La milésima de segundo que tarda un pestañeo en olvidarse de
sí mismo. El segundo y medio en el que un paso se abandona. El segundo exacto
en el que un latido se te atraganta cuando no sabes qué responder. Los cinco segundos que empleo en enfocar el techo cada mañana. Los tres segundos que me
bastan para convencerme de que siempre es un día más. Los ocho segundos que
tardo en enfundarme los calcetines, ambos de distinto par. Los diez segundos en
los que tardo en pronunciar la frase que absorbe e impulsa mis ganas. Los dos
segundos suficientes para romper una promesa. El minuto y medio que acaba con
un silencio involuntario. La hora y media en la que salto para echar de menos
el tráfico de mi ciudad. Los siete segundos que necesito para olvidar qué es
olvidar.
Soy efímera. Tan efímera que me basta una mirada de veinte
segundos para desaparecer de la vida de una persona. Todo en mi vida se mueve
gracias a instantes casi imperceptibles, por lazos mal anudados que siempre se
deshacen antes de tiempo. Un hilo deteriorado que se rinde cuando apenas he
empezado a atravesarlo. Y cuando la vida aguanta más de lo esperado, me aferro
a las falsas ilusiones, a los mapas inexactos y emborronados de una esperanza
tan sólo delineada, con el pulso temblando, con el miedo manejando la punta de
mis dedos, las intenciones de mis palabras.
Siempre soy yo quien se rinde antes que cualquiera. Nada me ha durado lo
suficiente. Ni siquiera creo que una vida me sea suficiente para poder saber
qué es vivirla. Todo dura apenas unos segundos. Tan pronto me agarro a las
cosas, me suelto y caigo. Nunca vivo contemplando los mismos escenarios. Soy tan
efímera que dependo de las huidas.
Y no quiero horas ni años que me enseñen ver el recorrido de
un minuto que antes se me antojaba interminable. Porque no pido una vida
siempre entre las mismas vestiduras. No pido una carretera sin curvas. No quiero
promesas cumplidas. No quiero amaneceres idénticos y tampoco quiero saber qué
significa realmente el sentir siempre en pretérito perfecto. No pido
señalizaciones, no pido reglas fijas, relaciones duraderas ni mirar siempre por
las mismas ventanas.
Sólo pido madrugadas bajo los efectos del viento del otoño
más frío. Sólo pido un trayecto en silencio, un trayecto colmado del sonido
casi sordo de la suela contra el asfalto. Una noche cuesta abajo junto alguien
que pueda entender la cobardía de una voz apunto de apagarse. Una noche de
alguien que juegue hasta con las siluetas de mi sombra. Una madrugada entre un
juego de miradas desenfocadas. Una madrugada sin salvar distancias. Una noche
que sirva para mirar cómo las rodillas se quiebran, cómo el frío te eriza la
piel. Una madrugada compuesta por la espera.
Yo sólo pido a alguien que me acompañe cada madrugada. Da
igual que sea abril, septiembre o la noche más fría de diciembre. Sólo pido a
alguien junto a mí cuando el mundo se apaga.
Creo que este puede ser el mejor texto que he leído en tu blog. Me has echo estremecerme y emocionarme y eso es difícil cuando se refiere a un texto. Y me has echo replantearme todo. Gracias
ResponderEliminarNo tengo palabras para expresar cuanto me ha llegado. Al alma.
ResponderEliminarPocas veces he sido capaz de sentirme tan dentro de lo que leo como cuando he leído el texto, es maravilloso :)
ResponderEliminarNo sé como llegue aquí, pero llegue... muy bueno el texto.
ResponderEliminar