(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


miércoles, 27 de abril de 2011

Pero, como siempre, te equivocas.


Con el semblante serio atendía en clases, sin alterar ni un centímetro la rigidez de su rostro. Estaba en la esquina de atrás y siempre esperaba a que todo el mundo saliera antes que él. Recogía despacio los libros y, mirando cómo la profesora se miraba las uñas mientras esperaba, metía el estuche en el bolsillo pequeño.
Si lo empujaban, no se giraba, ni siquiera suspiraba. Se tambaleaba entre el griterío y esperaba a que el siguiente le propinara el enésimo empujón del día.
Mientras los profesores dejaban resbalar las lecciones entre tiza o diapositivas, él las ignoraba con soltura. Los miraba a los ojos, observaba cómo sus muñecas se retorcían sobre sí mismas cuando una batalla explotaba en los siglos en los que la gente de ahora aún no latía. Si los profesores daban con su mirada, él, con una agilidad innata, las esquivaba y garabateaba cualquier frase en la agenda. En realidad la rutina señalaba su rostro y con el paso del tiempo terminaba por consumirlo. Permanecía bajo ese silencio desde la primera hasta la última hora. Y nadie decía nada. Nadie comentaba nada. Nadie lo nombraba en sus conversaciones y nadie sentía tener motivos por los que levantar la cabeza de su ombligo y mirar sobre la silla en la que se sentaba. Quizá sea yo que soy una persona algo extraña, que los desconocidos pintan muchos de los huecos vacíos que se arremolinan en mi estómago todos los días. Quizá sólo sea yo a la que le mantenga entretenida los labios mudos, los nudillos y todas esas cosas que nos atrapan en los segundos que nos atrevemos a desperdiciar. No puedo evitar mirar a una fila humana e inventar el porqué de sus pucheros, de sus párpados cerrados. Me gusta sentarme y valerme de nimiedades para saber cómo pueden moverse esas personas cuando yo no las miro.
Puedes pensar que ocupo un sitio porque sí, que, al igual que yo no me hallo en tu campo de visión a no ser que despegue en cohete, tú tampoco sueles iniciar un despegue en alguna de mis pistas de aterrizaje. Pero, como siempre, te equivocas. Tengo todo el tiempo del mundo para robarte el aroma que ni siquiera crees tener y hacer rimas incoherentes con él, para luego meterlo en tazas y hacértelo beber.
Y, sin embargo, yo no tengo ninguna garganta que atravesar.

3 comentarios:

  1. Parece interesante esa personilla a la que le apunta la rutina y se sienta en la esquina de la clase. (Me gusta)
    Preciosa la foto.
    Un beso (pensado en tizas)

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  2. podría decirte que me encanta, que escribes genial y miles más de cosas que estoy segura que ya te habrán dicho, así que voy a optar por simplemente no decir nada que sea del todo coherente: ajshadkhds (:

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Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.