(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 12 de febrero de 2011

Qué sencilla puede llegar a ser la vida sin el corazón latiendo a mil por hora.

Mi turno terminó antes de lo habitual. La agencia estaba vacía, todo el mundo había salido antes y ni siquiera era Navidad. No entendía bien todo ese desorden laboral pero no le dí más vueltas. Me hice con mi portátil y bajé las escaleras. En el parking el frío se refugiaba del calor que la primavera empezaba a teñir en la hierba. Aunque suene extraño el Invierno odia tener que hibernar, de no ser así este parking nunca hubiese sido tan frío.


Al coche le costó arrancar y ya en la autopista me soprendió el arcoiris de focos que se reflejaban en las líneas discontínuas que separaban los carriles. Estaba agotado y la vista comenzó a fallarme. Paré en la gasolinera del km 34 y pedí un café cargado. Bien caliente. Volví al coche y seguí el mismo camino de siempre. La tienda de ultramarinos que presentaba al pueblo tenía un letrero nuevo. Me extrañó no haberme dado cuenta. Me sentí raro nada más atravesar la calle principal, por un motivo que desconocía la ciudad se ocultaba tras un nuevo inquilino, de tez clara, casi cristalina. De un tipo rudo. Si lo miraba fijamente me sentía desolado. Perdido en una tormenta de niebla. Como si nunca hubiese puesto los pies allí. O al menos durante mucho tiempo. La gasolinera que hacía esquina con la glorieta estaba en obras. Eso tampoco lo recordaba. Llegué al puente y atravesé los raíles mientras un centenar de vidas cruzaban perpendicularmente ese tramo, casi a las diez de la noche. Aceleré. Tenía ganas de llegar y dormirme mientras la abrazaba y mientras escuchaba a los chicos beber agua en baño contiguo al nuestro.

Busqué las llaves en el bolsillo de mi americana, di con la llave de la puerta de entrada y, al meterla en la cerradura, su forma no encajaba. La cerradura se oponía. Mi llave aullaba por los roces. Entonces lo recordé todo. Recordé todo lo que perdí hace siete meses y me di cuenta que otra vez me había confundido de camino. Me senté en el asiento del copiloto y me sentí tan vacío como me había sentido estos últimos meses. Hoy dormiría solo y mañana sólo prepararía mi desayuno. Nadie reclamaría mis huevos revueltos y no andaría con prisas para llegar a en punto al trabajo. Qué sencilla puede llegar a ser la vida sin el corazón latiendo a mil por hora.

3 comentarios:

  1. Resulta ser que hace unos días empecé a pasarme por tu flickr, y aunque no tenga ahora cada día me paso por él y he visto que tenías blog (como yo) y he pensado pasarme y seguirte, claro. Escribes genial, ya me gustaría a mí escribir así. Un beso!

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  2. Hermoso!
    ya te estoy siguiendo :D
    por cierto me acabo de animar a abrir un blog y a escribir me gustaria que lo leyeras y ne dijeras que opinas plz.... :D

    http://whatbringsthison.blogspot.com/

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