(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


martes, 14 de abril de 2015

Quizá él era de ese tipo de personas.


Me lo presentaron hace aproximadamente un mes. Acepté ir con mis compañeros del trabajo a tomar algo a un bar que ya frecuentábamos desde que nos conocimos. Él era el ex compañero de piso  de una de mis compañeras, que vivía en las afueras. Por lo que sé sólo vino para devolverle algo que le debía. En un momento dado, el ambiente del local empezó a volverse muy pesado. Me despedí de la mayoría y salí. Al hacerlo no me fui directamente. En la salida me hice a un lado y me quedé contemplando el menú del bar en la pizarra. En ese momento salió él.

-Creo que ya han cerrado la cocina.

Me volví y estaba abrochándose los últimos botones del abrigo. Seguía sus propios movimientos con detenimiento, como las personas que se obligan a hacerlo porque siempre hacen pasar el botón por el agujero que no es. Quizá él era de ese tipo de personas.

-¿Has salido a fumar?- me preguntó.

-Qué va. Me iba ya. Ya estaba agobiada ahí dentro- dije mientras desviaba la vista de nuevo hacia la pizarra.- Me gustan las tizas.-expliqué-. Me gusta que a la gente le salga la letra así de bonita incluso escribiendo en superficies como estas.- Toqué la superficie con la punta de los dedos, al mismo tiempo que borraba las primeras letras de uno de los primeros platos-. Mi letra es completamente distinta dependiendo de con qué escriba, la superficie, el ánimo…  Y nunca consigo que me quede así de bonita ni aunque le ponga todo mi empeño.

-Entiendo. Yo también tengo mala letra.

-¿En serio?

-En serio.

Seguí mirando la pizarra mientras me ajustaba la bufanda. Estaba a punto de marcharme cuando dijo:

-¿Puedo ir contigo adondequiera que vayas? Cuando llegues me volveré a mi casa. No me conozco la ciudad.

-Está bien.

La mitad del trayecto se produjo en silencio. Aunque yo llevaba toda la vida viviendo en aquella ciudad, realmente no podía decir mucho de ella, pero él tampoco preguntó nada. Simplemente se limitaba a observar. Su mirada era la de quien llega por vez primera a un lugar completamente desconocido. Todo su cuerpo respondía a la curiosidad que los edificios, las calles o los transeúntes le producían. Ladeaba la cabeza para observar en  detalle determinadas partes de ciertas construcciones en concreto, paraba a leer el nombre de las calles, observaba continuamente a la muchedumbre, el vaivén del tráfico; dejaba caer la cabeza hacia atrás para alcanzar a ver allí donde terminaban los edificios. Incluso cogía todos los folletos que le ofrecían en cada tienda, en cada calle. Los doblaba meticulosamente y los guardaba en su cartera.


Todo esto se ha repetido todas y cada una de las veces en las que hemos vuelto a vernos. Muchas veces con el móvil fotografía algún paisaje o una parada de metro determinada. Empecé a quedar con él más frecuentemente porque me encantan los recién llegados. La curiosidad que los convierte en seres inagotables que no se cansan de sorprenderse por todo. 

Me gusta ir con él por una ciudad que ha dejado de sorprenderme. Me gusta porque consigo sentir la ciudad tal y como la conocía cuando la vi por primera vez: sin rutas programadas, sin que quedase totalmente relegada por las carreras hacia el trabajo con la mirada clavada en el suelo.

Simplemente no me gusta acostumbrarme a la magnificencia de las cosas. No quiero que las ciudades pasen por mí como lo hacen todos y cada uno de mis días. No puedo soportar la idea de dejar de sentir qué es marearse por mirar más allá de tus pies.


Me gusta verlo así en la ciudad a la que ya me he acostumbrado. Me gusta que no la conozca, que todavía no se canse de recorrerla. En cierto modo, se ha vuelto necesario para mí pasear con él. Me cuesta dejar de pensar en él. Sé que si lo digo en voz alta, seguramente haya alguien que me diga que me he enamorado. Puede que sea cierto. Sin embargo, si algún día deja de mirar esta ciudad tal y como lo hace ahora, simplemente no sé si querré volver a verlo otra vez.

6 comentarios:

  1. Vale, eso ha sido sencillamente precioso.

    ResponderEliminar
  2. Eres, sencillamente, estupenda. Me encanta la forma de tus descripciones, de tu forma de escribir en general, me recuerda a la narrativa del par de escritores japoneses que he leído.
    (Confieso que por algún motivo que desconozco he situado automáticamente la historia en Tokio.)
    Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¡Me halaga enormemente leer eso! Supongo que es normal teniendo en cuenta que el 70% de mis lecturas habituales son de autores japoneses. La literatura japonesa es mi debilidad. ¿Podría preguntarte a qué autores en concreto? :)

      Muchas gracias por tu tiempo. Me alegra infinito saber que te ha gustado.

      PD: Podría ser Tokio. En realidad en mi mente es una mezcla de todos los lugares que más me impresionan de una ciudad. El problema es que en Japón las calles no tienen nombre, así que sigue siendo un trocito de muchas ciudades en una.

      Eliminar
    2. Haruki Murakami y Ryu Murakami, también algo de la narrativa de las obras de Makoto Shinkai.
      Gracias a ti (ojalá poder leerte más a menudo).

      Eliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.