(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


miércoles, 9 de junio de 2010

Que sean bien bienvenidas estas lluvias de junio.

Dos semanas atrás la lluvia era motivo para una tarde de cojines sobre el suelo, palomitas y miles de películas a las dos de la madrugada. Para una mañana sumergida hasta el medio día entre las sábanas que aún guardaban tu olor. Esperando detrás de las persianas a que tu sombra se proyectara sobre el pie de mi cama. Eran tardes de un azul apagado y de olor a lluvia. Eran días iluminados por las imágenes del televisor y acompasado por la música de la radio. Días en los que las meriendas no sabían igual, en los que la lluvia no golpeaba de la misma forma contra el suelo y días en los que, sobre la encimera del comedor, no encontraba mi desayuno garabateado sobre platos ni guardado en las tazas. Días como los de antes. Días sordos. Ni los libros de texto ni los bolígrafos destapados se hicieron con mis tardes. Tampoco lo lograron las explicaciones de los profesores algunas horas antes. La lluvia empañaba los cristales y, desde el rincón de la clase, dibujaba tu nombre sobre los puntos de las íes y subarayaba las frases destacadas con cada uno de tus apellidos. Los días de lluvia eran extraños porque los días anteriores a éstos tú inundabas mi vida y ahora la lluvia me inunda el alma de tanto echarte de menos. Se derrama a cada película romántica, a cada frase enternecedora o a cada libro conmovedor. El invierno se prolongó y tú odias que el frío te cale los huesos y que la lluvia te inunde los zapatos. Es una lástima, porque si yo fuera el viento soplaría hasta llevar a esta borrasca lejos de aquí y traerte de nuevo con el canto de los pájaros. Pero no voy a recibir de malas maneras a estas lluvias que me visitan en junio porque me he dado cuenta que me encanta bañarme bajo ellas y recojerlas en cubos para llenar bañeras con ellas. No quiero sentir que se me empaña el alma, porque cuando dibuje en ella corazones veré que tras ella se escapan ilusiones que las películas, las tardes encerrada y las esperas tras la persiana se escondieron tras sus manos y se acurrucaron, por miedo a presentarse ante la felicidad . Felicidad es poder levantarme todos los días con el corazón repleto de latidos y con los ojos enjuagados en vida. Felicidad es poder resbalar entre las gotas de la lluvia y correr tras los sueños que hacen de mi vida un gran estreno. Felicidad no es esperar, felicidad es poder recordarte y escribirte día tras día, ya sea en los días nublados, de lluvia, de granizo o despejados. Felicidad es sentir este mariposeo al rebobinar la cinta que se está convirtiendo en la mayor producción de mi vida.

4 comentarios:

  1. Me encanta, absolutamente. Y no se puede decir de otra forma.

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  2. Oh, me ha gustado mucho, sobre todo porque no es un texto vacio y lo has llenado de sentimiento. Qué bonito :)

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Tic tac. Déjame tantos segundos como quieras.