(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


lunes, 25 de junio de 2012

No hace mucho tiempo se olvidaron de nosotros.


No hace mucho tiempo se olvidaron de nosotros. Olvidaron la mirada universal que enfocábamos desde nuestros asientos. Olvidaron que la espera nos arrebataba el juicio, que los escondites se descubrían y nos señalaban amenazantes. Olvidaron las invitaciones de toda una generación que existía bajo las sombras. Declinaron intenciones ahogadas en las grandes ciudades. Olvidaron incluirnos en las nuevas páginas de un pensamiento. Olvidaron recordarnos que no éramos nada. No tardó en presidir la velocidad del impulso sobre las cortas distancias. Pronto nos vimos encerrados, sin voz ni fuerza en las piernas para calmar la agitación de un tráfico que atravesaba los días a una velocidad de infarto. Sus vidas simplificaban con torpeza la ausencia que ignoraban y creían dejar atrás con rutinas aglutinadas en las autopistas, con réplicas impresas que regulaban los controles de su personalidad y con sentencias hundidas en un mundo al que asfixian. Nuestras posibilidades perdían su nombre sin discreción, nuestra existencia apenas interpretaban un parpadeo. Desapareció con el tiempo el frío y el calor, el norte y el sur, el suelo y la bóveda celeste. Ahora logramos enfocar con dolor un horizonte que oscila, jugando con la entrada y la salida del sol. Somos el silencio que le arrebata la continuidad a un sueño. Somos el último recurso de un recurso agotado. Somos el último hálito de una enfermedad crónica.
Como somos el verbo ser que ya nadie nos interpreta, nos conjugamos en la inconsciencia. Jugamos con los recuerdos y anhelos disfrazados de inocencia. Es por eso por lo que podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que las personas han olvidado quiénes somos.

Pronto me vi solo, esperando un grito, una llamada, una figura conocida, un latido, un soplo más de aire. Y solo seguí esperando, con mis miembros casi ahogados, amordazados por un silencio, por una ausencia infinita que se repetía a cada minuto, a cada esperanza que, no obstante, se perdía en esa realidad válida, casi homologada, con firma y sello, compañía y reconocimiento.
Recordé mis tiempos de gloria, veranos en los que conmovía corazones atormentados, en los que me salía de las líneas que se sucedían, de las páginas numeradas y contemplaba mi nueva figura más allá de unas solapas desgastadas y de una portada innovadora. Pasaba de ser una personaje a una figura con sombra. Y recorría ambos mundos, y me alimentaba de ambas vidas. Alguien me hizo tan real como el resto.
Nada pude hacer, me muero en una estantería congestionada por el polvo. Mi vida se acaba. Y quién sabe, puede que resulte agradable, pero este anhelo que reduce mi pequeño corazón a escombros me está haciendo este final insoportable.

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