(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


lunes, 7 de febrero de 2011

Solías decir(me) cosas extrañas.


Solías decirme cosas extrañas, cosas que no escuchaba todos los días. Digo extrañas porque la palabra "especial" no me gusta nada. Extraña lleva equis. La palabra extraña es bonita. Es agridulce y huele a café, del descafeinado. No las decías susurrando porque decías que te dolía la voz si lo hacías. Otra vez vuelve a ser extraño, ¿de qué voz me hablabas? Si siseabas, ¿cómo ibas a sonar? ¿Ves? Decías cosas atípicas, que caían como diluvios en mi piel y allí en donde respirases.


Jamás nadie te vio junto a mí. Cuando les hablaba de ti me miraban con lástima y me acunaban entre sus brazos. Sólo se lo conté a mis hermanas y a mis padres, hacía mucho tiempo que no veía a personas del mundo que rota alrededor de las ventanas de mi habitación. Mis padres me visitaban casi a diario. A ti sólo te encontraba a veces. Siempre traías el mismo atuendo. Nunca te pregunté por qué. Tampoco tuve ocasión. De haber tenido amigas estaría segura de que me envidiarían por tener a alguien como tú junto a mí, pero mi vida tomó un camino distinto. Decidí centrarme en mí misma. Siempre me he querido muy poco. Creo que soy simpática. Sin embargo mi cuerpo no decía lo mismo. Empecé a tratarlo bien, hasta que pasé a ingerir, como máximo, cuatro gajos de mandarina al día. Una pequeña cordillera atravesaba mi espalda y, por las noches, solías repetirme que nevada tendría que estar preciosa. Quise crear cadenas montañosas que uniesen mis dos continentes, el del norte y el del sur, pero no resultó ser una buena idea; pronto las cimas empezaron a secarse. No tenía la fuerza suficiente para traer la nieve, ni por más agua que bebiera. Los valles que recorrían mi espalda entraron en sequía y mi cuerpo se convirtió en desierto. Me llevaste de viaje a través de las dunas de lunares que empezaban a cubrir mi vientre.

Hoy por hoy, alimentádome con sueros y con ayuda de las enfermeras me doy cuenta de que nunca te conocí. Eras aquel bocado que siempre quise dar al mundo y esa valentía que se me olvidó sacar cuando las ganas de hacerlo me atravesaban las ideas. Nadie te conocía porque nadie sentía el vacío que no sólo se extendía por mi estómago, sino por todo mi pecho. Da igual que fueses algo parecido al amigo invisible que todos los niños tienen, he venido a decirte que me estoy recuperando. Estoy recuperando las ganas y mi espalda ahora la componen pequeñas colinas. Estoy casi sana, lo noto en mis muñecas. Ellas siempre me lo dicen todo.

2 comentarios:

  1. Jolín... me he quedado (creo) sin palabras.
    ._. Estoy segura de que con eso te lo digo todo.

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  2. Ay, *_* Pero que preciosidad igual que tú, claro :) ¡besos!

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