(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


lunes, 5 de julio de 2010

Sobrevivir.

Una ducha fría es lo que necesito ahora mismo. Es lo que necesitamos, entiéndeme. Este calor lleva haciéndose con nuestros cuerpos toda la tarde. El calor de julio y tus jadeos detrás de mi cuello no me dejan respirar. El aire de la habitación se ha esfumado por la ventana y lo único que respiramos es el aliento que, al besarnos, estamos clavando en las esquinas de estas cuatro paredes. Mis manos resbalan por tu espalda y no hay extremo de tu cuerpo en el que no se pudiera resbalar. Cuando, con el pie, accioné el interruptor, el ventilador comenzó a girar sobre sí mismo. Sonreíste y continuaste con una mirada lasciva. Estaba totalmente extasiada y agotada cuando, agarrada de tu mano, tuve el vigésimo mejor orgasmo de la tarde del tres de julio. Me perdí en las aspas del ventilador y comprobé que no saciaba el calor de mi piel. Concluí que se debía a las corrientes convectivas.


Tal distracción, y no sé cómo, atrayó su atención. Comenzó de nuevo y volví a caer en otro orgasmo, que acabó por debilitar a todos mis nervios sensitivos.

Cuando terminó, se apoyó contra el ventanal y empañó el cristal. Entonces sentí un repiqueteo en mis sienes al intentar recordar el nombre de aquel hombre. Recordé que no fue el mismo de ayer ni tampoco el de antes de ayer. Intenté aminorar mi pulso cardíaco con los ojos cerrados e intentando coger el oxígeno que hacía ya cuatro horas que se había escapado y me había abandonado. Apreté los puños y noté el corazón en ellos. Me sumí en una angustiada vergüenza y me tapé con las sábanas aún húmedas. Miré el piso y, desordenada sobre el escritorio, yacía mi ropa. Me levanté tímidamente y me vestí con su mirada clavada en mi espalda. Salí sin desperdirme y la claridad de la mañana (o de la tarde) me quemó los ojos. En el bolsillo derecho del pantalón aún conservaba el billete del autobús, por lo que me dispuse a cogerlo. Al entrar el aire acondicionado hizo que mis músculos se languideciesen y que mis huesos se relajasen.

Cuando entré en mi apartamento no había cartas en el buzón ni ningún mensaje en el contestador. Pero aquéllo no me sobresaltó en absoluto. Hacía ya mucho tiempo que mi teléfono rugía en un eterno aburrimiento y que mi buzón tapió sus solapas con el óxido de su metal. No recuerdo el sonido del timbre, el agudo tintineo que produce la verja cuando el cartero deja el correo, las mañanas en las que le preparaba el desayuno de cada día y los días en los que el corazón se volcaba en una serenidad que proporcionaba estabilidad a mis latidos y que, cada vez que me sonreías cuando te traía el desayuno, se embalaba y me hacía quererte infinito. He perdido la noción del tiempo y no recuerdo más que el presente. Recuerdo el segundo en el que te escribo te quiero y olvido que lo escribí tras haber colncluído la escritura de la primera letra.

La vida, aparte del mejor recopilatorio de tus recuerdos, es pasado, presente y futuro. Pasado es el presente que ahora escribo y que recordaré mañana. Futuro era todo este presente que, días atrás, ni siquiera esperé. Pasado eras tú, presente soy yo y futuro será corresponderte. Esto era antes, antes de perder la esperanza, los motivos de existencia y la sangre golpeando fuertemente en mis mejillas. La esperanza se crispó y pasó a formar parte de mi corazón, que se quebranta a cada intento de seguir adelante. Los motivos de existencia... el motivo de mi existencia eras tú y te me escapaste entre los poros del asfalto. Mis ganas de vivir se agarraron a ti. Os fuistes. Comprobastéis que mi corazón guardaba los latidos suficientes para mi supervivencia, los contastéis y os perdistéis entre el firmamento. Es extraño, pero esto es lo único que no puedo parar de repetirme cada día. Esta el razón por la que me siento inerte e inmóvil sobre este suelo que hace tiempo que dejó de tambalearse para que ahora se dedique a reflejar este dato. Peldaño por peldaño. Baldosa por baldosa.

Necesitaba sentirme viva y empezar a comprobar si mi cuerpo sentía. Por eso busqué a todos estos hombres que, despreocupados, me ofrecieron su cuerpo mientras que yo les regalaba, con afán, el mío. Noté calor y también noté su exasperada condensación. La frustación que seguía a cada noche, a cada copa y a cada piropo. Necesitando, con urgencia, una transfusión de esta sangre y un robo acordado de este corazón.



P.D.: Los suspiros de él eran tan fríos que te enrojecían la nariz. Sentir algo parecido supone un suspiro más de vida, no de supervivencia. Yo sólo sé que las duchas frías son beneficiosas para la circulación. Si llegas más tarde de las cuatro y me ves hundida en la bañera espero que no me lo tengas en cuenta, cuando al tocarme, se te entumezcan los dedos. Todos los que nos hemos limitado a sobrevivir necesitamos nuestro segundo de gloria.

4 comentarios:

  1. Oh, este texto me gusta porque habla tanto del tiempo, del sofocante calor y de la necesidad de reavivar a una persona al meterse en la cama con distintos hombres.

    Un besito :)

    ResponderEliminar
  2. Dios, increíblemente genial!

    ResponderEliminar
  3. Sensacional, escribes de maravilla... Es gnenial.

    ResponderEliminar
  4. Lo vi en flickr, y ya me encantó .. y la foto le va perfecta.

    ResponderEliminar

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.