Se le escapó el ratón de la cajita de madera. Se le escapó el ratoncito blanco con motitas marrones. Buscó por debajo de todos los sillones, de los muebles y de las alfombras. Miró hasta en la basura. Ah, y en el fregadero también.
El sudor frío bajaba por su cuello y temblaba. Los escalofríos se fueron acentuando y le dolían las encías de tanto mordérselas. Frotándose impaciente las sienes miró a Keiwie, el pequeño golden que descansaba sobre la alfombra. ¡Seguro que se habría tragado al ratoncito de motitas marrones! ¡Se lo había comido! Le despertó con una patada y Keiwie se despertó asustado y salió del salón corriendo. Le siguió por toda la casa hasta que lo alcanzó, miró dentro de su boca y se puso a llorar. En la esquina de la habitación de sus padres estaba el ratoncito de motitas marrones, ¡pobre Keiwie! Se acercó a él y le susurró al oído un lo siento mientras Keiwie lamía sus manos.
Cogió al ratoncito de motitas marrones y bajó a la cocina, a darle algo de zanahoria y pienso, pero el caos se apoderó de él, ¡qué desorden! Los cuchillos y los tenedores habían rayado la vitrocerámica y muchos de ellos estaban dentro de los vasos. Los vasos contenían agua del fregadero, sucia y amarilla. Los platos de la pila estaban hechos añicos, asi que, comenzó a llorar de nuevo con el ratón de motas marrones en el bolsillo y con Keiwie mordiéndole los cordones de los zapatos.
viernes, 11 de diciembre de 2009
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