(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


martes, 29 de enero de 2013

No quiero sumarle latidos huecos al olvido.




Nunca creí en Dios. Y creedme cuando digo que en ocasiones me muero de ganas de ser capaz de creer en algo, de poder hablarle a algo y que no me devuelva una cara hinchada por las lágrimas en un espejo de cualquier cuarto de baño. De poder pedirle a alguien más que a mí razones de peso por las que poder continuar. Poder confiar en algo que pueda señalar lo que me deparan los pasos aun siendo yo siempre incapaz de vislumbrar hasta el segundo próximo. No sé, supongo que son certezas, ¿no? A veces necesito certezas. No sé, cuando veo que me da miedo a caer acompañada, ser devorada y digerida por la apatía, flaqueo. Y entonces quiero rezar. Rezar a algo en lo que no creo. Rezar a las evidencias que produce ese vacío de su existencia en los restos que arrastran los desastres de la humanidad. Quiero creer. Quiero ver que algo puede no quebrarse y con ello dividir mi vida en dos mitades, a veces más, destinadas a olvidarse una de otra. Quiero creer. Creer y no sentir los dientes de esta incertidumbre contaminando lenta y dolorosamente mi razón.

Pero si me atrevo a levantar la mirada me vence la asolación que delinea las esquinas del planeta y toda posibilidad de confiar, de creer, de poder, se comprime en el aire y desaparece en cuanto vuelvo a bajar la mirada.

Sigo siendo humana. Sigo notando cómo todo se me viene grande. Sigo notando cada fracaso, sigo lamentando los próximos pero, sobre todo, sigo dominada por la nostalgia, sigo atrapada entre los anhelos. Y por eso le rezo a mis rodillas, para que no me fallen mañana de la misma forma que lo hacen hoy. Por ese motivo le rezo a mis sonrisas, para que la semana que viene sean capaces de hacerme creer que pueden mover al mundo. Le rezo a mis pestañas, para que dejen de bucear en mis llantos y le rezo a mi voz para que desafine al entonar alto las cacofonías que hacen eco aquí dentro. Le rezo a mis ilusiones, para que perpetúen esta agonía, significará que sigo viva y no por nada. Le rezo a mis noches en vela, para que mañana sean compartidas y no sólo con mi sombra enredada entre las sábanas. Le rezo a mis lágrimas, para que se sequen, les pido que no escuezan demasiado cuando vuelvan a pedirme la entrada. Le rezo a… le rezo a cada extremo de mi cuerpo, a cada resquicio de mi conciencia para que no me puedan mañana las ganas de fundirme entre el asfalto, de saltar al vacío o de sumarle latidos huecos al olvido.

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