Este autobús no me deja ni cerca del trabajo ni de ningún
punto de interés al que acuda con cierta regularidad. Este autobús no me une a
nada. Este autobús en realidad no me interesa. O no debería interesarme. Su
trayecto no me viene bien, pero tampoco me viene mal. Su trayecto debería darme
igual, ya he dicho que no me comunica con nada que tenga que ver conmigo. A
decir verdad vi esta línea el día en el que me monté por primera vez aquí.
Tengo que decir que últimamente me muevo, tropiezo y me
levanto de letargo en letargo, defendiéndome como puedo en un punto intermedio
que no significa nada, que no me dice ni me aporta nada. Simplemente estoy.
Estoy aquí, en este autobús. Estoy escribiendo y sé que no tardaré mucho en
empezar a marearme. Estoy aquí, en un intento de evadirme colándome por alguna
que otra tímida curva. No es muy tarde. Quizá sean las ocho de la tarde. Y no
siento nada. Estoy. Sólo estoy. Ocupo un asiento. Desconozco el aspecto de mi
pelo, las ojeras en las que seguro que se hunden mis ojos y me importa una
mierda si los pantalones combinan con los zapatos, si los pantalones están bien
o del revés o si debería haber planchado la camiseta que llevo puesta. No sé si
huelo mal. No sé si ahora pueda llamar la atención de alguien. No sé si sé
exactamente qué hago, por qué estoy en este autobús y ni siquiera sé si esto
realmente me importa.
Porque, veréis, esto está bien, ya que desde entonces no hay
semana que no vea a esa chica. Esa chica. Entra siempre demasiado cargada.
Maletas, mochilas a punto de reventar, instrumentos, carpetas. Atraviesa el
pasillo tambaleándose, haciendo equilibrios imposibles por llegar al final. Las
carpetas resbalan, caen, la mochila, que la sostiene sólo con un hombro, se le
desliza hasta el codo, da con el extremo de la guitarra a los pasajeros, y cuando
eso sucede, resopla, olvida el desastre tras de sí, se dirige al final y luego
regresa sin nada en las manos para recoger lo que ya todos pensábamos que iba a
dejar ahí. Seis paradas más tarde, cuatro minutos antes de que el autobús
frene, puedo oír cómo comienza a organizar todo para bajar. Y baja hacia la
puerta de salida dando tumbos, tropezando. Es agotador. Una vez está fuera, se
para y vuelve, creo, a coger fuerzas para emprender otro camino distinto, y
posiblemente de lo más cotidiano.
Es puro desorden. Desordena los colores hasta cuando viste.
El pelo también enredado, los gestos perdidos.
Nunca había visto a
nadie tan torpe. Tampoco había conocido a nadie cuya torpeza me atrapara tanto.
Es encantadora. Encantadora la forma en la rompe la paz cuando sube a este
autobús. Encantadora la mueca que dibuja su boca cuando se da cuenta que
después tendrá que ordenarlo todo. Tierna su forma de tambalearse y de ir
chocando de asiento en asiento. Arrebatadora su forma de avanzar a paso lento a
pesar de las miradas de desaprobación que la rodean siempre que los folios se le
escapan de la mano.
Por eso esto está muy bien. Por eso me gusta venir y decirme
que no soy nada. Porque me permite ver que los demás sí pueden serlo. Porque
aquí sí puedo ver la grandeza que puede esconderse entre las multitudes. Porque
aquí confluyen muchas rutinas. Aquí respiramos vidas similares. Aquí hay hueco
para los frustrados, para los que están tristes, para los que deciden morir
mañana, para los que acaban de dejar a alguien exhausto entre las sábanas, para
los que se han dado oportunidades, para los optimistas, para los que no somos nada,
para los que estamos por estar, para los que viven y para los que existen, para
los que aman a morir, para los que crecen, para los que acaban de ser
despedidos y para los que les acaban de subir el sueldo. Sitio para niños, para
reflexiones que no llevan a ningún lado y para gente que sólo se mira los pies.
Para los que no sienten nada, para quienes quieren sentirlo todo, para los que
se rinden pero también para los que se niegan a hacerlo. Y, sobre todo, sitio
para los torpes. Para aquellos a los que nada les sale bien.
Y yo subo aquí cada semana. Y ella también. Yo dejo de
escribir en mi libreta y la veo tropezar. Y no estoy enamorándome. El corazón
está tan sereno como siempre. Aburrido. Desafinando lento. Ella no me gusta.
Pero me alivia. Ella está llena de algo que seguro yo no tengo. No sé bien el qué. Lo que sí sé es que ese algo la
lleva cada semana a ese autobús con miles de objetos distintos, a llevar una
rutina. Algo que la impulsa. Algo que le ha hecho aceptar que siempre se le van
a resbalar las cosas de las manos, algo que le dice cada día cuántas veces
va a caer pero algo que le dice al mismo tiempo que se levantará.
Y es que yo estoy aquí por falta de impulsos. Quizá los
busque merodeando sobre el asfalto en un autobús cuyo olor empieza a desagradarme.
Subí aquí por puro hastío. Me vestí, me calcé y pagué mi billete. Estoy aquí y
siempre que bajo todo es igual que siempre, a tonos grises, demasiado
difuminados. Pero si subo al autobús, justo a este autobús, sé que podré ver a
al menos una persona que sé que no sólo ocupa el asiento de un vehículo, sino
que contemplaré una vida en movimiento, que va hacia delante, que no muere
ahogada siempre en el mismo charco. Y sé que no la conozco, que apenas soy
testigo de unos movimientos desafortunados, sin embargo, la miro y lo siento.
Miro a esa chica que no conozco de nada, miro a la chica más
torpe que he visto nunca y la veo llena de vida.
ME ENCANTA. No es 'me encanta' ni '¡me encanta!' Es ME ENCANTA.
ResponderEliminarYo también monto siempre en el mismo autobús. Pero no hay una chica así. Ojalá la hubiese.
Esa chica tan caótica me recuerda en parte a mí, sin duda subiría a ese autobús si tuviese que tomarlo tanto como ella. Tu relato me sirve para entretenerme antes de vivir las 7 horas de bus que me esperan hasta Madrid YAY.
ResponderEliminarBien hecho chica pájaro ^^
Jopé qué frases... a mí los textos largos siempre me echan para atrás, pero sé que los tuyos siempre contienen algo de magia, por ello hago el esfuerzo y me pongo a leer (y nunca nunca me arrepiento)
ResponderEliminarMe parece algo diferente a lo que sueles escribir. No me preguntes por qué porque no lo sé pero me parece diferente. El caso es que me gusta. Me gusta porque puedes hacer tuyas todas las palabras del mundo.
ResponderEliminar