(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 11 de mayo de 2013

Y es él quien es feliz sin mí.

Estaba a mi lado. Hablaba, tarareaba, balbuceaba, no lo sé, no sé qué hacía. Pero había un hombre a mi lado aquella interminable tarde de domingo. Había un hombre a mi lado que, creo, hablaba de algo, y me hablaba a mí, y con una sonrisa ensayada al detalle fingía atender aquel tiroteo de palabras. Bajábamos la calle rompiendo el único silencio que podía salvarnos.

Y de repente apareció. Surgió tras aquel rincón, y de pronto los pocos metros que lo separaban de la muchedumbre se expandieron ante mis ojos, y sus tejanos desgastados, sus deportivas, su silueta pasaron a abarcarlo todo. Y ella, aquella chica de su mano. Y su sonrisa vistiéndole la primavera, y su porte de niña pequeña rodeándole la espalda. Ella y sus dedos entrelazados a los de él. Ella cambiándole la vida, borrando mi recuerdo. Y él mirándome, diciéndome, gritándome que es a ella a quien quiere, señalándome las carcajadas por las que daría la vida, desvelándome el aliento que se clava cada mañana en su almohada. Carcajadas que poco tienen que ver con estos gruñidos que emito cada vez que intento satisfacer como mejor puedo al resto. Un aliento que no acaba de desvanecerse junto al cigarillo que he dejado caer. Me está diciendo que es feliz con ella, con ese metro sesenta y seis y que nunca lo fue con mis medidas ni con mis mentiras a medias. Que es ella y no yo. 

Soy yo quien sigue bajando esta calle sabiendo lo que fue y que no fue nada. Y es ella quien la sube y me detalla las dimensiones de los ventrículos que destrocé.

Y es él quien es feliz sin mí.

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