No hace mucho tiempo se olvidaron de nosotros. Olvidaron la
mirada universal que enfocábamos desde nuestros asientos. Olvidaron que la
espera nos arrebataba el juicio, que los escondites se descubrían y nos
señalaban amenazantes. Olvidaron las invitaciones de toda una generación que
existía bajo las sombras. Declinaron intenciones ahogadas en las grandes
ciudades. Olvidaron incluirnos en las nuevas páginas de un pensamiento.
Olvidaron recordarnos que no éramos nada. No tardó en presidir la velocidad del
impulso sobre las cortas distancias. Pronto nos vimos encerrados, sin voz ni
fuerza en las piernas para calmar la agitación de un tráfico que atravesaba los
días a una velocidad de infarto. Sus vidas simplificaban con torpeza la
ausencia que ignoraban y creían dejar atrás con rutinas aglutinadas en las
autopistas, con réplicas impresas que regulaban los controles de su
personalidad y con sentencias hundidas en un mundo al que asfixian. Nuestras
posibilidades perdían su nombre sin discreción, nuestra existencia apenas
interpretaban un parpadeo. Desapareció con el tiempo el frío y el calor, el
norte y el sur, el suelo y la bóveda celeste. Ahora logramos enfocar con dolor
un horizonte que oscila, jugando con la entrada y la salida del sol. Somos el
silencio que le arrebata la continuidad a un sueño. Somos el último recurso de
un recurso agotado. Somos el último hálito de una enfermedad crónica.
Como somos el verbo ser que ya nadie nos interpreta, nos
conjugamos en la inconsciencia. Jugamos con los recuerdos y anhelos disfrazados
de inocencia. Es por eso por lo que podemos decir, sin miedo a equivocarnos,
que las personas han olvidado quiénes somos.
Pronto me vi solo, esperando un grito, una llamada, una
figura conocida, un latido, un soplo más de aire. Y solo seguí esperando, con
mis miembros casi ahogados, amordazados por un silencio, por una ausencia
infinita que se repetía a cada minuto, a cada esperanza que, no obstante, se
perdía en esa realidad válida, casi homologada, con firma y sello, compañía y
reconocimiento.
Recordé mis tiempos de gloria, veranos en los que conmovía
corazones atormentados, en los que me salía de las líneas que se sucedían, de
las páginas numeradas y contemplaba mi nueva figura más allá de unas solapas
desgastadas y de una portada innovadora. Pasaba de ser una personaje a una
figura con sombra. Y recorría ambos mundos, y me alimentaba de ambas vidas.
Alguien me hizo tan real como el resto.
Nada pude hacer, me muero en una estantería congestionada
por el polvo. Mi vida se acaba. Y quién sabe, puede que resulte agradable, pero
este anhelo que reduce mi pequeño corazón a escombros me está haciendo este
final insoportable.
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