(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 21 de noviembre de 2009

¿Dónde te metes, querido amigo?

Querido amigo:
Quizá sea inoportuno y descabellado escribirte ahora, después de tanto tiempo, pero no sé, me picaron las ganas cuando apareció tu nombre a colación en una de mis conversaciones con mi psicoanalista.
¿Me recuerdas? Quizá no me interese saber que sí, que aún tengo un sitio reservado en tu cabeza, pero no sé si me interesa saber lo opuesto. No sé si de verdad quiero saber que mi rostro ha sido borrado de tus recuerdos y no sé si quiero saber que ya no sea ni una ínfima parte de ti. Pero soy tan curiosa que aún negándome una y otra vez, estoy segura de que acabaría buscando en los más recónditos lugares para obtener un poquito de información, aunque ésta duela, sé que acabaré con mi propósito. Asi que te dejo a ti la opción, ¿me lo dirás?
Quería decirte que aún recuerdo nuestro lenguaje de signos al lado del quiosco, fuiste tú quién me enseñó a hacerlo. Luego, después de acabarnos los ladrillos de azúcar, espérabamos en el bordillo, en el mismo bordillo en dónde tú me levantaste. En donde tu diiste siempre, ¿acaso eso se te ha olvidado? Porque no, querido, no. Yo nunca olvidé esas siete letras y cada vez que llegan a mis oídos, inmediatamente se enlaza con tu imagen. Tu imagen. Cuando te marchaste era tan detallada que podía contar una a una, cada una de tus pestañas, pero el tiempo siempre rasga los detalles y es ahora cuando te veo borroso, cuando no sé si tenías 130,80, 60 ó 25 pestañas. Solía comparar los colores de tu pelo con el negro de la pizarra o con el negro de la funda de tu regla milimetrada, ¿eso ha cambiado? Si es así, ¿cómo es ahora? ¿es como la arena húmeda?. No sabes cuánto me cuesta adaptarme a tus posibles cambios, temo a encontrarme contigo por las calles y no reconocerte, pero eso cambió cuando te divisé en la acera contigua a mi calle. Y no, tu pelo no era como la arena húmeda, seguía siendo negro pizarra y tus pestañas eran igual de espesas, como las recordaba. Fue ahí cuando me percaté de que, vayas a donde vayas, hagas lo que te hagas, siempre sabré que eres tú. ¡Eres tan inconfundible!. Me quedé inmóvil observando ridículos detalles, algunos cambiaron pero otros seguían tal y como recordaba, pero aún así mis piernas comenzaron a tambalearse cuando volviste la cabeza y me observaste.
Aún estaba ahí clavada cuando saliste del bar con tus amigos. Sé que sabías que no paraba de observarte, y eso te ponía muy nervioso. Siempre te ha puesto nervioso que te mantengan tanto la mirada, por eso dabas esas miradas, efímeras. Caí de rodillas cuando giraste la esquina, ¿realmente no me reconociste? ¿Fue el maquillaje de mis ojos o el color anarajando de mi pelo? ¡¿Qué fue?! Porque puedo jurarte que quitaría el maquillaje y el tiempo para poder hacer que me recuerdes. Para poder verte correr con los brazos abiertos hacia mí. Es ahora cuando siento dolor al verte andar con indiferencia, y con tus saltarines pasos. Cuando me duele haberme escondido para que no me encontraras en las salidas del colegio, porque yo decía que me agobiabas. Perdóname, pero sabes que no aguanté mucho tiempo en mi escondite, nada comparado con el tiempo que llevas tú en el tuyo, ¿me dirás cuál es algún día?
Te echo de menos, y me he jurado no volver a llorar por ti, asi que no me hagas quedar como una tonta ante mis propios ojos, por favor.
Solo quiero una cosa. Quiero que me escribas. Quiero que busques por todos lados palabras que mantengan al planeta en equilibrio sin necesidad de un satélite. Quiero que esas palabras marquen un inicio en el universo y que aporten una importancia colosal a las personas más insignificantes. Quiero que las metas en una botella y las tires al mar, alguien acabará cogiéndolas, entonces serán leídas. Serán palabras que logren estremecer a todos los seres humanos. Serán palabras con vida, y, por último, quiero que les des vida a esas palabras. Quiero que hagas mundos con ellas. Y quizá creas que pido demasiado, pero sólo te estoy pidiendo que me escribas. Que me digas que te pasa en este instante por la cabeza. Que me digas que mi carta te ha llegado. Que me digas que las has abierto tú. Que me digas woah. O que al leerla se te suelten pequeños silbidos ahogados. Cuando reciba eso, la Tierra dejará de tener Luna, y el origen del universo no será la teoría del Big Bang. Cuando lo reciba cobraré importancia y podré significar algo, o al menos para tí. Cuando lo reciba lograré creer que existo en el universo y después de eso imaginaré planetas sin satélites y cosas descabelladas como las que te he contado, pero yo tengo una cosa para ti. Si lo recibo te invito a un viaje a Venus. Bajo su espesura tomaremos el Sol y haremos castillos de arena. Cuando nos venga una oleada de inspiración haremos una barquita de papel y remaremos con bolígrafos en océanos de dióxido de carbono, y cuando hayamos escrito la novela más aclamada de la historia, en lo alto de los relieves observaremos sus dos amaneceres. No hace falta volver si tú no quieres, por ti en Venus, en Urano, en Andrómeda o en Betelgeuse.
Mientras, permanceré anclada en la rutina, una rutina que el tiempo hará eterna si tardas demasiado en llegar. Pero me da igual, ya te he dicho que si es por ti, en cualquier lugar, y si es por ti me da igual el tiempo, los años y el envejecimiento. Por ti, querido amigo, todo.
Te quiero, Pedro.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.