(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


domingo, 17 de abril de 2011

La rodilla comenzó a sangrarme y mis ojos se cargaron.



-Dijiste que me perdonarías.

Estaba limpiando el lavabo y finjí no escucharla. Pronto me escabullí por la puerta y bajé las escaleras, tropezando en el último tramo. La rodilla comenzó a sangrarme y mis ojos se cargaron. Miré cómo la sangre construía una laguna y no me moví de allí en toda la tarde. El agua empezó a atropellarse con sus talones, porque escuché cómo comprobaba la temperatura del agua. Siempre metía el pie derecho cinco veces para hacerlo. Al instante escuché a su cuerpo sumergirse. El silencio acababa en el tráfico de mi circulación y se hacía ensordecedor en el último escalón.
En realidad era un silencio habitual, estruendo y algo molesto, sobre todo para ella. Nunca entendí sus silencios y siempre tendía a interrumpirlos con preguntas absurdas que lanzaba, una tras otra. Nunca escuché sus respuestas. No me interesaba en absoluto su opinión sobre las tragedias mundiales, pero no encontraba modo de dar cuerda a su voz y me apetecía ver cómo su mirada se levantaba. Me daba igual que a los pocos segundos me esquivara, quería ver a su mirada perderse. Mis esfuerzos se desgastaron cuando se marchó aquella tarde. Empecé a almorzar solo frente al reflejo que se clavaba en la pantalla negra del televisor. Empecé a mirar el lado vacío que me acompañaba todas las noches en la cama. Al segundo día pensé que me había abandonado y no quisé preguntarme por qué, me prometí acostumbrarme. Pero no dormía porque soñaba que la perdía y lo único que no pretendía era perderla dos veces, una con el mundo reflejado en mi retina y otra con mi angustia atrapada tras los párpados. Dejé de comer y ya no acudía al trabajo. Me sentaba en el sofá y me esforzaba en no levantarme a mirar por la ventana. Hasta ayer que al acostarme la vi acurrucada en la cama. Una ráfaga de aire se aglutinó en mis pulmones y esperé sobre la repisa de la ventana a que despertara. Cociné para ella y se sentó en la mesa, con la mirada igual de hundida y tan frágil como en los días anteriores. La tapé con una manta y esta vez no pregunté nada. Ella no probó bocado y se escondió de nuevo en la habitación.
Cuando los tonos cálidos del atardecer se colaban por las rendijas de la persiana me decidí a hacer limpieza. Ella se desnudó detrás de mí y miró cómo frotaba en las esquinas. Fue entonces cuando su voz ocupó toda la estancia. La voz me persiguió hasta el descansillo en el que intenté asimilar las palabras mientras la sangre se pegaba a mi piel.
Subí y entré en el baño. Me miró.

-Te perdoné- dije.

-No te quiero, ¿por qué sigues echándome de menos?

7 comentarios:

  1. Magia, eso es lo que haces.
    Me encanta ver nuevas historias por aquí :)

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  2. ROCIO MENCATA LA FOTOOOOOOOOOOOO!!!
    (silfidheloga)

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  3. Aunque diga que no le quiere es mentira, seguro. La foto es genial, Rocío. :)

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  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  5. Me encantaaaaaaaaaaaaa este blog!
    sígueme porfavor, yo te sigo♥

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  6. Lo había empezado a leer en el tuenti, y ahora por fin he podido leerlo entero, y cada día me impresionas más
    (y la foto... sin palabras que me dejas, con cualquiera de tus fotos, aunque después digas que sales mal en ellas cuando no es verdad)

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Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.