(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


domingo, 17 de marzo de 2013

Una historia de lo que es llevar Gran Vía en la piel.





Hoy os voy a contar una historia. Una historia de lo que es llevar Gran Vía en la piel, de cómo la silueta de Madrid traza de principio a fin mi espalda. Os voy a contar mi historia. Mis señas, mis coordenadas, mis huellas, el eco definitivo que recorre mis costillas.

Quizá tenga muchas historias que contar, muchas carreras en el patio de mi primer colegio, mi primer examen suspenso, mi primer poema en una hoja cuadriculada, mi primera mascota, mis primeros fracasos o cómo empecé a vivir engullida por el hastío, cómo me convertí en la sílaba átona, entre las sombras de una frase inacabada, de la última palabra emborronada, esa última palabra que nunca debió escribirse. Quizá. Pero acabé perdiéndome una vez más en Madrid. Empecé tropezando entre la muchedumbre, inundé las esquinas de Gran Vía, enterré mis ganas en Cibeles, apagué la ciudad a pasos pequeños. Huí, como siempre, en trenes. Me escondí entre la inercia del penúltimo vagón y levanté la mirada. Estaba yo dibujada en el fondo negro del cristal. Ladeé la cabeza en un gesto compasivo, me vi dividida, desperdigada en el suelo, viendo resbalar mis piezas por debajo de los asientos. Quise levantarme, quise prometerme algo mejor, quise limpiarme las lágrimas. Pero ahora buceo entre las sábanas, escalo por su cuello, me enredo en su pelo y me dejo caer por sus pestañas y sé que nada de eso me hizo falta. No me levanté del asiento. Vino él a construirme el mundo. Vinieron sus manos a rodearme la cintura, vinieron sus dedos a repasar mi perfil desolado, vino su voz a llenar mis calles, mis túneles, a cantarme mientras me enfundo los calcetines, a salvarme la vida, a dármela. Vino su risa a ser el motivo de mi felicidad, vinieron sus brazos a obligarme a volar. ¿Y queréis saber algo más? No necesito contaros nada más. No importa la primera vez que salí corriendo, sino la primera vez que corrí hacia él. Porque mi historia no empieza antes, mi historia empieza en el segundo exacto en el que empezó a apartar los escombros de mi edificio en ruinas. Todo empieza ahí. Todo empieza en él. Mi vida empieza cada vez que pronuncia mi nombre. No me busquéis más allá de donde empieza y acaba su sombra, no me vais a encontrar.
Sé que eres mi principio por la forma que tengo de latir cada vez que apareces en cualquier rincón, por cómo me acurruco siempre que me dejas caer en tu regazo, por verte entre tanta gente y saber que eres tú. Y sé que eres tú porque sólo encuentro mi lugar cuando estoy en tu cama, sé que eres tú porque es justo aquí, dejándome el aliento en tu nunca, donde necesito estar. Sé que eres tú porque se me va la vida en quererte, porque te quedas en la estación mientras mi tren avanza y yo me rompo. Porque siempre vienes a enseñarme de nuevo la ciudad. Eres tú. Eres tú siempre que nos dibujo en tu espalda. Que si quiero agotarme es de quererte, de necesitarte, de echarte de menos.
Nunca estoy segura de nada. Me cuesta decidir qué ponerme, me cuesta convencerme para levantarme de la cama, vacilo demasiado frente las estanterías. Pero, créeme, nunca he estado tan segura de nada. Nunca lo habían gritado tanto mis nudillos, mis hombros, mis rodillas, cada una de mis articulaciones. Te quiero. Te quiero de principio a fin.

Gracias por construirme de nuevo el mundo. Gracias por vivir en él conmigo. Gracias por hacerte protagonista de mis días, por ser el esqueleto que me mantiene en pie, por darme la vida.
Gracias por aparecer aquel día en Callao. Gracias por ser mi piel. 
Eres mi ciudad favorita en el mundo.
Eres lo mejor que me ha pasado nunca. Y lo he dejado escrito en tu piel, en nuestras esquinas. Recuerda que te he querido como a nadie.
He empezado a escribir nuestra historia.
Eres mi historia. De principio a fin.

Te quiero.


4 comentarios:

  1. Qué me gusta verte así, preciosa :)

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  2. Siempre te ha costado separar las costillas para dejar ver qué esconden. Pero lo hiciste. Lanzaste clavos que atravesaban flores, y terminaban su trayecto en mi. Me enseñaste que hay un dolor más fuerte del cual yo ya no me acordaba, y me enseñaste que merece la pena que seas tú, mi pequeño planeta, quien duela. No eres todo espinas, son malas decisiones, son personas que son escoria quienes hirieron tu tallo.
    Y te he visto crecer. Te he visto ser feliz. Te he visto reír. Te he visto hacer que Madrid se quedase pequeña en un abrazo. Te he visto poner en pausa el mundo para darme un beso, y los trazos de tus uñas en mi espalda. Ya nadie puede contigo. Gracias por escribirme, por darme más vidas, gracias por dejarme ser tu pequeño satélite.

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  3. Me has puesto los pelos de punta... Como diría Pereza "eres mi rincón favorito de Madrid". Enhorabuena por el don que tienes y gracias por hacernos sentir como lo haces.

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