(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 10 de julio de 2010

El diario de Mónica.


Respiré tan metódicamente que noté cada partícula de oxígeno deslizar por mi tráquea. Al finalizar el día, me sentaba frente a la calculadora y empezaba los cálculos. Luego venían los pasos, los que anotaba junto con los saltos, los apaspavientos o chasquidos de dedos. Tenía listas completísimas con el número exacto de mis bostezos, inspiraciones, tembleques, pestañeos, castañeos de dientes y, sobre todo, de mis latidos. Un riguroso estudio de éstos me mantenía ocupada tardes enteras. Si se incrementaba el número en seguida buscaba los motivos que pudieron causar esa alteración y, en una lista ajena, los anotaba. Muchas veces era consciente de que mis problemas respiratorios podían interferir, pero últimamente ninguno me había atacado por sorpresa. Quería obviar que era el chico de la planta nueve el que, al salir del ascensor, me volvía loca. Teniendo en cuenta esto los cálculos más o menos se aproximaban. Aún así había otro motivo que frenaba a ese pulso antes desenfrenado. No sólo lo frenaba sino que, al rozar alguno de sus extremos, se estremecía y me encojía el corazón. Y claro que sabía ese motivo, como también sabía el colocón de pulsaciones a la salida del ascensor.

Ahora el motivo era un número al que, ni yo misma, sabía cómo disimularlo. La música sólo entumecía las razones y las sonrisas acababan en lágrimas. Las fotos recopilaban el número que le seguía e, inmediatamente, se enlazaba a la situación actual y retrocedía al anterior, avanzando hacia una vida tachada en todas mis metas, propósitos o esperanzas.

Cuatro es mi vida a partir de ahora y uno es el número que se le escapa por la puerta trasera.

Cuatro es el número que me queda y uno es el número al que no quiero olvidar.

Cuatro es el número que el viento me dedica y uno es el número que sigo esperando entrever entre los granos de arena mañana, el mes que viene y toda mi vida.

Cuatro no son las razones suficientes y una más las hace imprescindibles.

Cuatro suena a novedad, pero cinco suena a vida, amor, libertad, familia y papá.

Cuatro veces llamaré a tu puerta sin esperar respuesta.

Cuatro segundos he tardado en darme cuenta de que, por mucho que planifique mi vida, no te alcanzaré si tú no me esperas tras la esquina.

Cuatro años tardaré en terminar de decirte que detesto este número y que no sirven de nada mis palabras, mis anotaciones, mis cálculos ni mis latidos perfectamente cronometrados si tú no estás.

Vayas a donde vayas sabes que, justo aquí, te sigo queriendo infinito

1 comentario:

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.