(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


lunes, 14 de marzo de 2011

Pero allí estaba, frente al frutero.



Quedar en la cocina de una desconocida nunca había estado entre sus planes. Pero allí estaba, frente al frutero, mientras la comida se dejaba oler por cada rincón. Jugaba con sus dedos, los enredaba con los de la mano opuesta y los golpeaba contra la madera mientras los acordes de una canción se encasillaban en su memoria. A cada movimiento de muñeca un pequeño chasquido se agitaba bajo su piel. De fondo el tiempo tarareaba los minutos que llevaba sentado en la silla. A punto de llegar a la estrofa final, unos pasos se deslizaban despacio por las escaleras. Sus dedos frenaron en seco. Un temblor empezó a sacudirle los tobillos. El pecho compuso en dos segundos una banda sonora que hizo que se le enjuagaran los ojos. Trató de pararla con inhalaciones lentas, pero de nada sirvió. Ella estaba sirviéndole café y él ya sentía el corazón en la garganta. Tragó saliva para que sus movimientos no se convirtieran en palabras y se clavó las uñas en la rodilla.
El café recorrió su garganta y a duras penas logró llegar al hueco vacío que se extendía en su estómago.

-Gracias- dijo de un tirón.

Ella asintió y sonrió.

-Es genial que hayas podido venir. No conocía a nadie que entendiera de Estadística.

-En la Universidad hay miles como yo, ¿por qué yo?- dijo él, con el café arremolinándose en un su esófago

Dudó y se frotó las manos contra la nuca. Buscar excusas cuando tus ojos miran desde otro cuerpo no es fácil.

-Me dijeron que eras bueno. ¿Lo eres?

Tragó aire. Respiró entrecortadamente mientras dejaba la taza en la mesa.

-Puede. Ya me dirás.


Sacó tres libros, abrió el de la izquierda y la miró de soslayo. Estaba absorta. Su corazón hacía tiempo que se había saltado los límites de velocidad y su jodida vida siguía sin tener sentido. Después de tres años de facultad compartiendo compañeros se sentía extraño sin ellos delante y, pudiendo romper el silencio, las palabras sólo se reducían a un lagrimeo que le desenfocaba la teoría de los libros. Las ilusiones lanzan al corazón alto, las estrellas le ceden luz y la gravedad estira los brazos para traerte de nuevo. Siempre hay alguien que nos echa de menos. Aunque sea el puto nueve coma ocho. Las rodillas nos flaquean al intentar levantarnos, las rozaduras se agarran a tu piel y las ilusiones han volado. Se han borrado del mapa. Pronto vuelven para recordarte que estás solo.


Cerró los libros a las ocho y diez. Ella bostezaba.

-Es cierto, eres muy bueno.

-Gracias. Si necesitas algo vuelve a buscarme.
-Lo haré.

Cogió la gabardina, se la puso y, antes de dar la vuelta, se atrevió a decir:


-¿Cómo estás?

-Agotada- se le escapó una pequeña carcajada- ¿y tú?

-Jodido. No sé tu primer apellido, me sé cada curva que se tuerce en tu mano, creo que sé cuantas pestañas te tapan la mirada y, encima me ha gustado el café que me has preparado. Y con todo, tú sólo estás agotada.

5 comentarios:

  1. Oh, me ha gustado mucho, te sigo ^^
    Un beso!

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  2. El paso del tiempo tiene distintos significados para cada uno. Y a veces resulta molesto que el rato que has pasado con alguien para ti signifique felicidad y para la otra un mero intervalo de tiempo perdido.

    =) Pero comparto lo que dice la chica: yo también estoy agotada.

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  3. "No sé tu primer apellido, me sé cada curva que se tuerce en tu mano, creo que sé cuantas pestañas te tapan la mirada y, encima me ha gustado el café que me has preparado."

    Lloro de lo mucho que me ha encantado y de todo lo que es capaz de transmitir el texto entero.
    Me encanta, Rocío<3

    ¡Un besazo!

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  4. Entro en el blog por curiosidad, y me encuentro con semejante texto :O No dudes que volveré. Me ha gustado mucho.
    Un beso.

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