(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 14 de junio de 2014

Akiko

Akiko vestía un  plumífero largo que le llegaba hasta las rodillas, se había echado el flequillo al lado y, olvidando su costumbre, cerró la puerta de su apartamento con llave. Al verme me besó y, guiándome, bajó las escaleras saltándose escalones. Me preguntó si quería ir a algún sitio en concreto. Le dije que no, que podía elegir ella. Me agarró de la mano y al salir del portal, giramos a la izquierda, rodeando nuestro bloque, hasta llegar a la parada de autobús. Me pagó el billete y nos sentamos en los asientos que quedaban justo detrás del conductor. En el trayecto apenas hablamos. Akiko tampoco hizo nada destacable, todo parecía normal, pero por alguna razón que en ese momento no comprendí, nada de lo que sucedía era normal.

Entramos a un restaurante de comida rápida, buscamos mesa y mientras Akiko se quitaba las capas de ropa pregunté:

-¿Qué quieres que te traiga?

Giró la cabeza bruscamente hasta el panel de menús, entornó los ojos y dijo:

-Tráeme donburi. ¿Crees que el imagawayaki de aquí será bueno? Bueno, de todas formas tráemelo para el postre. De beber refresco de lima.

-Pensaba que odiabas los imagawayaki. ¿De lima? ¿De verdad? No te gusta la lima, Akiko.

-Te esperaré aquí, no me pierdas de vista.

Sin más me acerqué al mostrador y, junto a la extraña elección de Akiko, pedí un bol de gyudon para mí. Con la bandeja en las manos, vi cómo Akiko estiraba el torso para intentar ver la ventana por encima de los cuerpos que empezaban a ocupar las mesas de todo el local. Nada más dejarla sobre la mesa, cogió su cuenco, los palillos y empezó a comer sin apenas mirarme. Mientras yo seleccionaba los trozos de carne que iba a llevarme a la boca, alargó el brazo derecho y cogió un pellizco de arroz de mi plato.

-Hoy me comprado delineadores de colores. Aún no me has dicho cómo me queda el azul. ¿Te gusta?

-Sí, te queda muy bien.

-El viernes a lo mejor voy con Kyoko al karaoke. Si quieres puedes acompañarnos.

-¿Kyoko?

-Una compañera del trabajo con la que estoy hablando últimamente. Es simpática.

Nada de lo que salía por su boca era propio de ella. A medida que iba avanzando el día, me iba dando cuenta de lo poco Akiko que estaba siendo Akiko. Era una mujer de tener por norma muchas cosas. Si fuese organizada podría ocupar varias estanterías con todas aquellas cosas que no debería probar, hacer, decir, comprar, pensar o sentir. A menudo se prohibía muchas cosas a sí misma. Le atormentaba ver su figura deformada en el espejo. También le aterrorizaba albergar sentimientos equivocados, o actuar de forma incorrecta. De una forma descuidada, medía sus movimientos para limitar al máximo sus emociones, para no causar ninguna luz de alarma en los demás. Pero aquel día mientras comía un postre que odiaba, nada de eso parecía importarle y todas las señales de alarma estallaron. Mientras que sorbía aquel refresco con cara de desagrado, vi cómo también sus movimientos se ejecutaban de manera muy distinta a la habitual. Estaba comiendo muy deprisa, mirando hacia la ventana, cogiendo la servilleta los restos de comida que se habían quedado fuera del plato. Para beber se pidió una pajita y empezó a hundir el labio superior en su extremo para luego metérsela en la boca y empezar a hacer burbujas dentro del vaso. Se metía con demasiada frecuencia el pelo detrás de las orejas, se remangaba más veces de las necesarias el jersey y, a veces, al mirarme, sonreía forzosamente mientras ladeaba la cabeza de forma antinatural. Después, al levantarnos de la mesa, salió casi corriendo hacia la puerta. Fuera empezó a llover y empezó a corretear de un lado a otro, rodeándome con los brazos. De vez en cuando  inclinaba la cabeza hacia atrás y abría la boca mientras sacaba la lengua para recoger todas las gotas de lluvia que podía. Yo miraba desde atrás con cierto recelo,  Akiko odiaba mojarse en la lluvia.

-Estás muy extraña hoy.

-Te equivocas.

-Desde que hemos salido he notado que te comportabas de forma extraña. En primer lugar ese plumífero. Cada vez que los ves en los centros comerciales no puedes evitar mirarlos fijamente para declarar lo horribles que son. Luego en el restaurante, el imagawayaki, nunca te ha gustado. Tus ojos maquillados. Los karaokes. Andas demasiado deprisa, ríes casi obligada aunque no sé por qué, estás corriendo bajo la lluvia cuando lo normal sería que me pidieses meternos en cualquier rincón a esperar a que amaine.

Akiko fue aminorando el paso. Se quedó quieta junto a una juguetería que estaba echando el cierre. Observó detenidamente cómo todos los dependientes se aseguraban de dejarlo todo en orden, bajó la mirada y empezó a colocar un pie sobre el otro repetidamente. El pelo empezaba a gotearle y las gotas resbalaban sobre las mangas de su abrigo.

-Todo el mundo hace estas cosas de forma natural. La gente come abstraída, sonríe sin tener razones concretas, se mueven deprisa y, sin tener mucho cuidado en hacer las cosas bien, acaban saliendo como esperaban. Hay gente que anda por las calles sin ninguna clase de problemas, gente que lleva estos abrigos y que se mueven casi sin tocar el suelo.

-¿Y qué pasa con toda esa gente?

-Que en esa gente esos movimientos son naturales, no resultan ridículos ni premeditados… todo en mí está demasiado planificado. Nada en mí se atreve a improvisar. Por qué no hay nada en mí que pueda resultar igual de agradable que esa sonrisa que te devuelven cuando en el trabajo has manchado de café la fotocopiadora o cuando has respondido mal a una extranjera que te ha preguntado por el teatro más conocido de la ciudad. Por qué en todos ellos esos movimientos fluyen así y en mí se atragantan, se enredan… Por qué si lo hago yo se convierte en algo extraño. Debería ser parte de mí.

Le retiré el pelo de la cara, la besé en la mejilla y reemprendimos el camino a casa. Al llegar, me estiré bajo el futón desnudo y oí cómo Akiko hacía lo mismo segundos más tarde.


-En ti es natural tu forma de hacer cualquier cosa intentando ser lo más cuidadosa posible y acabar siempre con el puente de la nariz manchado de chocolate al beber un batido, salir a la calle con las comisuras de los labios llenas del anko de los mochi o preparar durante horas una mochila para luego salir y llevar todos los bolsillos abiertos.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado! Describes con una sencillez imposible cada una de las acciones y los hechos que transcurren en la historia; además, al utilizar elementos de la vida cotidiana, me ha atrapado mucho más ya que los he trasladado a mi entorno. No hace falta añadir que debido a todo esto invita a la identificación de uno mismo y que he estado entre líneas.

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    1. Akiko se ha convertido en una parte de mí, una parte muy especial de mí, por eso precisamente leer cosas así me hacen sentirme genial. Valoro mucho opiniones así, de verdad. Muchísimas gracias :)

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