(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


martes, 15 de junio de 2010

Él el mayor responsable.


Le juro que nunca antes sentí esta fuerza dentro de mí. Se lo juro. Y a la vez no se me ocurren ni el modo ni las palabras para poder contárselo, de modo que intentaré contárselo de la mejor de las formas que se me ocurran.


Si le digo la verdad es que llevaba un día de los míos. Esos que tanto me gustan. Un día con el cielo moteado de colores intensos, de estos cielos que te daban la aprobación por unos pantalones cortos. Su guiño no me defraudó en absoluto, por eso le regalé la mejor de mis fotografías y la titulé con el mejor de los títulos. Era un día en el que el viento te dibujaba el tembleque en los incisivos y que te recomendaba una buena manta en todas las hojas que arrastraba. Dirá lo muy pesada que soy diciéndole lo bueno que fue muy día y me tirará los trastos encima por describirlo tanto, pero sólo pido que me perdone porque es algo tan urgente como el inspirar profundamente cuando te hallas frente al mar. Por donde iba, era el día del mejor helado, de la mejor metáfora y de la mejor sonrisa. Y les explicaré por qué. Nunca antes un helado me había dibujado cosas tan bonitas en paladar y nunca antes me había sonado tan bien una de mis páginas. Y qué decir, nunca antes he podido esbozar una sonrisa tan nítida. Tanto que, al fotografiarla, se podía escuchar el rumor de las carcajadas que en mis cuerdas vocales se empezaban a formar. Algo nuevo, inaudito. Una exclusiva para mi corazón y una mala posición para mi pecho, que se está quejando de tanto latido. Hoy el click de la cámara sonaba a manzanas asadas. Tengo los pómulos adormecidos, las mejillas, ¡toda la cara! Pero... ¡qué más da! Hoy he engullido el globo terráqueo en un sólo intento y me olvidado por completo de apagar las luces de mi habitación. Me he olvidado de hacer mi cama, de asomarme por la ventana y de abrir las cortinas. He salido tan deprisa que hasta se me ha olvidado mi bol de cereales en la encimera. Tanto tanto que no me ha dado tiempo a sentir el rujido de mi estómago a las once y media de la mañana. Era una sensación que te deja, literalmente, sin aliento. Te deja con la boca seca, pero sólo con la sensación del hormigueo que te provoca la sonrisa se te olvida la sed. No hay autohidratación mejor que la mía, lo digo muy en serio, oiga. Estoy tan eufórica que no me explico estos saltitos en la cama ni esta respiración tan agitada. Nunca pensé que iba a ser para tanto. Y claro, después de esto lo único que puedo figurarme es la mueca que usted esté mostrando frente a la pantalla del ordenador, con la cabeza apoyada en la mano, ligeramente basculada hacia la izquierda. Les podría decir el porqué de esto, la causa y, por defecto, su consecuencia (que ya la saben y no por intuición), pero sólo les diré una cosa. Aferrense a las palabras que, hasta el momento, me creía el tatuaje de éstas y me he percatado de lo muy descolgada que estaba de ellas. Nunca antes me habían dado mejor regalo. Regalo que, noche tras noche, se englosa y aumenta el tamaño de mis sonrisas. Sí, sí, anoten esto, que yo también me autoconsejo y miren mi expresión. Es la omisión a todo esto.

(Miren la omisión a esto aquí.)

3 comentarios:

  1. "es algo tan urgente como el inspirar profundamente cuando te hallas frente al mar." *_*


    Agarra fuerte esa sonrisa. (:

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  2. Me gusta cómo escribes, enhorabuena!! no dejes de hacerlo

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