(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


martes, 4 de septiembre de 2012

Sólo pido a alguien junto a mí cuando el mundo se apaga.




La milésima de segundo que tarda un pestañeo en olvidarse de sí mismo. El segundo y medio en el que un paso se abandona. El segundo exacto en el que un latido se te atraganta cuando no sabes qué responder. Los cinco segundos que empleo en enfocar el techo cada mañana. Los tres segundos que me bastan para convencerme de que siempre es un día más. Los ocho segundos que tardo en enfundarme los calcetines, ambos de distinto par. Los diez segundos en los que tardo en pronunciar la frase que absorbe e impulsa mis ganas. Los dos segundos suficientes para romper una promesa. El minuto y medio que acaba con un silencio involuntario. La hora y media en la que salto para echar de menos el tráfico de mi ciudad. Los siete segundos que necesito para olvidar qué es olvidar.

Soy efímera. Tan efímera que me basta una mirada de veinte segundos para desaparecer de la vida de una persona. Todo en mi vida se mueve gracias a instantes casi imperceptibles, por lazos mal anudados que siempre se deshacen antes de tiempo. Un hilo deteriorado que se rinde cuando apenas he empezado a atravesarlo. Y cuando la vida aguanta más de lo esperado, me aferro a las falsas ilusiones, a los mapas inexactos y emborronados de una esperanza tan sólo delineada, con el pulso temblando, con el miedo manejando la punta de mis dedos, las intenciones de mis palabras.  Siempre soy yo quien se rinde antes que cualquiera. Nada me ha durado lo suficiente. Ni siquiera creo que una vida me sea suficiente para poder saber qué es vivirla. Todo dura apenas unos segundos. Tan pronto me agarro a las cosas, me suelto y caigo. Nunca vivo contemplando los mismos escenarios. Soy tan efímera que dependo de las huidas.

Y no quiero horas ni años que me enseñen ver el recorrido de un minuto que antes se me antojaba interminable. Porque no pido una vida siempre entre las mismas vestiduras. No pido una carretera sin curvas. No quiero promesas cumplidas. No quiero amaneceres idénticos y tampoco quiero saber qué significa realmente el sentir siempre en pretérito perfecto. No pido señalizaciones, no pido reglas fijas, relaciones duraderas ni mirar siempre por las mismas ventanas.
Sólo pido madrugadas bajo los efectos del viento del otoño más frío. Sólo pido un trayecto en silencio, un trayecto colmado del sonido casi sordo de la suela contra el asfalto. Una noche cuesta abajo junto alguien que pueda entender la cobardía de una voz apunto de apagarse. Una noche de alguien que juegue hasta con las siluetas de mi sombra. Una madrugada entre un juego de miradas desenfocadas. Una madrugada sin salvar distancias. Una noche que sirva para mirar cómo las rodillas se quiebran, cómo el frío te eriza la piel. Una madrugada compuesta por la espera.
Yo sólo pido a alguien que me acompañe cada madrugada. Da igual que sea abril, septiembre o la noche más fría de diciembre. Sólo pido a alguien junto a mí cuando el mundo se apaga.

4 comentarios:

  1. Creo que este puede ser el mejor texto que he leído en tu blog. Me has echo estremecerme y emocionarme y eso es difícil cuando se refiere a un texto. Y me has echo replantearme todo. Gracias

    ResponderEliminar
  2. No tengo palabras para expresar cuanto me ha llegado. Al alma.

    ResponderEliminar
  3. Pocas veces he sido capaz de sentirme tan dentro de lo que leo como cuando he leído el texto, es maravilloso :)

    ResponderEliminar
  4. No sé como llegue aquí, pero llegue... muy bueno el texto.

    ResponderEliminar

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.