(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


martes, 16 de febrero de 2010

Robar, marcar, huir. Sinónimo de vivir.

Golpea la mesa con el puño y patalea nervioso bajo la mesa del director. No sé que hacer y me giro hacia la ventana. Fuera llueve. A lo lejos oigo el murmullo del director, explicándoles a mis padres no sé qué cosas acerca de mi infracción. Me vuelvo y mi madre no deja de negar con la cabeza, avergonzada. Se frota tanto las sienes que parece salirle humo de las yemas de los dedos. Mi padre, con los puños entrelazados y entre las piernas, suspira sonoramente y me mira de vez en cuando, advirtiéndome de que algo malo pasará cuando llegue a casa. Supongo que alguna bronca o algún castigo, pero vuelvo a dirigir la mirada hacia la calle, cada día se les agotan un poquito más las ideas didácticas que deben adjudicarme por hacer cosas indebidas en el baño con los chicos o pegarme con África en los recreos. Y no hablemos de las broncas, es un discurso diario. Es como un recital porque día tras día me parece escuchar las mismas palabras.
Respecto a las notas, soy una chica diez. Nunca he traído un suspenso inscrito en mi boletín y si figuran muchos notables en ellas es porque no doy palo al agua. Mis padres nunca se han quejado de ello. Pero como persona valgo muy poco. Me arrastro entre lo incrédulo y lo descarado. No me tomo nada en serio, o bueno, no sé hacerlo. Sin quererlo desprecio a las personas y las manipulo como me convenga. Les engaño con historias de una súper chica que todo lo ha hecho y que nada le afecta, y lo peor es que me lo creo y, además, si te atreves a poner en duda mis mundillos acabo arrinconándote en las esquinas a patadas.
No tengo amigos, o bueno, ya no tengo amigos, porque antes tenía a África, pero si ahora estoy en el despacho del director es por golpearla, entre otras cosas.Tampoco tengo sueños, ni sonrisas ni ilusiones. Pero tengo un corazón que late. Sólo eso. Pero no siempre he sido un nudo oprimido en el vacío, yo he llegado a valer como persona. La vida no me ha jugado una buena partida y yo, encima, me he puesto de morros cuando al fondo de algunos caminos los sueños me prometían fotografiarme las sonrisas. Soy una inútil y una indocumentada.
No hace mucho tiempo tenía un círculo de amigos, un estuche de maquillaje y alguna que otra sonrisa pintada en la cara. Cuando andaba desde la parada del autobús hasta la puerta del instituto mis pasos se coordinaban con la canción que escuchaba y si algo en lo cotidiano se modificaba, me daba cuenta enseguida e, inmediatamente, narraba páginas enteras. Me gustaba ese aire tan descriptivo que me caracterizaba. Después, poco a poco esos rasgos se atenuaron porque mis observaciones de lo ajeno me aislaban del resto y me situaban a mil metros bajo tierra. Mis conclusiones formaban parte de otro puzzle que no encajaba por más que intentara explicarles a las demás piezas que eso era así y de esa forma. Pensé que no necesariamente todo tendría que ser como mi mente regía, asi que bajé los humos e intenté moldearme un poco. En pocas palabras, bajé la guardia. La gente lo obervó con desdicha y picardía, y finalmente consiguieron moldearme, estirarme y romperme con la finalidad que sus manos consideraran necesaria. Los chicos comenzaron por no tomarme en serio, me llevaban a sus casas y me abofetaban con sus propósitos y sucios compromisos. Yo sonreía, asentía y me hundía entre las sábanas. Más tarde mis amigas comenzaron a dejarme sola en los recreos con la excusa de reuniones esporádicas con los profesores porque cierta parte del temario era incomprensible. Luego me las cruzaba sentadas en la entrada mientras, dicharacheras, se contaban sus anécdotas. Opté por dejarlas en paz. A veces África venía para hablar conmigo pero todas mis palabras, todas mis reflexiones dejaron huecos vacíos, como si hubiesen sido robadas. Empecé por quedarme sola. Mi estuche de maquillaje se hizo un hueco en la basura y mi sonrisa ya figuraba en un álbum de fotos. Una simple captura de algo que simplemente me agrada recordar.
Dejé de mirar el álbum y dejé de andar, ahora resbalaba por el asfalto y nunca me daba cuenta de nada. Mi propósito fue intentar abandonarme y lo he conseguido. Empecé por desgastar de forma hostil a mi físico, para tratar de crear un bajón de autoestima y por empezar de algún modo a crearme repulsión. Cuando observaba mi cara enfermiza frente al espejo y mi cuerpo débil y magullado no cabía en mi gozo, pero pensé que si sentía esa felicidad es que aún no había logrado desplazarme lo suficiente. Lo único que hice es ser aquello que mis principios prohibían, convertirme en mis miedos. Ser el mayor de mis defectos. Por eso soy como soy, una intransigente, una egoísta y una manipuladora. He conseguido lo que parecía imposible y pese a ello creo que no debo sentirme satisfecha, porque entonces retrocedería en mi proyecto. Lo cual si lo piensas bien me atraparía la frustación, lo que a su vez me parece una idea brillante.
En el despacho del director no hay nadie, soy un mar de lágrimas estancado en un fango de ilusiones robadas. Mi padre no suspira. Mi madre no se lamenta. Ya no llueve y yo, al fin, me he abandonado.

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