(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


domingo, 15 de agosto de 2010

Análisis de un tal Carl a un realista (muy enamorado).


-Hola, Jerry.


-Hola.

-¿Por dónde quieres empezar?

-Me da igual. Es más, no quiero empezar ni por un extremo ni por el otro. Pero, si es cuestión de empezar algo, podría empezar por quitar el cerrojo a la puerta y dejarme salir de aquí.

- Verás, Jerry. La semana pasada accediste a acudir aquí. Nadie te obligó ha hacerlo y, te recuerdo, que sólo responderás a todo aquello que tú quieras. No soy un policía, no quiero que me des pistas para, más tarde, encontrar los indicios que desencadenan tal cosa. Sólo te preguntaré algunas cosas que conciernen a tu vida, y como bien sabemos, ésa es sólo tuya. Tú decides por qué camino llevarla, como galoparla y sobre todo, cómo contarla, sentirla o compartirla. Yo sólo me dedico a explorar pequeños detalles que, a veces, se anclan en la mentes de las personas y que impiden que éstas desarrollen su vida de una forma distinta a la que se proponen o desean. Como no la desean así, acceden a esta terapia. Porque son conscientes de que les gustaría añadir, quitar cosas a una vida que carece de tal cosa o a que le sobran demasiados kilos. A lo mejor sólo quieren matizar, recortar o aprender. Porque nadie nace sabiendo, y necesitan de una experiencia ajena que les permita centrarse en su vida, y para conseguir eso, como con todo, hacen falta pautas. Pero esto es hablar demasiado. Pero lo que está claro es que yo ni nadie te ha sacado de la cama esta mañana para acudir aquí y, repito, sólo tendrás que responder a lo que tú quieras.

-Mira, estoy aquí porque... , en fin qué mas da. Usted me acaba de decir que responderé sólo a aquéllo que yo quiera. No creo que lo que acaba de decir tenga respuesta y, que ni mucho menos, le importe. Además, respecto a cómo encamine mi vida o a cómo la deje de encaminar no es asunto suyo. Ni siquiera mío, puesto que usted a vivido su vida, y me dirá aquellas cosas que alcanzaron el resultado deseado, el resultado que facilitó su desarrollo y el resultado que alcanzó ser el mejor de los que podía esperar. Pero, como usted ha dicho antes, en su vida. No en la mía y en la de ninguna de sus pacientes.

Carl anotó en el cuaderno. Tachó la última palabra de la redacción y dijo:

-Genial. Entonces, empecemos. ¿Por qué accediste a venir aquí?

-Ya le dije antes que no iba a responder a eso. Pero qué coño. Esto es un favor y no quiero cagarla. Así que le daré la respuesta a medias. Bueno, ya se la he dado.

-Ahá- dijo asintiendo levemente con la cabeza, anotando tras un guión las respuestas de Jerry- Y. ¿a quién haces este favor?

- A Helen.

-¿Tienes amigos?

-¿Amigos? Podría decirse. Lo cuento con los dedos de la mano, pero la vida me ha enseñado que no hace falta más que esos para que caigas en la cuenta que, cuando ocupan esa parte en ti y no se pierden entre infinitas cifras de amistades ajenas, ésos son amigos y los demás conocidos.

-Bien, ¿y quién es Helen?

-Joder, usted ya sabe quién es Helen.

-Para tí. En qué lugar de esa mano está o si esa mano fue el escalón que llevó a un sentimiento aún más profundo que una simple amistad.

-Helen es la única persona que figura en esa mano. La única persona que conozco tanto como a mí mismo y la única persona a la que amo.

-Entonces, ¿es una amiga?

-Helen es mi mejor amiga. Helen es el motivo por el que cada mañana deseo seguir con vida. Helen está en mi corazón y éste, entero, de extremo a extremo, es suyo. Yo tan sólo formo parte del molde. Helen es el hambre que pugna en mi estómago cuando, sólo con mirarla, me queman las ganas de comérmela a besos. Helen es el mejor regalo, envuelto con el mejor papel. Mi delicaleza se desnuda cuando me roza, porque, justo en ese momento, mi cuerpo se pone alerta y el miedo me atenaza hasta el alma. Me da miedo romperla. Helen soy yo y usted ahora me ve a mi, pero si ando, como, bebo, obervo, suspiro, jadeo, corro y, sobre todo, vivo, es porque, justo aquí- dije con la mano en le pecho- ella le observa, se ríe de él y me atrapa, sin dejar que ni un solo segundo me olvide de ella. Pero ya le he dicho, Helen está aquí, ella soy yo y vive en mí. Olvidar es imposible.

-¿Por qué?

-¿Acaso puede usted olvidar a sus pulmones y a sus latidos y dirigir toda su atención, al mismo tiempo, en torno al mundo que le envuelve? Como son movimientos que usted no controla es obvio que no. Que no puede. En tal caso necesitaría que alguien como yo le quitara tanto los pulmones como el corazón. ¿Seguiría usted con vida? Imagínese si a mí me quita el oxígeno que les da una función predeterminada a mis pulmones. Imagínese si me ancla en el fondo del mar. Imagínese también que, de repente, me quita los latidos. ¿Cómo quiere que la palabra bombear adquiera sentido, señor? ¿Cómo quiere que corazón denomine a este músculo que, por sí solo, vive día a día? Y no sólo esto, ¿y si en vez de arrebatarme un corazón que viva por sí solo día tras día, me arrebatase este corazón que sólo saca fuerzas para bombear de las palabras, gestos o roces que ella me dedica? ¿Seguiría yo con vida?

-Suficiente por hoy. Te veo el próximo viernes. Recuérdele a Helen que el miércoles le toca a ella. La sesión anterior se la saltó.

-No, usted la incomoda y por eso estoy yo aquí. Pero a mi no me ha preguntado cómo me follo a mi novia, supongo que por eso me ha sido fácil. Decir que la quiero más que a mi propia vida es sólo la función que complementa a mi respiración. Lo haría constantemente. Mil veces por segundo. Por eso la sesión no se ha extendido a tres horas en mi mente. Pero, por favor, si quiere saber más detalles acerca del tema, sólo limítese a preguntar. Controle su hambre sexual e intente que no se haga notar. Es psicólogo por favor. Así que no me haga venir otra vez, que a la próxima sólo le repetiré una y mil veces que quiero a Helen más que a nada en este mundo. Que pase usted un buen día.

- Esto... si. Buenos días- balbució Carl cabizbajo, garabatenado avergonzado en las esquinas de la pasta del cuaderno.



Salí a esperar a Helen en los escalones del portal, hasta que me percaté que estaba apoyada sobre farola de la calle de enfrente. Mientras cruzaba el paso de peatones, la miré. Empecé por los pies, y acabé en los auriculares, que sólo se escondían tras algunos mechones de pelo que se escapaban de su coleta. Una vez más, la intensidad de mis palabras o, mejor dicho, de mis sentimientos, me abofeteó, cálidamente, en la pupila de mis ojos. La verdad irradiaba desde cada esquina de mi cuerpo, por eso hasta las motas de polvo que en aire se destartalaban, las veía con un claridad asombrosa. Era real y ella estaba allí. Como cada otoño, invierno, primavera o verano. Como cada día que me espera tras el que siento, vivo y engullo ahora.

1 comentario:

Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.