(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


viernes, 6 de julio de 2012

Nunca.





Es dolor, es angustia, quizá confusión, probablemente impaciencia lo que se desprende de esa máscara descascarillada. Una lágrima, y luego otra, se detiene entre las pestañas. Duda, retrocede, empaña sus pupilas dilatadas, sus súplicas emborronadas. Titubea su mirada.
Me tiemblan las piernas, un latigazo casi eléctrico recorre mi columna. Quiero dejar de mirarlo, dejar de entender las emociones que leo entre líneas, hacer que no entiendo esa causa que ojalá me fue fuese desconocida, que me escruta, que me señala y me acorrala casi interrogante. No quiero pronunciarme. No quiero delatarme. Quiero convencerme de lo que evito confesarme.
Dame una puerta, planea mi propia huida. Para cuando te gires la habitación estará vacía.


Los codos aúllan, el pecho revienta. Las lágrimas tropiezan, se agolpan, disputan. Las retengo y me disuelvo en una nebulosa. Tierna y arrebatadora, incluso dulce y alentadora. Se muerde los labios, sus dedos juegan con los pliegues de su vestido. La indecisión, puede que la incertidumbre, calcifica sus articulaciones, el miedo le arrebata la voz. La piel de sus brazos se eriza y un escalofrío la hace agitarse sobre la silla.
Está despeinada. Vacila confusa a apenas un metro de mí y sé que la oigo a kilómetros. La necesito con cada extremo de mi cuerpo. Y lo sabe.


Sumida como estaba en los sótanos de mi memoria, encerrada como estaba en los confines de mi propia tragedia, no sabía qué sabía un roce, cómo sonaba la vida cuando te sentían y querían más que a la suya propia. No vi venir un corazón desbocado ni una rutina de vértices casi poéticos. E ignorante me enamoré, me fundí y me resguardé en la métrica, en un verso endecasílabo y en algún que otro quiasmo. Naufragué embriagada entre estrofas, entre rimas asonantes y entre quebrados ocasionales. Me enamoré del amor, de sus palabras azotando mi piel, del latir impreciso de mi corazón, inexperto, débil y contrariado.


Se enamoró de mi entrega. Se enamoró de la forma, de la silueta y de los amaneceres que el amor le prometía. Se enamoró de un beso, de un “te echo de menos”. Se enamoró del hecho de sentirse amada por vez primera. Y yo que me debato entre huir o desistir, sé que nunca estuvo enamorada de mí. 

1 comentario:

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.