(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


viernes, 11 de diciembre de 2009

¡Qué desorden!

Se le escapó el ratón de la cajita de madera. Se le escapó el ratoncito blanco con motitas marrones. Buscó por debajo de todos los sillones, de los muebles y de las alfombras. Miró hasta en la basura. Ah, y en el fregadero también.
El sudor frío bajaba por su cuello y temblaba. Los escalofríos se fueron acentuando y le dolían las encías de tanto mordérselas. Frotándose impaciente las sienes miró a Keiwie, el pequeño golden que descansaba sobre la alfombra. ¡Seguro que se habría tragado al ratoncito de motitas marrones! ¡Se lo había comido! Le despertó con una patada y Keiwie se despertó asustado y salió del salón corriendo. Le siguió por toda la casa hasta que lo alcanzó, miró dentro de su boca y se puso a llorar. En la esquina de la habitación de sus padres estaba el ratoncito de motitas marrones, ¡pobre Keiwie! Se acercó a él y le susurró al oído un lo siento mientras Keiwie lamía sus manos.
Cogió al ratoncito de motitas marrones y bajó a la cocina, a darle algo de zanahoria y pienso, pero el caos se apoderó de él, ¡qué desorden! Los cuchillos y los tenedores habían rayado la vitrocerámica y muchos de ellos estaban dentro de los vasos. Los vasos contenían agua del fregadero, sucia y amarilla. Los platos de la pila estaban hechos añicos, asi que, comenzó a llorar de nuevo con el ratón de motas marrones en el bolsillo y con Keiwie mordiéndole los cordones de los zapatos.


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