Akiko vestía un
plumífero largo que le llegaba hasta las rodillas, se había echado el
flequillo al lado y, olvidando su costumbre, cerró la puerta de su apartamento
con llave. Al verme me besó y, guiándome, bajó las escaleras saltándose
escalones. Me preguntó si quería ir a algún sitio en concreto. Le dije que no,
que podía elegir ella. Me agarró de la mano y al salir del portal, giramos a la
izquierda, rodeando nuestro bloque, hasta llegar a la parada de autobús. Me
pagó el billete y nos sentamos en los asientos que quedaban justo detrás del
conductor. En el trayecto apenas hablamos. Akiko tampoco hizo nada destacable,
todo parecía normal, pero por alguna razón que en ese momento no comprendí,
nada de lo que sucedía era normal.
Entramos a un restaurante de comida rápida, buscamos mesa y
mientras Akiko se quitaba las capas de ropa pregunté:
-¿Qué quieres que te traiga?
Giró la cabeza bruscamente hasta el panel de menús, entornó
los ojos y dijo:
-Tráeme donburi. ¿Crees que el imagawayaki de aquí será
bueno? Bueno, de todas formas tráemelo para el postre. De beber refresco de
lima.
-Pensaba que odiabas los imagawayaki. ¿De lima? ¿De verdad?
No te gusta la lima, Akiko.
-Te esperaré aquí, no me pierdas de vista.
Sin más me acerqué al mostrador y, junto a la extraña
elección de Akiko, pedí un bol de gyudon para mí. Con la bandeja en las manos,
vi cómo Akiko estiraba el torso para intentar ver la ventana por encima de los
cuerpos que empezaban a ocupar las mesas de todo el local. Nada más dejarla
sobre la mesa, cogió su cuenco, los palillos y empezó a comer sin apenas
mirarme. Mientras yo seleccionaba los trozos de carne que iba a llevarme a la
boca, alargó el brazo derecho y cogió un pellizco de arroz de mi plato.
-Hoy me comprado delineadores de colores. Aún no me has
dicho cómo me queda el azul. ¿Te gusta?
-Sí, te queda muy bien.
-El viernes a lo mejor voy con Kyoko al karaoke. Si quieres
puedes acompañarnos.
-¿Kyoko?
-Una compañera del trabajo con la que estoy hablando
últimamente. Es simpática.
Nada de lo que salía por su boca era propio de ella. A
medida que iba avanzando el día, me iba dando cuenta de lo poco Akiko que
estaba siendo Akiko. Era una mujer de tener por norma muchas cosas. Si fuese
organizada podría ocupar varias estanterías con todas aquellas cosas que no
debería probar, hacer, decir, comprar, pensar o sentir. A menudo se prohibía
muchas cosas a sí misma. Le atormentaba ver su figura deformada en el espejo.
También le aterrorizaba albergar sentimientos equivocados, o actuar de forma
incorrecta. De una forma descuidada, medía sus movimientos para limitar al
máximo sus emociones, para no causar ninguna luz de alarma en los demás. Pero
aquel día mientras comía un postre que odiaba, nada de eso parecía importarle y
todas las señales de alarma estallaron. Mientras que sorbía aquel refresco con cara de
desagrado, vi cómo también sus movimientos se ejecutaban de manera muy distinta
a la habitual. Estaba comiendo muy deprisa, mirando hacia la ventana, cogiendo
la servilleta los restos de comida que se habían quedado fuera del plato. Para beber se pidió
una pajita y empezó a hundir el labio superior en su extremo para luego
metérsela en la boca y empezar a hacer burbujas dentro del vaso. Se metía con
demasiada frecuencia el pelo detrás de las orejas, se remangaba más veces de
las necesarias el jersey y, a veces, al mirarme, sonreía forzosamente mientras
ladeaba la cabeza de forma antinatural. Después, al levantarnos de la mesa,
salió casi corriendo hacia la puerta. Fuera empezó a llover y empezó a corretear
de un lado a otro, rodeándome con los brazos. De vez en cuando inclinaba la cabeza hacia atrás y abría la
boca mientras sacaba la lengua para recoger todas las gotas de lluvia que podía.
Yo miraba desde atrás con cierto recelo,
Akiko odiaba mojarse en la lluvia.
-Estás muy extraña hoy.
-Te equivocas.
-Desde que hemos salido he notado que te comportabas de
forma extraña. En primer lugar ese plumífero. Cada vez que los ves en los
centros comerciales no puedes evitar mirarlos fijamente para declarar lo
horribles que son. Luego en el restaurante, el imagawayaki, nunca te ha
gustado. Tus ojos maquillados. Los karaokes. Andas demasiado deprisa, ríes casi
obligada aunque no sé por qué, estás corriendo bajo la lluvia cuando lo normal
sería que me pidieses meternos en cualquier rincón a esperar a que amaine.
Akiko fue aminorando el paso. Se quedó quieta junto a una
juguetería que estaba echando el cierre. Observó detenidamente cómo todos los
dependientes se aseguraban de dejarlo todo en orden, bajó la mirada y empezó a
colocar un pie sobre el otro repetidamente. El pelo empezaba a gotearle y las
gotas resbalaban sobre las mangas de su abrigo.
-Todo el mundo hace estas cosas de forma natural. La gente
come abstraída, sonríe sin tener razones concretas, se mueven deprisa y, sin
tener mucho cuidado en hacer las cosas bien, acaban saliendo como esperaban.
Hay gente que anda por las calles sin ninguna clase de problemas, gente que
lleva estos abrigos y que se mueven casi sin tocar el suelo.
-¿Y qué pasa con toda esa gente?
-Que en esa gente esos movimientos son naturales, no
resultan ridículos ni premeditados… todo en mí está demasiado planificado. Nada
en mí se atreve a improvisar. Por qué no hay nada en mí que pueda resultar
igual de agradable que esa sonrisa que te devuelven cuando en el trabajo has
manchado de café la fotocopiadora o cuando has respondido mal a una extranjera
que te ha preguntado por el teatro más conocido de la ciudad. Por qué en todos
ellos esos movimientos fluyen así y en mí se atragantan, se enredan… Por qué si
lo hago yo se convierte en algo extraño. Debería ser parte de mí.
Le retiré el pelo de la cara, la besé en la mejilla y reemprendimos
el camino a casa. Al llegar, me estiré bajo el futón desnudo y oí cómo Akiko
hacía lo mismo segundos más tarde.
-En ti es natural tu forma de hacer cualquier cosa
intentando ser lo más cuidadosa posible y acabar siempre con el puente de la
nariz manchado de chocolate al beber un batido, salir a la calle con las
comisuras de los labios llenas del anko de los mochi o preparar durante horas
una mochila para luego salir y llevar todos los bolsillos abiertos.
Me ha encantado! Describes con una sencillez imposible cada una de las acciones y los hechos que transcurren en la historia; además, al utilizar elementos de la vida cotidiana, me ha atrapado mucho más ya que los he trasladado a mi entorno. No hace falta añadir que debido a todo esto invita a la identificación de uno mismo y que he estado entre líneas.
ResponderEliminarAkiko se ha convertido en una parte de mí, una parte muy especial de mí, por eso precisamente leer cosas así me hacen sentirme genial. Valoro mucho opiniones así, de verdad. Muchísimas gracias :)
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