-Frena,
kamikaze- dije alzando la voz, acallada por el murmullo del viento.
Paró
en seco. No miró hacia atrás, simplemente frenó, obedeciendo, cediendo. A
medida que me acercaba a él descarté la posibilidad de que me hubiese
escuchado, su mirada parecía perderse entre los columpios que se elevaban,
entre la fila de niños que esperaba su turno tras el tobogán. Me acerqué a un
banco y me senté, esperando a que se moviera de ahí. Se encogió de hombros y se
sentó a mi lado. Resoplaba minuto sí minuto también. Apoyó su cabeza sobre mi
regazo, ideas con cascarón, ilusiones imprudentes y un futuro incierto
manejaban una decisión a medias.
-A
la hora de comer se irán todos. Esperaremos hasta entonces.
Me
agarró la mano. Sus pequeños dedos rozaban con delicadeza la palma de mi mano.
Los movía con intranquilidad. La continuidad fragmentada de la infancia saltaba
de un cuerpo a otro, de una vida apenas empezada a una existencia estancada. El
aroma de los horarios escolares, de las preocupaciones banales, de los juegos
infantiles y de los colores del chándal de los viernes empezaron a solaparse en
la tarde de aquel jueves nublado y ventoso. Se extendía sobre mí un abanico de
anhelos que creía olvidados. De pronto mi rostro aniñado, mis ojos casi
encendidos, mis manos diminutas revolviéndose entre los bolsillos del
chubasquero a rayas, los zumos en el compartimento derecho de la mochila, el
paraguas con orejas de gato, las botas de agua sumergidas en cada uno de los
charcos que me separaban del colegio, mis mejillas encendidas, mi pelo cayendo
de forma desigual sobre mis orejas, y mi voz chillona, alentada por los
fracasos próximos, me levantaron de aquel banco. Su mirada escrutaba el temor
que iluminaba mi rostro y con una sonrisa torcida pretendí tranquilizarlo.Su mirada,
inquieta, rápida e interrogativa contenía toda la intensidad que podía albergar
una vida, una chispa fortuita. Un gesto voltaico. Rápidamente iluminó y
descubrió cada una de las costuras de mis distintos disfraces. Instintivamente
me escondí tras mis manos. Caricaturas pretéritas se deformaban en torno a
nosotros, impulsadas por las ráfagas. Burlas, imágenes cómicas señalaban la
irrealidad que me arropaba desde la adolescencia. Hundido bajo tiempos
inacabados me salvó del oleaje con una sonrisa. Sus dientes se asomaron, sus
comisuras suavizaron las sombras grotescas que me arrancaron de su lado. Sus
ojos, aún iluminados, devolvieron a un pobre infeliz el primer febrero, la
primera oportunidad para continuar.
No
quise soltarle de la mano en junio, ni en septiembre ni cuando su voz denotaba
su nueva condición, retratada en emociones exaltadas, en un éxtasis
sentimental. Otros diez años más tarde la barba sombreaba su rostro, sus rasgos
imitaban de forma más sutil y delicada mis facciones deshumanizadas. No quise
soltarte nunca. Y ahora que los recuerdos se me nublan soy la desolación que se
conjuga en las madrugadas más profundas.
Eras
toda mi vida.
Eres
mi vida. De principio a fin.
Los pelos de punta. Tantas imágenes pasajeras en mi mente con tus palabras.
ResponderEliminarPásate.
T_T Jooooooo. Hacía mucho tiempo que no te leía (desde que me dio por leer aquellas primeras entradas; y como perdí el enlace xD tendré que pedírtelo de nuevo) y ha sido como dar un paso hacia el pasado y, de repente, volver. Sólo soy capaz de sentir nostalgia.
ResponderEliminarYo soy hija única, así que no puedo saber lo que es tener un hermano, o tan siquiera identificarlo con "algo". Pero si lo imagino, creo que es algo significativo.
=) Estupendo, sencillamente, un texto estupendo. Para releer y no cansarse.
Rocío. Tú sola sabes cómo hacer volar la imaginación con palabras. Y sabes crear nostalgia entre tus letras. Precioso lo que has escrito.
ResponderEliminarSé que los echas de menos, pequeña, pero todo se arreglará :)
Maravilloso, echaba mucho de menos leerte.
ResponderEliminarAunque a veces te enfades con ellos, los hermanos son lo mejor :)
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar(voy y borro el comentario sin querer)
ResponderEliminarhoy me has pillado sensiblera, qué llantina. Estoy que lloro por cualquier cosa, pero jolín, Rocío. Merece la pena que nos hagas esperar. Vamos que si la merece. ♥
No hay nada como la infancia, esa época desprocupada (aunque preocupados de nuestros asuntos). Es increíble como escribes.
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