(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 19 de septiembre de 2009

Se añade un pequeño disfraz.


Exactamente las 06.45 de la mañana.

Hoy me he sobresaltado. Como sabrás salí a la calle y la dejé sola, envuelta en sábanas de algodón y debilmente incosciente. Salí a dar una vuelta por los alrededores y me tomé un hamburguesa o puede que saliese a contar árboles, o quizá a hacer favores sexuales a los taberneros porque necesitaba el dinero, pero como no te importa podrás barajar tu mismo mis posibilidades. He creado exclusivamente para tí una adivinanza pero que afortunada o desgraciadamente no será resuelta. Lástima, ¿no?. Mhmm, sí seguiré explicándote la causa de mi sobresalto. Llegaba tranquila entre ramas, estrellas y búhos, abrí sigilosamente la ventana y aparté delicadamente la cortina y ¡zas!. Ahí estaba. Una silla de madera color caoba, como todas, con cuatro patas y encima de ella Hanz. Estaba tan despierto que sus ojos pedían correr unos kilómetros hacia el norte, así de paso su boca engulliría un café con su respectivo bollo. La observaba detenidamente. Me acerqué para poder ver lo que miraba con tanta atención. Zemelieth estaba enredada entre las sábanas placenteramente dormida, como una niña pequeña. Tierna, callada, inquieta y a la vez tranquila e incluso dulce. Sus pestañas se enredaban son su flequillo desordenado. Su pecho se levantaba cada 4 segundos cada vez que sus fosas recogían el oxígeno de aquella habitación. Seguramente antes de que a Hanz se le hubiese ocurrido pararse en frente de ella, su pecho se elevaba cada 6 segundos, él le quitaba su oxígeno inconscientemente perdido en sus inspiraciones.

Ya son las 14.56 y Zemelieth se hace la remolona entre las sábanas. Hanz lo sabe y, suavemente, su mano roza la cara de ella. Ella sonríe y separa sus párpados tras largas horas de estar unidos. Le mira con unos ojos perfectamente nítidos, al igual que la imagen que le llega de Hanz a sus ojos. No encontraba el porqué pero era agradable despertar junto a él.

- Buenos días, dormilona.

- ¿Qué hora es?

- Las tres menos cinco, y ya pasadas.

- Oh, vaya ya no llego al trabajo ni de coña.

- Bueno siempre te puedes quedar conmigo en nuestra casa, ¿no?- dice Hanz sonriendo y acariciando el pelo de Zemelieth.

Perpleja, Zemelieth se eleva, perezosa, muy perezosa. Qué sonrisa tan bonita tiene. Es tan limpia. ¡Huh! intentaré hacerla igual. Lo intenta y dice:

- ¿Qué tal me queda tu sonrisa?

Él se acerca, solo un poco. Luego puede notar su aliento. Ella se acerca un poco más y sus labios se pegan, así otro poquito. Después desaparece ese poquito y sus labios se mueven, acompasados, insaciables, inquietos. Sus lenguas juegan al juego más tierno.

- ¿Y Zhessey?

Hanz se ríe.

- Ella no importa, tú tenías razón.

- Yo siempre llevo razón.

Otra vez son acompasados, insaciables e inquietos los movimientos de sus labios pero ahora sus lenguas juegan salvajemente entre sus bocas. Ese beso. Ese efecto calmante. Ese paro cardíaco instantáneo. Esa taquicardia furiosa que arranca velozmente tras la adreladina.

1 comentario:

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.