(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


miércoles, 6 de abril de 2011

Llegamos a París a las dos de la madrugada.



Me cogió de la mano y me llevó a Francia en un pequeño globo aerostático. No me soltó hasta que llegamos a París, a las dos de la madrugada. A mi hora favorita, para ver a la Torre Eiffel iluminada, para tocarnos al amanecer y para lanzarnos en paracaídas a las doce del mediodía. Me llevó corriendo por Boulevard de Montparnasse y me invitó a un zumo que se me derramó cuando metió de nuevo la llave en el contacto y aceleró. No sé bien adónde fuimos, el lugar se filtraba por mi nariz y olía a otoño. Estábamos en invierno y octubre aún no se había ido. Noté sus pasos detrás de mí. El sonido de la hierba retorciéndose bajo sus pies llenaba el silencio en el que yo me balanceaba, haciendo equilibrios imposibles para no caerme de bruces. Me giré de pronto y él ya corría en sentido contrario. Se giró, me miró a los ojos y se rió. Se acercó con expresión irónica, cogió la mochila, mis cartas de amor, los condones que íbamos a gastar en cualquier baño público, los mapas de París y mis uñas, que se clavaron sobre la cremallera en cuanto inicié mi despegue y me arrastré tras él, aun notando un chirrío agudo en mis rodillas. Tiró de ella y me tropecé. Alcanzó la siguiente avenida y los coches se interponían entre nosotros, entre aquella cadena oxidada. La gente atravesaba la calle en grupos desiguales frente a la contaminación contenida que esperaba al otro lado del semáforo. Nos miramos entre el viento que revolvía el pelo de los desconocidos y dejó la mochila en el suelo. Me dedicó su última sonrisa y se perdió en el aliento del tráfico. Lo perdí. Seguí esperando. Frente a mí los colores del semáforo cambiaron quince veces de color, junto a mí centenares de personas rozaron mi chaqueta, que se teñía de un color nostalgia oscuro. Nadie cogió la bolsa. Nadie se dio cuenta. Yo no le quité el ojo de encima y, cuando la arrastré por el frío que cubría el suelo de la ciudad, mi viaje de fin de curso se alargó a lo largo de mis huellas.

"¡Siempre te querré!" escrito en un ticket que he encontrado en el fondo. Han pasado diez años. Tengo una hija y mi marido apenas pasa por casa. Hoy he encontrado bajo cajas la mochila y me sigo preguntando si sigue queriéndome, si su corazón apagado, el mismo que el nombre de la lapida en la que me apoyo me indica, sigue con la fuerza suficiente como para poder olvidarme.

(en la foto Claudia)

5 comentarios:

  1. Dios Rocío, este texto me ha encantado. Es que escribes de una manera preciosa, no sé cómo describírtela porque no encuentro una palabra para ello quizás simplemente sea: el estilo de Rocío García de las Hijas Peña. El último párrafo me ha matado (L)

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  2. Cuentan mis pestañas que tan sólo inhalan escarcha.

    Por tu culpa, y la de tus malditas palabras que fundirían incluso atardeceres.

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  3. Dios mío, cómo me ha gustado...
    es genial Rocío, me encanta como escribes.

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  4. Sin palabras, me dejas siempre sin palabras.

    :)

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  5. Me ha gustado mucho :)

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