Seguía apoyada en la almohada, con la mirada circundando el
vacío. La boca entreabierta, las lágrimas cercando sus pupilas. Las ventanas
estaban abiertas y enero colándose en la habitación. Ella desnuda e inmóvil
sobre la cama. Yo enfrente, tiritando bajo una sábana desgastada. Trataba de
atraer su mirada en vano. Poco a poco me escurrí sobre el colchón y empecé a
vestirme. Miré a mi alrededor y con sigilo cerré las ventanas, eché las
cortinas, coloqué su ropa interior al pie de la cama y me acerqué. La abracé.
La sostuve durante dos minutos. Arropé a lo que parecía un cuerpo inerte. Me
despedí. Me dirigía a la puerta mientras sorteaba las cajas de libros y ropa
que se apilaban en el pasillo. Ella me adelantó, aceleró el paso y aún desnuda
echó el cerrojo de la puerta. Me agarró de la mano y me llevó de nuevo a la
habitación. Cerró la puerta con pestillo y volvió a la cama.
-Tú aún me quieres. Tú me quieres. No te voy a dejar ir
cuando sé que me necesitas.
Temblé. El mundo cayó ,rodó, se agitó, tiritó y luego se partió en dos.
-Puede que ahora creas que no. Basta que esperes lo
suficiente para que vuelvas a quererme como me has hecho creer esta noche. Yo
también estoy esperando y ni siquiera tengo ropa. Y tú vas a esperar aquí
conmigo. Vamos a esperarnos.
La espera de un posible amor y la desnudez de ella me recuerda a una primera vez. A esa entrega en donde dos almas se unen y con el paso del tiempo se han resquebrajado. Por falta de confianza o de complicidad y la esencia de recuperarlo, asusta. Inhibe.
ResponderEliminarEs la primera vez que te comento. Aunque no hace mucho que te leo, pero con la conexión que tuve contigo con Murakami vi que tenias blog y hoy, después de leerme varias entradas, pues quería dejarte un comentario.
Tienes mucho talento. Me gusta mucho como escribes Rocío. Eres grande ;)
Un besazo enorme.