(todo hubiese sido diferente si nos hubiera pasado, todo aquello, en la azotea más alta de cualquier ciudad)


sábado, 24 de marzo de 2012

Réplicas I

Me empujaron hacia la puerta principal. Me volví y sus rostros ahogados por la impaciencia me sugerían que saliese de allí.

-No puedo- murmuré. Fueron mis primeras palabras. Estudié sus miradas con rapidez. Centelleantes declinaron mi negación y un hombre alto y trajeado, que destilaba seguridad, se me acercó.

-Sal ahí- señalo un escenario imperceptible, un movimiento doloroso, un tumulto gigantesco que desaparecía tras un breve pestañeo- y búscala. Ten.- Me entregó dos carpetas, una negra y otra gris- Aquí tienes todos sus datos. Fotografías, dirección, documentación, profesión. Sólo sal ahí.- Con un gesto compasivo me rozó el hombro y me dedicó una sonrisa casi tierna delatada por la desesperación retratada en sus facciones -Ciencia. Recuérdalo siempre. Mecánica. Sistemas. Programación. Predeterminación. Son todas tus posibilidades. Tus únicas respuestas.

Me alejé y, una vez fuera del edificio acristalado, la claridad me acobardó. La magnitud del territorio que me abrigaba me aterrorizaba.

-¿Cómo se consigue escalar estos espejos infinitos? ¿Cómo sé que he abandonado una calle y he entrado en otra?- le dije al aire.

Eché a andar agazapada por la llegada de la oscuridad, por la música decadente que recorría los pubs, entre las risas huecas de juergas improvisadas. Los pies, ceñidos en un dolor ascendente, se quejaban bajo los tacones. Me senté frente a un establecimiento de telefonía móvil. La desorientación pudo con mis pobres intentos.

-Ya me dijeron que te perderías. Levántate.

Era alta, desgarbada y muy delgada. Despeinada, desaliñada, con un chándal negro y con una bandolera sobre el hombro izquierdo esperaba a que me levantase del suelo. Un mechón rubio se le escapaba de la coleta, un cansancio crónico dibujaba su mirada. Andaba cabizbaja. Su pequeña nunca reflejaba las luces de neón que titilaban en torno a nuestro incómodo paseo. Giraba, avanzaba y me vigilaba sin prestar atención a sus movimientos. Discurría entre los transeúntes de forma mecánica. Conocía la ciudad. La costumbre no la mantenía encerrada y adormilada entre las alturas como sucedía conmigo. Para mí todo aquello era nuevo. Cada paso era una prolongación de un inicio siempre desconocido. Yo la seguía angustiada, sofocada y temiendo la caída repentina de alguno de los numerosos rascacielos que recorrían las calles.

Abrió la puerta, pasó primero y con un gesto me indicó que la siguiera. Era ágil, dejaba atrás cada escalón con una agilidad casi increíble. Parecía sostenerse sobre el aire.

Dentro dejó las llaves sobre una mesa caoba que precedía a una cocina demasiado pequeña para poder llamarla así.

-Siéntate. ¿Tienes hambre?- rebuscaba en diversos armarios con aire ausente. Torcía los labios cada vez que se encontraba con un estante vacío o una lata de conservas caducada.

-No. Estoy...

-Vaya, lo siento. Hace décadas que no compro comida en condiciones- vaciló frente al pequeño frigorífico- A decir verdad, hace décadas que no compro comida. ¿Te vale un café?

Asentí ligeramente. El silencio únicamente se interrumpía por el ruido de la cafetera y el traqueteo de la tazas. Me sirvió y dejó el resto sobre la encimera. Se sentó frente a mí y me clavó la mirada. La sentía sobre mis dedos inseguros, sobre mi boca reacia a ingerir aquella sustancia aguada, sobre la punta de mi nariz. La miré. Pensé que iba a sentirme cohibida, quizás algo asustada, pero la notaba tan lejos que me veía capaz de escapar si las cosas se torcían.
Fue ella quien rompió el silencio.

-No debieron dejarte salir sola. Sabía que esto pasaría. Estaba harta de esperar y salí a buscarte. Cuando llegué al centro me dijeron que ya habías salido. Algunos llevaban ahí desde tu salida, ¿te lo puedes creer? ¡Son las cuatro de la mañana!- sonrió con sorna- Vaya par de gilipollas.

Me terminé el café disimulando las arcadas. Lo recogió y añadió un bulto más a la pila.

-Perdona el desorden, la suciedad, mi actitud... todo. Antes había alguien más, pero hace tres meses que no está y bueno, en el fondo no estoy todo lo bien que creía y... la limpieza no me consuela demasiado- Echó una mirada en derredor- Madre mía, esto es una porquería. Perdóname, de veras.

-No pasa nada. Lo digo en serio- ¿Cómo se supone que debía comportarme? ¿Qué conversación debía seguir? ¿Cuál debía dejar pasar? ¿Qué se supone que debo obviar? ¿He de ignorarla? ¿Qué tengo que hacer?- No hace falta que te disculpes.

Sonrió y se acercó un cigarrillo a la boca. Lo encendió con cautela y absorbió la primera calada con exagerado deleite.

.-Bueno, ¿qué? Me dijeron que serías tú quien se presentaría.

Recordé las palabras del hombre trajeado. Recordé mis primeras horas de vida. Repasé y memoricé las hojas en blanco que definían mi paso por este mundo. Los interrogantes parpadeaban incesantemente.

-Predisposición. Ciencia. Protocolo. Mecánica. Sistemas. Programación- solté las palabras tan deprisa que apenas las entendí. Alteré el orden, añadí algunas y creo que me olvidé otras cuantas.

Soltó una carcajada que se extendió por todo el apartamento y cambió de postura. Desplazó el peso a sus codos y me examinaba mientras apoyaba su barbilla sobre la palma de su mano izquierda. Ladeó levemente la cabeza, sin variar la intensidad de su mirada.

-Veo que has aprendido la lección. ¿Qué clase de proyecto eres?

Me encogí de hombros. ¿Debía decirle que no sabía nada? Por el amor de Dios, si ni siquiera tenía nombre, si ni siquiera reconocía mi rostro.

-Supongo que no soy tan real como el resto- medité unos segundos- No lo sé.

Y entonces me arriesgué. De ese modo podía empezar a reconocerme, a reconocerla a ella y despejar la niebla que me cortaba el aire:

-Lo cierto es que no sé nada. Absolutamente nada. No sé mi nombre, no me reconozco, me soy completamente ajena. Yo, tú y todos.

Siguió mirándome, escuchando mi breve discurso entre calada y calada. Se cruzó de piernas, dejó el cigarrillo sobre el cinero, se deshizo la coleta y su pelo resbaló sobre sus hombros, dejándose caer y avanzando más allá de su pecho. Se retiró el flequillo y resopló mientras me recorría de extremo a extremo con la mirada. Me sorprendió no haberme percatado antes de lo largo que tenía el pelo, cómo favorecía a su delgadez, cómo afilaba su rostro.

Se irguió sobre su asiento y cogió de nuevo el cigarrillo.

-A ver, dime, ¿qué piensas de mí?

-Me gusta tu pelo. Tus ojos. Eres tan directa...- miré con timidez la cocina- y muy desordenada- sonreí intentando crear complicidad. No se inmutó. Me escrutaba con una serenidad aterradora.

-¿Tienes planes? ¿Qué se supone que quieres hacer? ¿Cómo piensas asentarte en la ciudad? ¿Tienes algún empleo en mente? Ja, no puedo ni quiero mantenerte. No hace falta que te lo diga, pero la miseria y yo vamos de la mano. Apenas puedo mantenerme a mí misma.

¿Un empleo? Mis pensamientos se aceleraron, mi pulso los secundaron y la incertidumbre dejó caer su peso sobre mis hombros.

-No estoy segura de saber en qué consiste, pero trataré de hacer algo lo antes posible. En cuanto a qué quiero hacer... Confiaba en que me ayudarías. Primero necesito un nombre. Un espejo, alguna que otra afición, ¿me entiendes?

-Ahá. No sé en qué campos te han instruido. Supongo que no tardaremos en descubrirlo. Eso puedo averiguarlo yo. Espero no necesitar mucho tiempo- apagó el cigarrillo y meditó durante unos minutos- ¿Se supone que eres tan humana como el resto?

-Eso aún no lo sé.

-¿Qué sientes ahora? ¿Te sientes incómoda, cohibida? ¿Quizá asustada? ¿Estás pensando en escaparte en cuando cierre la puerta de mi habitación? ¿Estás, por el contrario, satisfecha, agradecida de que haya dado contigo, contenta de que pueda ayudarte?

Hablaba deprisa pero la voz no se le atragantaba, sonaba firme, decidida. No titubeaba.

-Insegura. No sé por dónde empezar ni cómo hacerlo. No sé cómo actuar. No sé qué determinaciones tomar. Eso me lleva a sentirme algo cohibida. Y violenta. Sí, violenta. He venido aquí sin saber por qué, he aceptado un café y te he hecho salir a la calle a las tres y media de la madrugada. Tengo la sensación de que podríamos prescindir de todo esto... Tú tienes una vida, cosas que hacer, esto es una pérdida de tiempo. Yo...

-No te aceleres- me interrumpió- Yo no estoy tan segura de eso.

-¿Del qué?

-¿Si me anticipo a tu reflejo y te digo que eres un completo adefesio? ¿Cómo te sentirías?- preguntó esquivando mi pregunta.

Una punzada recorrió mi garganta. ¿Era eso cierto?

-Uh... no sé. Me molesta, claro que me molesta. Supongo que dolerá menos cuando lo compruebe yo misma, ¿no? Es sólo una cara, al principio estorba, luego normalizas el estorbo, lo evitas.

-Tranquila, en realidad me gustas. Me tranquiliza mirarte. Sólo te pongo a prueba- esbozó una sonrisa y se frotó sin ganas los ojos- Si te abandono ahora, si te dejo en pleno invierno en la calle, si te digo que alguien como tú no merece nada de esto, ¿te sentirías afligida?

-Sí. No soy nada. Sólo tú puedes convertirme en algo.

Se dirigió a la entrada, abrió un armario y trajo pornografía y una pila de libros de distintos tamaños. Cogió la primera revista, la colocó delante de mí y, mientras se sentaba de nuevo, encendió el segundo cigarrillo.

-Ábrela- el fuego
del mechero se reflejaba en sus ojos, las sombras tildaban sus ojeras, sus comisuras vencidas.

 
Abrí la revista y posturas imposibles, tamaños sobrenaturales y cuerpos moldeados se abrían y se cerraban en cada toma. Expresiones congeladas, desnudos impresos, curvas perfectas se estremecían en un placer fingido.

-¿Te excita?

-No. De momento. Supongo que con el movimiento se disimula la ridiculez de sus expresiones.

Asintió levemente y me tendió un libro de tapas negras. Lo cogí con cuidado.

-Huélelo- me ordenó.

Dejé pasar las hojas entre mis dedos y lo acerqué para olerlo.

-Caray, huele muy bien- En realidad lo dije por complacerla. Intuía que a ella le gustaba su olor. Era agradable, pero no me entusiasmaba, me era indiferente.

-Bien. Ve a la página ciento cincuenta y cinco. Uno. Cinco. Cinco.

Obedecí y busqué con lentitud la página que me indicó.

-Léela.

En una habitación a oscuras una niña abrazaba a un judío, lo estrechaba entre sus brazos y él, inseguro, respondía y con movimientos inciertos rodeaba la espalda de la raquítica niña. Sonreía agradecido, conteniendo las lágrimas. Entre el desprecio de una nación entera encontraba bajo aquellos brazos una seguridad inquebrantable. Tras búsquedas imposibles y condiciones insostenibles un pequeño gesto le proporcionó el aliento suficiente como para poder seguir respirando una noche más. Conmocionado y feliz el judío, que se llamaba Max, como agradecimiento, decidió escribirle un cuento a la niña: El vigilante.

Quise pasar la hoja, descubrir el contenido del cuento que el judío le escribió a la niña, pero ella me quitó el libro de las manos y, colocándolo sobre la pila de nuevo, lo devolvió a su lugar.

-Te dije sólo esa página. Ni una más.

Quise protestar pero me contuve rápidamente.

-¿Qué? ¿Te ha gustado?

¿Cómo explicarle que en apenas treinta líneas había sentido cobrar vida, sentir mi figura como algo relevante cuando no era más que una sombra insignificante? Las palabras, unidas y exaltadas por metáforas, respiraban. Comparaciones que convertían aquellas páginas en miembros sensibles que prolongaban mis silencios. Materiales, inventos, golpes a un teclado, imaginación tangible que latía a más velocidad que mi corazón. Emociones, sensaciones, sentimientos, vidas. Todo se arremolinaba entre las líneas. Pensé en escapar, pensé que podría existir algún empleo hecho para mí ahí fuera, pensé que el tiempo podría repetirse por estaciones, pensé que podría averiguar el nombre de mi anfitriona, pensé que podría sentirme más segura a medida que pasaba el tiempo, pensé que sería capaz de avanzar, de conocer, de vivir, pero nunca pensé que un juego de palabras echara abajo todos mis planes, que una página de cientos de ellas me proporcionara más alimento que un plato humeante esperándome día tras día sobre una mesa.

-Me ha encantado. ¿Podré continuarlo en otro momento?- respondí al fin.

-Claro. Pero primero tienes que empezarlo- me dedicó una sonrisa torcida. Estaba satisfecha. Iba logrando lo que se proponía- ¿Crees que unas meras palabras impresas en un papel podrían hacerte llorar?

Hasta ahogarme, pensé. Me limité a asentir. Después pregunté:

-¿Te has leído ese libro?- asintió- ¿Te gustó?

-Me gustó. En pasado. Pretérito perfecto simple.

-¿Ya no? ¿Por que sólo te gustó?

-Yo fui sólo en el pasado. Ahora simplemente soy un fósil del dolor que consumió mis energías. No he sabido hacerle hueco a los recuerdos que en un pasado me hicieron vibrar. Yo sentí años atrás. Hoy ya nada de eso es posible.

Volvió a sonreír. Esta vez su sonrisa se cayó y resonó contra el fondo del cenicero. No pretendía que me la creyese. Sólo era una formalidad.

-No te creo. Tú eres más real que yo. Si hasta tienes pasado. Eres humana. Mucho más humana que yo.

-¿Sientes compasión hacia mí?

Asentí.

-¿Verdad que te frustrarías si nadie te aceptara, si nadie te ayudara, si nadie te quisiera? ¿Verdad que esa página te ha conmovido?

Volví a asentir.

-Pues entonces ya eres más humana que yo.

Se levantó, se apoyó en el alféizar de la ventana y soltó un murmullo ahogado mientras se escondía entre sus manos. Resopló y se volvió. Me miró, su dentadura se dibujó bajo una sonrisa radiante:

-Has venido a sustituirme. Se supone que eres mi segunda oportunidad. Mis fuerzas han menguado estos últimos años. No puedo seguir sosteniéndome. Estoy agotada, aunque eso se ve a la legua, qué te voy a contar yo a ti- Se acercó y mientras dibujaba círculos en el cristal de la mesa, prosiguió- Tengo diecinueve años. Ellos propusieron unos ideales, un mundo, unas estrategias imposibles que pretendían satisfacer las necesidades de todos los que ahora sobrevivimos en esta jungla urbana.

Atisbó la duda en mis ojos, carraspeó y la respondió.

-Sí, ellos, los que te empujaron, los que te dijeron que sólo eras un ser predeterminado, son los ejes que articulan los engranajes de este caos premeditado. Siento ser tan ambigua, pero es el sistema quien relativiza las soluciones, quien se esfuerza por dárselas de indescifrable, sólido y misterioso. Es patético. El caso es que, aunque se trata de un sistema superficial, débil e incoherente, pretenden saciar cada uno de los objetivos de los humanos. Somos un montón de metal avanzando por una cadena de montaje: una buena carrocería, las grandes distancias, las infinitas autopistas y las numerosas señalizaciones deberían bastarnos para ser felices. Así lo creen. Seres como yo, que se sintieron extraños, desolados y perdidos entre tanto tráfico, limitados y terriblemente asustados, huimos por el primer resquicio que encontrábamos. Llevar una vida al margen de tales proposiciones y de la luz se desprende más rápido que un comprimido efervescente, créeme. Mírame. Tienen que reparar el daño. Tú eres el cemento que puede disimular la grieta. Has empezado más tarde, de modo que la vida va a darte menos golpes y tus posibilidades de triunfo aumentan. Eres un recurso seguro. Siento ser tan brusca, pero no puedo vivir engañando. Ya lo hice conmigo y no salió bien. Las pocas fuerzas que me quedan tengo que emplearlas en formarte. En repasarte con aquellos delirios, victorias y emociones que a mí ya me abandonaron y enseñarte a mantenerte constante, para que no acabes perdiéndolas tú también. Eres el yo que nunca fui. Para mí eres la oportunidad que nunca tuve. Eres la oportunidad que quizás debiese tener, pero esa oportunidad, como ves, no me corresponde vivirla a mí. Sino a ti.

Abrió el grifo, cogió un vaso y se sirvió agua. Metió un comprimido, esperó a que se disolviera y se deshizo de él vertiéndolo en el desagüe. Observó el vaso. Al final, en el fondo, pegados a los bordes, resistían los últimos restos del comprimido. Lo colocó frente a mí.

-Ahí me tienes. Mañana empezarás a construir un comprimido completo. Ahora voy a dormir. O a intentarlo. Puedes dormir en el salón. Yo estaré al fondo del pasillo, a la izquierda. Si me necesitas, ya sabes adónde ir.

Se dirigió hacia la puerta y se apresuró a decir:

-Te gusta mi pelo, ¿eh? Te alegrará saber que en cuanto desenfundes ese moño caerá del mismo modo sobre tus hombros, pero no te asustes al verme en el espejo. Buenos días.

2 comentarios:

  1. da igual que sea largo, merece mucho pararse unos minutos y leer y leer. me ha impresionado el final y cada detalle, me ha gustado mucho mucho.

    un besito bonita! :)

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  2. ``Eres el yo que nunca fui´´.
    No es suficientemente largo como para que no enganche, te atraiga desde las primeras líneas y tengas que acabar de leerlo. Buenísimo como siempre, Rocío. De verdad, enhorabuena.
    Un beso
    (y caramelos de café)

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