(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 12 de septiembre de 2009

Tres veces las mismas sonrisitas, Zemelieth.

A lo noche le dio por ponerse de morros. Le dio por mostrarse rencorosa, infantil, insensata y egoísta. Zemelieth salió de la casa de Hanz, Zhessey había llegado. El frío enrojecía su nariz y la sangre no llegaba a sus manos. Respiró ese frío. Aquéllo era frío, no aquel frío que ella conocía. Ese frío que te helaba la sangre, que te enrojecía la nariz, que helaba el asfalto. Lo respiró y notó como llegaba a sus pulmones y éstos brincaban al recibirlo. Notaba como su el lado izquierdo de su corazón quedaba congelado, sin embargo el lado derecho no quería al frío porque no hacía más que mantenerse en calor por lo que el lado izquierdo de su corazón se vio obligado a aceptar el calor de su compañero.Paso tras otro. El suelo la miraba y la hablaba. El suelo no hacía más que agobiarla con sus historias, que si hoy estaba harto de tacones o que si ayer estaba harto de que le cagasen encima. Dejó de escucharle pues optó por escuchar un poquito a aquella ciudad. Estocolmo. En realidad se había escapado de su rutina y de su residencia para darle un poco de su tiempo a su ciudad favorita y ni siquiera se había parado a apreciarla. Estocolmo olía a cristales, a hielo desquebrajado. Sus edificios la miraban y la decían <<¡Bienvenida!>> y ella los sonreía, satisfecha. Contenta. Allí al fondo lo ve. Una sudadera negra, de una banda de rock. Vaqueros holgados y deportivas. Aminoró el paso y observó. Su pelo. Sus ojos. Y así, de pronto su olor. Meneó las manos y se frotó la nariz. ¡No te vayas, no te vayas! Levantó la mirada y volvió a observar. Caminaba de forma indiferente, tranquilo. Quieta allí, el frío comenzó a hervir su sangre y sus ojos dejaron de parpadear. ¿Pero qué? Su pelo, sus ojos, su olor. Se fueron distorsionando a medida que aquel hombre se acercaba. No era su pelo. No eran sus ojos y no era su olor. No era él. Sus ojos se cerraron, prohibiendo el paso a las lágrimas. Siguió andando, pero, ¿por qué? Tú, Zemelieth que eres fuerte, ¿él?. Miró hacia el cielo y se volvió pequeñita, insignificante. Sus ojos se debilitaron en estos últimos días, no hacían más que desprender gotitas, lágrimas. Se sentía indefensa, inútil y estúpida. Muy estúpida. Pero cuando el frío consiguío helar sus ardientes lágrimas se dio cuenta. Ella lloraba y estaba sola, muy sola, pero, ¿y si era aquéllo su bienestar en aquel instante? Lo pensó de ese modo y, por segunda vez, sonrió. Sacó su iPod, se introdujo los cascos y comenzó su huída. Bartender, to shots of tequila. Bartender, shoot me. Please, she's my baby my lady. Everyrhing that I wanted. Mientras sus sollozos se hicieron intensos y largos. Le añoraba. Él comenzó por su mejilla mientras sus manos rozaban su débil cuerpo. Alcanzó sus labios y su corazón se paralizó. ¿Por qué su corazón se para para prepararse a un ritmo intenso contiguo y sin embargo el tiempo sigue y sigue avanzando con esa rápidez? Abrió sus ojos para encontrarse con los suyos. Su mirada era azul, aquella que toda nena deseaba y que ella no, sólo quería esos dos ojos y le daba igual el color. Enredó su lengua con la de él y se perdió en aquel juego. En aquel beso.
-Piiiiiiiiiiii- el claxon de un vehículo sonó.
Sobresaltada giró la cabeza, el semáforo no estaba verde. Otra vez él vino en forma de un recuerdo a su mente, la aislaba y ella se sentía protegida. Quizá allí estuviese el problema.
Entró en un restaurante en el que servían comida rápida. Comió. La comida se le antragantaba y tenía que hacerla pasar continuamente con su refresco. Salió del restaurante para encontrarse otra vez con Estocolomo. Le agarró de la mano y salieron, a dar un paseo. Ella esperaba otra cosa de Estocolomo, no es que le cayera mal, pero lo que ella quería era que por lo menos él la distrajera pero él le susurraba todo el rato el mismo nombre. Aquel nombre que se obligaba a no oír pero que en el fondo pedía a gritos que lo pronunciasen. De vez en cuando Estocolmo sacaba un álbum de fotos y le mostraba un parque. Concretamente aquél parque. En la foto un banco, en él dos personas. Él la sonríe. Esa sonrisa pícara que a ella la estremece. En la siguiente foto sus sonrisas pararon a ser una. Él la roza, suave. Ella se deja llevar.
- ¿De dónde sacaste las fotos?
Estocolmo le contó que fue ella quién las tomó. Que en realidad él, Estocolmo, solo era una forma de denominación de un lugar. Que ella hablaba con nombres, con los objetos y que su mente le mostraba esas fotografías que fueron tomadas por el quisquilloso y rápido tiempo. Ella asombrada miró a Estocolmo y, de nuevo, mostró una sonrisa. Verdadera. Limpia. Pura. Pero algo cohibida.
Estocolmo se despidió y se marchó. La prometió algo. La volvería a ver. Satisfecha ella siguió. No mucho tiempo después sus pies retrocedían.
- Parad. Por mucho que retrocedáis hacia atrás el tiempo me ha dicho que no puede hacerlo. Lo siento mucho, chicos.- dijo laméntandose.
Tosió. Vomitó y los árboles la daban palmaditas en la espalada diciéndola: Enfermaste, chiquilla. Fingió una sonrisa para decirles estoy bien. Se vio muy falso pero los árboles dejaron que sus fingidos hoyuelos y sus fingidas sonrisas anduvieran tras ella, quién sabe quizá muy pronto no tuvieran nada de fingido.
Llegó al portal. Joder, en todos aparecía su nombre. Su pelo. Sus ojos. Su olor. Bah. 555. Creo que es ése. No responde nadie. Se sienta en el asfalto y observa al suelo que ahora descansa, se muesta apacible incluso. Asiente. Prefiere no hablar con él. Haykei, a tí también te extraño. Ella. ¿Dónde se metió? La dejó allí, lejos. Lejana. La veía lejana. Haykei meneaba las manos y pegaba brincos. Su melena oscura se despeinada y dejaba ver su amplia sonrisa. Zemelieth movió una mano en modo de saludo pero estaba demasiado lejos para poder tocarla. Para poder sonreirla. Para poder agradecerle. Para nada. Haykei. Haykei. Siempre la daba un empujoncito hacia delante y siempre estiraba sus comisuras hasta que Zemelieth sonreía. Haykei, acércate.
Haykei se alejó en la penumbra de la fría noche. En ese instante una mujer castaña, alta y con largas piernas salió del portal. Sonriente. Aparentemente feliz. Dirigió una mirada a Zemelieth que se mostraba rota y desmoronada. Alrededor de aquella insignificante chica se amontonoban sonrisas y carcajadas y un álbum que el suelo de Estocolmo sujetaba con sus dos manos.
-¿Quieres entrar?
Zemelieth miró a la alta mujer. Se quedó inmóvil. Llevaba todo el día conversando con objetos y nombres de ciudades y no estaba segura de llegar a entender.
- Sí.
- ¿A qué piso vas?
- Al quinientos cincuenta y cinco.
- Oh. Allí vive Hanz. Vengo de allí. Soy Zhessey. Encantada.
- Ah, hola. - y se marchó sin decir más.
Al ascensor también le dio por ponerse de morros y aminorar el paso. Tocó la puerta. Abrió Hanz. Sonriente. Aparentemente feliz, también.
- Oh dios, Zemelieth. ¿Has estado todo este tiempo fuera?
Ella entró, sollozando. Qué bienestar se respiraba en el ambiente, joder. Frescura. Incienso. Y él, de nuevo. Pensarás que si sufres por alguien lo más correcto es olvidarse de ese alguien pero Zemelieth amaba al sufrimiento. Sufría al pensarle pero él, al fin y al cabo era su bienestar, su jodido bienestar. La aturdía. La dañaba pero le gustaba verle una y otra vez. Sus lágrimas se llevaban de nuevo su maquillaje y su pelo quedaba levemente empapado. Se desnudó y se acurrucó entre sábanas siendo consciente del sueño que su mente le iba a proporcionar. Satisfecha se ruborizó y he ahí la tercera sonrisa del día. Amargos sueños, Zemelieth.
Ella odia el amor el daño que causa. No cree en él. No lo ha sentido jamás. Lo que ella a sentido es algo que va mucho más allá de eso y se aferra a ello con fuerza. Vive sufriendo. Vive locamente desesperada y neuróticamente desordenada. Vive sola y le quiso. Por eso la elegí. Por eso yo la acompaño en todos sus gestos, en todo lo que la rodea. Yo soy la narradora de su vida y la persona que logrará abrir los ojos pero con ella. A ella si que le puedo dedicar un verdadero te quiero. Un te amo y simples y absurdas palabras de afecto, de aprecio. En medio de la noche y la luna tranquila se posan en su piel. Estoy desapareciendo. Ya he desaparecido.

1 comentario:

  1. ¡Ahora entiendo lo de poner la primer persona en el texto! xD Me ha gustado ese juego de personificación de lo inanimado. Muy bueno.
    Y los sentimientos de ella... muy a flor de piel. Inquietante.

    =)

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