaba algo con los dedos, pero vamos, que me ha costado darme
cuenta. Sé que a ti también. Sé también que seguramente esa
visión tan pesimista que tengo yo de las vidas ajenas tú no la
construyes en tu mente. Tú te habrás dicho que, si sonreía, era
porque después le esperaba algo mejor. Tú eres así. Siempre has
anhelado la felicidad. Tú tienes una versión a veces demasiado
optimista del mundo. Tú sientes debilidad por las escenas
tranquilas, seguras, armónicas. Siempre me he dado cuenta con qué
ternura miras a las parejas. Cómo se te escapa un suspiro atravesado
por una media sonrisa al ver a dos ancianos agarrados de la mano.
Admiras ver cómo el amor, cómo el dolor que lo subraya, en
ocasiones no separa de por vida a las personas. Yo también me
estremezco con esas escenas.
Con
todo esto quiero darte a entender de lo mucho que hablan los
silencios. A veces aúllan. A mí suelen chillarme. Siempre he de
girarme para presenciar sus llamadas. Tú nunca me has hablado de
esto. Nunca me has contado por qué te gusta ser espectador de esas
situaciones y tampoco quiero que ahora te veas forzado a contármelas,
sé que llevo razón. Sabes que llevo razón. Seguro que muchas veces
tú atisbas algo muy valioso en mis silencios. Yo ahí ya me pierdo,
pero en verdad creo que tengo una capacidad algo desarrollada para
destriparlos. O no. No lo sé. Lo siento de ese modo. Por todo mi
cuerpo. A lo mejor es esa transición entre el otoño y el invierno.
Quién sabe.
Los
términos medios no eran algo conocido por Wintumn. Cada vez que
intervenía, cada vez que relataba algo, o era demasiado escueto, o
demasiado extenso. De todas formas, si sus intervenciones eran
cortas, era porque ese acontecimiento, pensamiento o sensación
requería de una concisión y brevedad rotundos. Si era largo se
cumplía lo mismo pero a la inversa. Wintumn sabía cómo dirigirse a
las personas. O al menos sabía cómo dirigirse a mí. Las palabras
siempre desnudaban a la perfección la intención de sus discursos.
Tenía una habilidad especial para eso, además de para interpretar
los silencios, claro.
Bajamos
dos paradas más tarde, sumidos de nuevo en el silencio. Me despedí
de aquellas mujeres sin pronunciar ni una sola palabra y seguramente
Wintumn me secundó. O yo a ella.
Mi
respuesta, al parecer, se quedó en el camino de ida, atrapada entre
el hielo que empezaba a cubrir las aceras.
Es genial poder perderse entre tus letras.
ResponderEliminar(Llevaba mucho sin pasarme por aquí, y eso no es bueno)
Cada vez me alegro más y más de poder leerte de nuevo. :)
ResponderEliminarMe encanta *^* Es la primera vez que me paso, y sólo con leer unos párafos, ya soy parte de tu caja. Te sigo.
ResponderEliminarBesos sin nombre.
(M.)