(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


domingo, 20 de febrero de 2011

Me sobresalté al notarlo en mis tímpanos.

Llevaba toda la tarde esperando por tu timbrazo y, aún así, me sobresalté al notarlo en mis tímpanos. Te hice esperar un poco, no me gusta pensar que creas que te necesito tanto. Es posible que tú simplemente vinieras a explicarme biología y no querïa quedar como un imbécil. Estabas abajo, detrás de la portezuela, tiritando del frío y con los apuntes pegados al cuerpo. Me sonreíste y te dije que subieras. En realidad quise bajar, tirar toda la química por la acera y olvidarme de ella para siempre mientras te abrazaba. Siempre he sabido encerrarme y callarme la boca.


Ordené mi escritorio y, si se te hubiese ocurrido mirar desde arriba cada uno de los elementos que lo ocupaban, te hubieses dado cuenta de que se alineaban perfectamente uno tras otro, formando tu nombre. Soy un chico algo raro. A nadie se le ocurren este tipo de cosas. Y no, claro que no te diste cuenta.

Te quitaste el gorro, la bufanda y los guantes y te sentaste a mi lado. Respirarte ya me distrajo desde el principio, así que, el resto de la explicación, estuve cavilando conjeturas. Sobre ti, claro. Garabateabas en el folio la duplicación del ADN y, cuando pasaste a explicarme la meiosis, me miraste fijamente. Llevabas los ojos delineados, unas sombras grises coloreando parte de tus párpados y tu mirada era tan extraña como de costumbre. La inmovilizabas cuanto tiempo quisieras, pero el hilo que la sostenía parecía partirse de pronto, porque en seguida te notaba lejos, en una ausencia dolorosa y a veces creía ver a una niña llorando dentro de tus pupilas. Con todo, siempre me provoca mucha ternura mirarte directamente, dices mucho más que cuando hablas. Cuando hablas la voz se te endurece y las palabras son un simple ensayo frente a un espejo. Tu mirada esconde tu mejor tú y ese tú me intriga. En realidad eres una cría que sabe más de lo que debería. Sé que estás cansada de que te reconozcan lo muy madura que eres para tu edad. Sabes que en realidad no es así. Asientes y te las das de superheroína. Intentas arrasar con el mundo y, como fracasas, lloras a escondidas. También sabes que, aunque nunca me lo hayas contado, sé todo esto gracias a tus ojos. Por eso me miras e intentas tensar el hilo, aunque no puedas. Y eso me tranquiliza. No sabes cuánto. Son tus ojos sobre los míos, ¿qué menos para que mi corazón siga siendo rojo?

1 comentario:

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.